Por: Yoerli Viloria
Una vez alguien me preguntó: ¿Has tenido miedo de tu profesión?
De la profesión nunca, aunque he estado en situaciones difíciles o de amenaza a mi seguridad personal por denunciar lo que algunos pretenden acallar, en un país donde muchas veces es delito informar.
Para mí el periodismo es un compromiso conmigo misma y con toda las personas a las que mis letras o voz tienen alcance, un reto diario, un talento de Dios para escuchar, aprender y valorar cada historia detrás de muchos rostros que he tenido la oportunidad de conocer en más de seis años de ejercicio profesional.
Ser periodista es sentir orgullo y respeto por lo que uno hace, cuyos actos están dictados por la pasión y el sacrificio; pero sobre todo, para hacer buen periodismo se debe ser buena persona, de lo contrario como lo dijo el gran Kapuscinski, “los cínicos no sirven para este oficio”.
Es cierto que el periodismo se hace en la calle, pero con ética, profesionalismo, y sobre todo con apego a ese principio fundamental que se llama ‘la verdad’, aún cuando la verdad es un término subjetivo que apela a lo que se siente en la conciencia. Se hace periodismo en la calle sin desprecio del esfuerzo intelectual significativo para el cual se invirtió tiempo en su estudio y especialización.
El haber que cuenta mis pasos, me han llevado por un carrusel de emociones ante la posibilidad de reseñar tantos acontecimientos, que a veces siento que no tengo suficientes ojos, oídos y el resto de los sentidos para captar, sin que se escape algún detalle, aquello de lo que soy testigo privilegiado.
El periodismo me ha permitido estar frente a las caras de personalidades de la política, el quehacer social, religioso y económico de talla nacional e internacional, pero también me ha permitido conocer las historias más sublimes detrás de personas que la mayoría ni se imaginan que existen.
Este último año de pandemia tuve que enfrentar con valentía el dolor, el hambre y la miseria, y convertirme, queriendo o no, en agente transformar de algunas realidades.
Anécdotas, tengo muchas: desde ver cómo preparaban un cadáver en la morgue en época de pasantías, tolerar el “mentirosa” y “descarada” de Diosdado Cabello mientras lo interpelaba, unas cuantas amenazas y agresiones verbales y físicas, un accidente leve en una moto y varios chaparrones a bordo de la misma, entre muchas cosas más ¿Pero a qué periodista no le ha pasado un poco de todo eso?
Hoy puedo decir que asumo el periodismo como una noble vocación a la que me he entregado para toda la vida.