En estos tiempos de incertidumbres, pandemia, confinamiento, restricciones, escasez, reducción de viajes, del ingreso, de agua, de electricidad, de internet, de asedios externos e internos y de… otros tantos etcétera, me correspondió un jueves -por terminal de placa-, ir a “echar gasolina”. A madrugar toca para, después de lavarme, hacer y tomar desayuno, dejar a la mujer durmiendo y salir rapidito, ponerme en la espera correspondiente antes de las 5 de la mañana; al llegar al sitio, ya la cola era larga y el lugar que me tocó fue en medio de un puente de guerra que cruza sobre el rio Guaire; ese rio que conocí de niño, me devolvió las imágenes de cuando, todavía medianamente limpio, laboriosos hombres sacaban de su lecho paladas con granzón y arena, para cargar sus carretas de madera tiradas por caballos, en medio de un paisaje bucólico de esas aguas junto al bosque de bambú en sus orillas.
Pronto llegó otro carro detrás y así otros fueron llegando hasta doblar hacia la autopista inundando uno de sus canales. Todavía oscuro, resaltaba sobre el rio una decoración con abundantes hiladas de luces que fueron puestas para adornar la navidad de pasado diciembre; hermosa vista y oportunidad al estar estacionado en ese lugar normalmente de paso rápido, para hacer unas fotos y con una de ellas, enviar en salutación matinal a los amigos, un mensaje por buena y luminosa jornada.
Como corresponde en esta época, pronto comenzó una lluvia menuda, de las que llamamos con vocablo fuerte que expresa “moja tonto”, lo cual me obligó volver a entrar a la camioneta; allí me estuve mirando caer la lluvia sobre el parabrisas, observar la caída de las gotas que se iban juntando, hasta que la gravedad las deslizaba en micro ríos que se juntaban y precipitaban el deslizamiento rápido; así me estuve jugando con las gotas hasta recibir allí la luz de la mañana. También durante ese tiempo estuve haciendo consciencia del paso de los vehículos, de modo especial los más pesados, que movían la estructura del puente, en esa relación vertiginosa entre resistencia flexible y desplazamiento de la carga; recordé conversaciones con Salvatore Spina, arquitecto y amigo, quien dio clases sobre el tema, en las aulas y en sus obras, entre ellas el “Mercado de Buhoneros” y la “Casa de la Música” en nuestra Ciudad.
La luminosidad del día me permitió abordar un libro que tomé en casa para entretener las horas de espera; un pequeño libro del cual tomo su título para titular este artículo, “Apuntar del día” de André Breton(1896-1966), quien encabezó en la primera mitad del siglo XX, junto a Paul Éluard, Antonin Artaud, Max Ernst, Louis Aragon y otros entusiastas militantes del surrealismo, un movimiento de vanguardia que aspiraba renovar la literatura, la estética, el arte todo y aún más, con una postura existencial, política y filosófica frente a los valores de la sociedad burguesa de su época, de los cuales fue un feroz crítico; un militante de la Revolución en todas sus formas.
Ese “Apuntar del día” me envolvió en un tiempo “afuera y distinto” de la prolongada espera, al punto que a las siete y media cuando se movió la cola, yo seguía absorto en la lectura hasta que las cornetas insistentes de los que me sucedían, me sacaron a la necesidad de mover la camioneta para alcanzar el nuevo lugar de la cola; igual aconteció en algunos otros momentos cuando se hacía necesario desplazarse, lo que me obligó finalmente, a mantener una adecuada tensión de alerta entre el movimiento de las páginas del libro seductor y el de la cola de los vehículos conducidos por las ansiedades de combustible. Así fui arrastrando la cola que se movía en espasmos con intervalos caprichosos que me sorprendían entre líneas para leer y otras haciendo escrituras cortas para recordar; en cada ocasión hubo pequeños saltos de adrenalina por la realidad circundante, los imaginarios de prevención ante delitos posibles, el tráfico de vehículos en especial motos a velocidad rasante por el retrovisor, el apremio para buscar y activar la clave del alarma, encender el carro, las cornetas de algunos conductores “sensatos y no distraídos” quienes apurados por sus angustias les molestaba mi estar “caído de la mata”.
