Área de maternidad en emergencia | ¿A dónde van los angelitos?

La falta de insumos médicos, profesionales capacitados, electricidad, higiene y buenas estructuras afectan día a día a las madres que acuden al Hospital Central de Valera ilusionadas por ser madres o preocupadas por problemas en el embarazo, sus vivencias están llenas de dolor y rabia

El hospital de Valera es el principal del estado

 

 

María es una madre trujillana abnegada, tiene a Luis, un inteligente niño de cinco años, ella y su esposo esperaban  a su segundo hijo, falta solo un mes para que llegue al mundo, están ansiosos, su cuarto está listo y el nombre Mathías está sobre la cuna.

María está doblando la ropita para dejar todo listo, cuando nota que una gota tibia le recorre la pierna, observa y ese delgado hilo escarlata llega al piso, su grito trajo de inmediato a su esposo que trató de calmarla, llamó a su ginecólogo y esté no estaba laborando por la falta de servicio eléctrico en su consultorio, les recomendó acudir de urgencia al hospital Dr. Pedro Emilio Carrillo, ya que el área de maternidad del seguro social ya no existe.

Entre lágrimas, María temerosa salió con su esposo y su hijo a tomar el transporte urbano para llegar al centro de salud, en la parada los dolores la hacen tambalear, su esposo la toma de un brazo y la sube con cuidado en la unidad, nunca un viaje al hospital había sido tan lento y tortuoso, Luis le sostenía la mano a su madre y le dice que todo va estar bien, el pedía desde que empezó a hablar un hermanito, un compañero de juegos.

Los bebés prematuros corren más riesgo en áreas inadecuadas

 

Ya en el hospital

Al llegar la caminata hasta el área de maternidad fue pesada, los ascensores estaban averiados y las escaleras fueron una tortura, las gotas de sangre marcaban su rastro, agotada observó a muchas personas sentadas en el piso esperando a sus familiares, de inmediato una enfermera la colocó en una rudimentaria silla de ruedas para llevarla, su esposo quería entrar, pero la enfermera le informó que solo ella podía pasar, la despedida fue en silencio, no hubo tiempo de un beso o una palabra de aliento, ahora María estaba sola y los dólares casi la hacían perder el conocimiento.

En la silla le tomaron sus datos, le dieron una bata y la mandaron al pasillo a esperar junto a otras mujeres su turno, muchas gritaban por contracciones, otras lloraban sus pérdidas y la encargada de la limpieza pasaba con un balde lleno de sangre y otros tejidos justo  frente de las conmocionadas mujeres, era una escena pesadillesca.

Una enfermera de rostro agotado le pregunto si ya tenía yelco y guantes o si tenía completo el kit de parto, ella le explicó entre contracciones que aún le faltaba un mes, le dijo en tono frío «entonces yelco y guantes», María como pudo se puso de pie y arrastrando los pasos con vergüenza por la sangre llamó a su esposo desde la puerta y le pidió los implementos médicos, al sentarse de nuevo vio a una doctora y le pregunto ¿Falta mucho para qué me atiendan? la doctora le dijo espere su turno, sin mirarle el rostro.

Poco pueden hacer los profesionales médicos sin insumos

Por fin, atención médica

Iban pasando las horas y el dolor empeoraba por instantes, ya tenía el yelco y los guantes cuando la llamaron para hacerle el eco, habían pasado cuatro horas y media desde que había llegado, María se sorprendió con la encargada de su eco, no le pondría más de 18 años si la viera en la calle sin su uniforme, la joven le pregunto a María ¿Cómo se había hecho su peinado? mientras la sentaba para revisarla, María no estaba para responder esa absurda pregunta para el contexto donde estaba, ella solo quería saber que su bebé estaba bien y salir de esa pesadilla.

