Madrid, 29 abr (EFE).- El trayecto en tren se convirtió en una pesadilla para Catalina, atrapada con su pareja y su bebé de cuatro meses en medio del apagón que dejó ayer sin luz ni teléfono a toda España, e incluso tuvo que implorar al alcalde de un pueblo que le trajera leche en polvo para su hija antes de quedarse sin las tomas necesarias.
Su testimonio pone rostro a la desesperación de miles de personas a los que el apagón eléctrico de este lunes les sorprendió en trenes de media y larga distancia en España, y que quedaron en la estacada durante horas hasta llegar a sus destinos o a algún lugar donde pernoctar antes de continuar con el viaje.
“Sobre las doce y media nuestro tren se paró y se empezó a escuchar mucho jaleo de gente hablando. La encargada vino a contarnos que no había electricidad, que no era una cosa del tren, sino a nivel nacional”, cuenta Catalina a EFE.
Al cabo de un tiempo, ella y su familia pudieron bajar y refugiarse del sol abrasador de mediodía a la sombra de unos olivos.
Como su situación era prioritaria, el cuerpo policial militarizado español llevó a su familia primero a un aeropuerto abandonado cercano y después a la estación de tren en autobús.
“Mi preocupación era que no tenía leche en polvo para mi hija. Apareció por allí el alcalde de un pueblo de esa zona, que se llamaba Juan Carlos. Le rogué que fuera a alguna farmacia a comprar, porque sólo me quedaba una toma. Se fue y la consiguió”, indica.
En la estación de tren se toparon con un taxista que debía volver a Toledo y que les ofreció llevarles. Una solución de urgencia pero más que aceptable, ya que allí vive la hermana de Catalina, que les acogió durante la noche y el día de hoy. Llegaron sobre las once de la noche después de una odisea de doce horas.
El tren de Anna, una joven que volvía a Barcelona desde Madrid, se detuvo a 25 kilómetros de Zaragoza. “Nos mantuvieron dentro del tren, pero hacía muchísimo calor. Después de dos horas y media abrieron las puertas y empezamos a bajar para tomar el aire”, indica a EFE.
En su caso, los pasajeros se organizaron para recoger dinero en efectivo y dárselo a unos voluntarios para que fueran al pueblo más cercano a por provisiones, después de que las botellas que habían conseguido en el vagón se agotaran.
“Una hora más tarde llegaron con agua y galletas. Descargaron la mitad en una punta del tren y entre los pasajeros hicimos una cadena humana para subir las botellas y repartirlo todo”, comenta.
También recibieron ayuda de algunos voluntarios de los pueblos, que les acercaron pan y embutido.
Sobre las once de la noche fueron remolcados por una locomotora que les llevó, finalmente, hasta la estación de Zaragoza, atestada de gente en la misma situación.
Anna tuvo suerte y un excompañero de trabajo en Zaragoza le prestó su coche para llegar a Barcelona. Su periplo terminó diecisiete horas más tarde, sobre las cinco de la mañana, cuando por fin aparcó en su casa.
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