Ascenso en 1970, a la zona del accidente aéreo de 1950 / Por Oswaldo Manrique

Sentido de Historia

 

Por estos días se cumplen 72 años, en que un aterrador y estruendoso ruido anunciaba que se había estrellado el DC-3, siglas YVC-AVU, de la empresa Avensa, que debía cubrir la ruta Mérida- Maiquetía; esto, a pocas horas de camino en el mismo páramo de Las Siete Lagunas (Santuario indígena Maen Shombuk), en un cerro conocido como La Palma, concretamente en la cabecera de Cañada Grande. Hoy, en respetuoso tributo, compartimos lo que ocurrió varios años después.

En el mes de diciembre de 1970, un grupo de jóvenes estudiantes y trabajadores, que formaban parte del Club Juvenil, del sector La Hoyada de La Puerta, estado Trujillo, organizaron como actividad recordatoria y memorial de los 20 años del accidente aéreo del Douglas DC-3- C47-DL  de Avensa, subir hasta el lugar del siniestro, en el que falleció un significativo número de personas.

Constituyó el primer ascenso colectivo y voluntario de jóvenes portenses al sitio Cañada Grande,  en el Páramo de Las Siete Lagunas, a una altura de 2.800 m.s.n.m.  Iban marchando algunos con sus gruesas botas otros con charqueras o con gomas US Keds y cargando sus marusas, morrales y frazadas sobre los hombros, con alegría, entusiasmo y las ganas de conocer el sitio del accidente.

En una de estas viejas fotografías, de izquierda a derecha, parte del grupo de jóvenes excursionistas, en Cañada Grande, en diciembre de 1970 sentado a la izquierda, sosteniendo la esfera metálica encontrada, Régulo Torres «la Papa»; de pie, al fondo, Alfonso Briceño y otro, sostienen la lámina metálica del avión siniestrado; sentados Pedro Abilio Castillo, Alirio Araujo, Pedro Pablo Rivero, y Alfonso Araujo.  También se ve a Marcos Salcedo, Antonio «Toñito» Torres, Eccio Moreno y otros jóvenes de la parroquia.

 

 

Salieron del casco urbano de La Puerta, caminando hasta La Lagunita, aquí, pernoctaron en un galpón del dirigente agrario Eustoquio Araujo. En la mañana al desayunar, emprendieron la marcha, poco a poco y con el mismo ánimo. La ruta que emprendieron los excursionistas fue entrar por el Paramito, a veces iban en fila, otras en grupo, cantaban, reían, conversaban, contando anécdotas.  Llegaron a Piedras Blancas, descansaron un rato, reanudaron la caminata y pasaron por Chegué, el lugar helado de casas vacías; continuaron  hasta que vieron la Cruz Colorada, que anuncia el camino de la Laguna Negra (Santuario Indígena Maen Shombuk o Siete Lagunas), y finalmente, llegaron a Cañada Grande, a la casa de paso que allí está construida, había gente, y atendieron a Eccio Moreno, que le dio tembladera y quedó sin oxígeno, el temido mal de páramo. Le prepararon un bebedizo de frailejón y manzanilla, que lo recuperó y reanimó.

Entre los que hicieron el ascenso, según el recuerdo de Alfonso Araujo y Jorge Méndez, se encontraban Pedro Abilio Castillo, Alirio Araujo, ejerce como educador, ex director de la Escuela Técnica de La Puerta;   Eccio Moreno (+), fue educador en Valera; Jorge Méndez, hoy abogado, Pedro Pablo Rivero, se formó Guardia Nacional, hoy jubilado; Marcos Salcedo «la Chuta», también funcionario de la Guardia Nacional; Régulo Torres (+) «la Papa», deportista, trabajó en la medicatura de La Puerta; Toñito Torres (+), empleado de la Hidrológica; Alfonso Briceño, jubilado residente en Mérida, Ángel Alfonso Araujo, fue Prefecto de La Puerta; la mayoría estudiantes del Liceo Rafael Rangel.

Tres de los participantes del ascenso, Pedro Pablo Rivero, Alfonso Araujo y Jorge Méndez, en amena y reciente conversación sobre el tema y revisando un álbum de fotografías en la residencia del primero, recordaron que en esa excursión estuvo Luis José Rodríguez, un joven oriundo de Caracas, estudió en el Colegio Nuestra Señora de La Paz y vivía en la casa de Nerio Rodríguez; le costó subir, pero llegó.

En Cañada Grande permanecieron 3 días, conociendo y recorriendo el área del accidente, conversaron con algunos de los testigos que presenciaron el suceso, y aprovecharon de compartir los comestibles que llevaron, con gente de este caserío montañero.

El día 15 de diciembre de 1950, en este sitio, fallecieron 27 estudiantes de bachillerato del Colegio San José de la ciudad de Mérida, que habían salido de vacaciones navideñas y eran esperados por sus familiares en el aeropuerto de Maiquetía, un estudiante universitario y los tres tripulantes del avión; esto causó muchos días de profunda consternación en seno de la sociedad caraqueña, en el resto del país,  y quedó como hito de tristeza en la historia de la cotidianidad de nuestra comarca.

 

El latón del avión de los muertos y la esfera brillante

 

El mismo día que transitaron por la hermosa Laguna Negra, donde no existía la Capilla San Francisco Javier, que construyeron años después los maestros, familiares y compañeros de estudios de las víctimas del accidente, bajaron hasta Cañada Grande, y luego a una cascada, a la pequeña laguna casi paradisíaca, desde donde se ve el Lago de Maracaibo, que se encuentra ubicada antes del lugar donde está parte del fuselaje y los restos de la aeronave siniestrada.

Explicaron Méndez y Alfonso Araujo, que por lo empinado del sitio donde cayó el avión de Avensa, la fuerte neblina y lo frondoso, caminaron hasta donde pudieron, no contaban con implementos de seguridad para bajar más profundo. Sin embargo, lograron observar la dispersión de las partes del avión, en diferentes lugares.

Uno de estos excursionistas, consideró bajar al pueblo, un pedazo de latón de aluminio del avión siniestrado, como prueba de haber llegado al sitio del siniestro, otros creyeron conveniente bajar una esfera metálica brillante o bola de hierro, que parecía una bobina o arranque de la aeronave, en fin bajaron como pudieron las dos piezas.

El pedazo de latón, que medía metro y medio de largo, lo firmaron todos estos excursionistas, y lo exhibieron un tiempo largo en el local del Club, ubicado en la esquina de la calle 2 con avenida Páez de La Puerta, donde hoy está el negocio de la señora Esperanza. Este Club, pertenecieron Adalberto Martínez, el popular “Zurdo” (+), perito agrónomo, trabajó muchos años en el IAN y en Corpoandes, y Bolívar Falconi, piloto de aviación. Cuando iban de regreso a La Puerta -recuerda Alfonso Araujo-, que bajando, ellos comentaban, que el ascenso los llenó de mayor espiritualidad, por haber logrado llegar y visitar el sitio del accidente aéreo, donde encontraron  mucha tranquilidad, pero además descendieron con gran satisfacción por el hermoso paisaje que encontraron en todo el recorrido que hicieron a este Páramo, una de las serranías guardianas de nuestra Parroquia.

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