Para la reconstrucción del país, necesitamos una educación verdaderamente crítica, que combata la colonización de las mentes, la imposición de un pensamiento único, los autoritarismos y dogmas. La educación debe orientarse a formar personas críticas, capaces de pensar con su cabeza, de pensar el país y el mundo para poder contribuir a transformarlos. Como pensaba Paulo Freire, “la función principal de la educación es formar personas libres y autónomas, capaces de analizar la realidad que les rodea, y transformarla mediante su participación libre y responsable”.
Educar supone formar hombres y mujeres pensantes y reflexivos, con cabezas bien formadas, capaces de analizar y enfrentar los problemas económicos, sociales, éticos y políticos que nos castigan sin misericordia. Hoy no es suficiente enseñar a conocer: hay que enseñar a razonar y argumentar. Pareciera que algunos, como ya lo denunciara Unamuno, utilizan la cabeza como los toros: para embestir y no para pensar y reflexionar.
Crítica que debe ser autocrítica permanente como medio esencial para cambiar y transformarse. Autocrítica como medio para alcanzar la autonomía intelectual y moral. Nadie supera sus debilidades si no comienza por reconocerlas. En palabras de Pascal, “la grandeza de un hombre consiste en reconocer su propia pequeñez”. Autocrítica para aceptar y superar las limitaciones e incoherencias, que lleve a un testimonio coherente, valor esencial en estos tiempos de tanta retórica y palabrería, de tanto relativismo ético y doble moral.
En este sentido, sorprende la esterilidad intelectual de ciertas izquierdas en Venezuela. Parecen tener horror a la verdad, se quedaron anclados en los años sesenta y viven de espaldas a la realidad, recitando los viejos slogans de siempre. Su ideología es un cristal deformante que les ciega para ver la realidad y les lleva a justificar toda clase de aberraciones morales. Necesitan un baño de realidad que les haga entrar en una profunda crisis de conciencia. Si en verdad desean contribuir a la transformación política y social, deberían comenzar por ejercer la crítica desprejuiciada y valiente. ¿Cómo pueden seguir defendiendo este desastre y este caos? ¿De qué socialismo están hablando cuando aquí se ha impuesto el más brutal capitalismo de Estado que nos ha impuesto un paquetazo del neoliberalismo más salvaje que consiste en liberar y dolarizar los precios y mantener salarios de miseria, hasta el punto que ha barrido con el valor del trabajo y del ahorro?
Para gestar la educación crítica, necesitamos educadores que promuevan el análisis crítico de programas, discursos, propagandas, propuestas y hechos; de las actitudes autoritarias, dogmáticas, o vacías de significado. La pregunta y la duda, más que la respuesta, constituyen lo medular en los procesos educativos. Tener preguntas es manifestar hambre de aprender. En consecuencia, la educación, más que enseñar a responder preguntas, debe enseñar a preguntar respuestas. Es lo que repetía Simón Rodríguez: “Enseñen a los niños a ser preguntones, para que pidiendo el porqué de lo que se les manda hacer, se acostumbren a obedecer a la razón, no a la autoridad como los limitados, ni a la costumbre como los estúpidos”. También resultan iluminadoras las palabras de ese gran maestro cubano, José Martí: “Como la libertad vive del respeto y la razón se nutre de lo contrario, edúquese a los jóvenes en la viril y salvadora práctica de decir sin miedo lo que piensan y oír sin ira ni mala sospecha lo que piensan otros”.