Perteneciente a esa estirpe de los poetas descendientes de inmigrantes italianos, entre ellos Vicente Gerbasi, Régulo Burelli, entre otros, Aquiles Valero Monzillo, nació en Valera en 1943, pero muy pronto se trasladó a Barquisimeto para seguir estudios luego a Caracas, finalmente Europa, donde completó filosofía y letras en Universidades de Madrid y Roma. Hasta décadas recientes, el valerano permaneció inédito, porque a decir de su amigo el también poeta Joaquín Marta Sosa, se excusaba siempre de publicar sus textos poéticos.
En vida, Valero Monzillo –falleció en 2005, en Barquisimeto-, solo publicó siete títulos, ninguno en un gran sello editorial, por lo que su poesía circuló entre amigos, mediante tirajes muy restringidos, en consecuencia, es, prácticamente un escritor inédito, solo conocido por reducidos círculos literarios que elogiaron su obra, sus aportes a la poética venezolana. En 1972 recogió en el libro Para medir el tiempo, su obra centrada en cuatro títulos, Poemas italianos, Poemas Dípteros, Doble caballo y Catorce estaciones, que reveló un autor poseedor de un lenguaje que trabajó con tres elementos primordiales, el tiempo, la vida y la palabra.
Para Valero la poesía es una lucha permanente con la sinceración con la vida, despojarse de máscaras, sonoras o no, que la acción poética ponga en fuga los enmascaramientos que nos envuelven y atormentan, de modo de salvaguardar la identidad, al decir de Marta Sosa, uno de sus comentaristas.
Sus poemas son cáusticos, con un fino juego de la ironía para contrarrestar la farsa e imposturas; con humor negro, Valero hace la labor de una verdadero taumaturgo, tarea en la cual sale airoso, apoyado en el vértigo que impone su ritmo escritural, con un lenguaje ricamente sensual y atrevido.
Es un poeta de las minorías; él sabe que es un solitario en sus batallas con el lenguaje de dolor y la nostalgia, cuyas ráfagas le abordan una y otra vez. En su libro, Doble Caballo, escrito en Madrid en 1965, es el elegante desahuciado, de ojos claros que sostiene un diálogo con el otro, en el que muestra su intransigencia con lo falsario, con lo acomodaticio, el oropel y la trascendencia vana.
De formación cristiana, como sus ancestros, Valero , busca el difícil equilibrio entre su palabra y los hechos, la realidad avasallante; trata de localizar nuevas energías, enfrentar el agobio de la palabra manchada de los falsarios, de los que reptan ante el poder.