Arepa e’ techo | Por: Oswaldo Manrique Ramírez

 

Existen personajes populares realmente interesantes, no por inmensas y encumbradas obras de caridad, sino porque son vidas que deleitan y hacen la cotidianidad de la población mucho más llevadera y agradable, y eso, tiene un valor incalculable. Son seres solitarios, sin malicia, tratarlos es casi como interpretar su silencio. En la segunda mitad del siglo pasado, vivió en La Puerta, uno de estos seres solitarios y especiales, integrante de una humilde familia asentada en una casa y solar, en lo que se conoció antiguamente como El Matadero, adyacente al río Bomboy, hoy Calle 2 de La Puerta.

De pelo negro, chorreado, sus facciones y rasgos físicos contrastaban armónicamente con su piel trigueña indo ambiental. Estatura mediana, sana corpulencia, sonrisa franca; en la fotografía que aquí compartimos, se puede observar el personaje  y algo que hace fascinante esta historia, que se sintetiza en la sonrisa generosa y sincera que atrae.

Andaba por estos trillos, vestido con paltó del mismo color del pantalón. Camisa oscura, calzaba alpargatas también oscuras y con calcetines.  Su nombre Ramón Salas, le decían popularmente “Arepa e’ techo”. De niño era introvertido, poco conversador, confundía las palabras, las utilizaba intentando decir otra cosa, porque le sonaban parecidas. No pudo adelantar en la escuela. Los curiosos, ociosos y los infaltables  “jetones”, al hacer su particular  diagnóstico decían que padecía de ese extraño mal llamado “tontera”. El ambiente rural de La Puerta, reforzaba las condiciones humildes de su familia, y dificultaba la atención médica.

El original apodo, le llegó porque en las mañanas, cuando las madres estaban elaborando sus desayunos, y salían por los techos el convocante olor de los fogones mezclados con los exquisitos aromas,  se presentaba y tocaba en las casas de familia, con su pocillo para que le echaran café, y además como hablaba con cierta dificultad,  hacia muecas mirando hacia arriba, se le escuchaba: -¡aepa y echo! intentando decir que le dieran arepa con queso.  Con esta expresión, se ganó el citado sobrenombre. Un día tocaba en la casa de los Rondón, en la Calle Páez, otro, se metía donde los Combita, o en la siguiente de los Abreu, y de esa forma, llenaba su estomago.

Con su dificultad para contestar de inmediato, trabajaba en las haciendas, o hacía mandados o cargaba una marusa con algunas ramas que le daban para vender, pero gozaba de algo característico, siempre andaba sonriendo. Esto, le dio un enorme sentido a su vida. Los seres como Ramón, son tan impredecibles como geniales. Una mañana, llegando a la Plaza Bolívar, dejó en la Prefectura un saco que cargaba y se fue a la estatua del Libertador, le hizo parada y saludo militar y se retiró. Esto, dejó sorprendidos a los funcionarios de policía. Regresó a buscar su saco y siguió.  De adulto, tampoco le trataron esos trastornos; tenía problemas para aceptar los juegos y chanzas de los infaltables ociosos del pueblo que le gritaban “Arepa e techo”, a los que perseguía y los “jartaba”, cuando no les lanzaba piedras.

Como no era tan feo y tenía sus atributos personales, en una oportunidad que estaba observando a los clientes en la Terraza Zulia, de Benito Sánchez, en La Hoyada,  tuvo la suerte de conocer una dama zuliana, que entabló amistad con él, y se enamoraron, lo que sorprendió a los averiguadores, quienes inmediatamente comenzaron a hacer conjeturas ociosas sobre sus dimensiones varoniles, contrastándolas con las tradicionales de otros paisanos.

La dama visitante, eficiente observadora de lo que no observaban en el pueblo, se lo llevó a vivir con ella a Maracaibo. Fueron tiempos de expresiva felicidad para Ramón. Pero el comentario de otros puertenses que viajaron a Maracaibo, fue, que lo vieron en las calles pidiendo limosna, y al parecer, la mujer se aprovechaba. Ramón regresó y se lo llevó su hermano Reyes Salas, que vive en La Mesa de Esnujaque. Cuando lo veían, le preguntaban cómo era la vida con ella, con su pareja y lo que lograba decir en su media lengua, era  que: – e aña ucho, que lo bañaba mucho.

Volvió a La Puerta, a su heredado solar y tuvo que afrontar la vida solo, las Monjas de Tarbes, de La Puerta, lo atendían y le daban comida. Recordó Alfonso Araujo, que hubo un tiempo en que anduvo deambulando por las calles, y siendo él Prefecto del Municipio, lo recogió y <<lo llevé al Ancianato de Betijoque, para que lo asearan y le dieran la comida, porque lo habían abandonado, eso fue en 1979, lo llevé junto con el señor Virgilio Araujo, que tendría unos 90 años, y también, a Magdalena Briceño “la enamorada”, a esta bonita mujer, la llevé a donde las monjas, y allá estuvo bastante tiempo, bien atendida>>; quizás, la dislexia o la dificultad para expresarse, no se la trató un médico especialista, y  se le confundía como un enfermo mental, que no lo era. Ironía de la vida, Ramón Salas, jamás disfrutó su herencia, hoy, en ese solar se encuentra levantada una edificación de inversiones multimillonarias; él, está vivo en un ancianato.

 

 

 

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