En el reflejo de la pantalla del eco ve como la joven practicante de medicina frunce el ceño, ella la deja la camilla mientras va a buscar un ojo más experimentado, llega con una doctora mayor, ambas miran el eco y le explican a María que los latidos del bebé eran débiles, que estaba padeciendo sufrimiento fetal por las contracciones adelantadas y que ya era tarde para detenerlas, debían sacarlo aunque aún estaba muy pequeño, más tiempo en el vientre podría ser fatal, María explotó en llanto, todo el llanto que en cinco horas de espera se había contenido apretando el crucifijo de su madre contra el pecho, ahora debía armarse de valor, llamaron a su esposo por el kit y se la llevaron a prepararla para la intervención.

Habían áreas con aire acondicionado, otras con mucho calor y las ventanas abiertas, había sangre en el piso del baño, lamentos que chocaban con los pasillos, un llanto ahogado de un recién nacido a la distancia, muchas mujeres y pocos médicos con cara de años en el oficio, María seguía en la camilla, casi una hora más de espera porque la doctora tenía complicaciones con otra cesárea, entró a quirófano y cerró los ojos, el miedo era más grande de lo que podía soportar, a los minutos la doctora dijo ya está afuera, tiene signos vitales, pero no lloró, ese sonido habría calmado a María, se lo llevaron de la sala, ahora todo dependía de los médicos.

 

Falta de insumos y servicios

Cuando estaban cerrando las suturas de la operación un bajón de luz alteró al personal, que en el instante quedó sin electricidad, «mantengan la calma» se escuchaba entre dientes, un estudiante de medicina le tomó la mano a la María agotada y le dijo que la planta no tardaría en trabajar, ya era de noche y la oscuridad era abrumadora, con luz de celulares terminaron de cerrar a María y la cambiaron de habitación, ella preguntaba por su bebé Mathías, le decían que estaba bien atendido.

Pasaban los minutos y la planta eléctrica no arrancaba, hasta que el sonido llegó junto a luz, María pudo dar un suspiro, una enfermera dijo que Mathías estaba ya en la incubadora, tenía los pulmones débiles, pero resistía, la planta tardó unos 40 minutos en trabajar, pero ya María pudo dormir, estaba cansada y dolorida, le informaron que mañana podría verlo, ya todo estaba poco a poco en su lugar.

A la mañana siguiente María se sentía mejor, su esposo le había mandado el desayuno, preguntó por Mathías y aún estaba en la incubadora, pudo verlo desde afuera, no la dejaron darle leche materna, tenían que darla de alta porque no habían camillas suficientes y en cuestión de horas ya estaba rumbo a su casa en un taxi con su hermana, su hijo y su mamá, su esposo se quedaría con su suegra atentos de Mathías, aún estaba adolorida, no había electricidad en la casa, pero había agua recogida para las labores, su familia la cuidaría mientras se recuperaba al 100%.

Al mediodía notó que nadie le ha informado de Mathías, su madre le dijo que tiene una complicación pulmonar, pero que está controlado, María con su instinto de madre teme lo peor, en horas de noche le dan la noticia de que falleció por ese supuesto motivo, su esposo entre lágrimas y rabia le explica que el área estaba contaminada con una bacteria y al ser prematuro no la pudo resistir, todos cayeron en un profundo dolor y desconsuelo. Ese día cuatro bebés habían muerto por lo mismo, la abuela le explicó al pequeño Luis que su hermanito ahora era un ángel… Luis le preguntó a su mamá ¿A dónde van los angelitos?

Las familias en luto velan a sus angelitos.

 


El problema ya fue denunciado

El secretario general del Sindicado Único de Trabajadores de Salud del estado Trujillo (Sutset), Giovanny Vielma declaró la grave situación del Hospital Universitario Dr. Pedro Emilio Carrillo “la falta de insumos y herramientas de trabajo ha dejado al menos 12 neonatos fallecidos”, e invitó al Gobernador a apersonarse en el instituto para constatar el reclamo.

 

 

 

 

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