Resulta inexplicable cómo en estos años de chavismo-madurismo Venezuela, que era uno de los países más prósperos del mundo, se ha convertido en uno de los más miserables. De país de acogida y de oportunidades, es hoy un país de adioses donde millones son expulsados por el hambre y la inseguridad. Después de las guerras de independencia y federal, vivimos los tiempos más negros en toda la historia de Venezuela. Hoy, sin haber sufrido guerra alguna, y sin ser azotada por algún terremoto o cataclismo, nada funciona en Venezuela y vivimos en total incertidumbre.
No sabemos si algún día nos llegará el agua y podremos volver a bañarnos en la ducha. No sabemos cuándo volverá a irse la luz y por cuántas horas. No sabemos a qué precios amanecerán los huevos, el queso, la carne, las verduras. No sabemos si podremos ir al trabajo o si tendremos que viajar en un camión como animales.
No sabemos si en el camino a la casa seremos robados o asaltados. No sabemos cuántas horas o días de cola tendremos que soportar para que nos surtan de gasolina, mientras presenciamos cómo los bomberos dejan pasar a quienes quieren porque les untan bien la mano mientras los militares miran para otro lado.
No sabemos a qué precio amanecerá el dólar lo que supondrá una escalada indetenible de todos los productos, que ya no bajarán aunque baje el dólar. No sabemos si habrá clases o si podrán llegar los maestros o profesores, si es que todavía no se han ido. No sabemos si la pensión, cobrada tras horas de colas humillantes, nos alcanzará al menos para comprar medio cartón de huevos o la mitad de las pastillas para la tensión. No sabemos qué vamos a hacer si nos enfermamos o si se enferma algún familiar.
Mucho peor si por casualidad se muere. No sabemos si algún día volveremos a tener teléfono e internet en casa. No sabemos si volveremos a leer periódicos impresos y podremos ver los canales y noticias que queramos. No sabemos cuál será el próximo vecino, amigo o familiar que se despide porque se va del país. No sabemos si algún día podremos manifestar pacíficamente sin que nos caigan a palos, o nos asfixien con bombas lacrimógenas. No sabemos cuándo llegará el Clap después de meses de espera, y qué productos traerá. No sabemos si podremos arreglar el carro, comprar cauchos o cambiarle el aceite. No sabemos si podremos renovar el pasaporte, la cédula o la licencia de manejar. No sabemos cuándo saldremos por fin de este caos y tormento y si habrá pronto elecciones presidenciales libres y transparentes.
Cuando converso con algún chavista y le planteo que me diga una sola cosa que funcione bien, evade el tema y me empieza a repetir la cantaleta de la guerra económica o que los gobiernos de la cuarta república gobernaban para las minorías privilegiadas y habían olvidado al pueblo.
La incertidumbre genera miedo, paralización, derrotismo. Si no sabemos si tenemos futuro, para qué hacer planes. Por ello la gente trata de sobrevivir cada día mientras otros se aprovechan de la situación.
Pero no podemos resignarnos ni rendirnos. Son tiempos para personas valientes, comprometidas, que no se acostumbran ni se rinden. Para ganar la batalla de la libertad, debemos estar convencidos de que podemos ganarla. Si piensas que estás vencido, lo estás. Si piensas que perderás, ya has perdido. Si piensas que no vale la pena el esfuerzo, nunca te esforzarás. Si piensas que puedes, que podemos, triunfaremos. Es la hora de la organización y la movilización.