Durante esas horas, con sus intervalos de distracción realista, pude acercarme en los escritos de Breton a sus comentarios sobre “Capital del dolor” un libro de Paul Ëluard dirigido a quienes “desde hace tiempo han dejado de sentir… la necesidad de leer … bien porque muy pronto han intuido lo que podían obtener de ello y la decencia no les permite alentar los juegos literarios, o bien porque, por cualquier otra razón, en esta hora de su vida están dispuestos a sacrificar en ellos la facultad de aprender al poder de olvidar”, luego añade sobre Éluard “…de ningún modo quiero yo, su amigo, no ensalzar solamente y sin medida en él los anchos, los singulares, los bruscos, los hondos, los espléndidos, los desgarradores movimientos del corazón”, para concluir, “Dicen que para algunos es un escándalo que la pasión y la inspiración se convenzan que sólo necesitan de sí mismas”.
También allí me encuentro con el suicidio del joven poeta Maiakowski en abril de 1930, al que presenta como “El barco del amor se despedazó contra la vida corriente”; nos va desglosando la tragedia del “amar o no amar… la cuestión que un revolucionario debería poder resolver sin rodeos”, pero, sin embargo a él le sucede en drama, “…tenga cuidado señor, de todos modos morirá pronto-, con sólo verla no puede negar que para usted esa mujer está por encima de todo”; más adelante expresa, “…me cuesta creer que Maiakowski… pueda ser sospechado de individualismo conservador mediante palabras como “bohemia” y alusiones convencionales a los cafés literarios, incluyendo el humo de las pipas”; en las exigencias del realismo dominante, “… no tenía derecho a terminar con su vida”; Bretón se declara en la comprensión del poeta por el vértigo de su decisión, frente a los que le condenan con la arrogancia de los credos.
A todas éstas ¿qué hacer con la vejiga presionada por la próstata de mis 78 años?. Aquí en sigilo les cuento -que nadie se entere y con riesgo del llamado de atención que haga mi compañera-, la clave estuvo en un frasco de boca ancha que discretamente llevé en el carro y asimismo utilicé para calmar los apremios; más tarde pude observar que mi solución no era original, sólo que con un uso más discreto de mi parte. Pasada las nueve de la mañana cesó la lluvia y permitió salir a estirar las piernas, también conversar con los otros para concertar e intercambiar inquietudes. Más tarde, en moto a contra flecha, pasó un controlador haciendo reparto de los números; eso me permitió, con el 154 en la mano, tener convicción que obtendría gasolina en la sucesión de las horas, lo cual es un aliento a la esperanza, por aquello del refrán “el que espera, desespera”.
Los avances son muy lentos, todavía estamos lejos y ya es mediodía; en la acera del frente hay una famosa tienda de licores mundiales, observo durante un buen rato, en flujo continuo con promedio de dos minutos por cada uno, entran vehículos y descienden compradores que rápidamente son despachados con cajas de vinos y otros licores. Cincuenta metros más adelante, sobre el boulevard de la Rio de Janeiro al lado derecho de la cola, una cantidad de motos con sus cajas amarillas me traen la imagen de las mariposas de Mauricio Babilonia en “Cien años de soledad” de García Márquez; al avanzar observo que anuncian el delivery TRAE-TELO y en las franelas negras de los jóvenes motorizados puedo leer “sólo tienes que desearlo”, pienso que sobre las espaldas de esos aladinos corre la orden imperiosa del reino de los deseos, al final la cuenta se paga con el tiempo de la propia sangre o sobre todo, con la de los otros; avanzamos otros metros y en “El Solar del Este”, los valet-parking reciben las camionetas ostentosas de donde bajan gordos comensales con graciosa compañía femenina, ambos pegados del celular. Pasada la una, la compañera me trae el almuerzo, nos sonreímos y disfrutamos mientras le canto “te recuerdo Amanda… ibas a la fábrica donde trabajaba… suena la sirena… son cinco minutos… la vida es eterna… muchos no volvieron…”.
Paralizada la cola hasta las tres y media, mientras descargaba la gandola del combustible, finalmente se comenzó a mover y una hora más tarde, mientras el tanque de la camioneta recibe cincuenta litros, pienso en estas doce horas, en el reventón del “Zumaque” y de “Los Barrosos”, en la presencia del “excremento del diablo” por más de 100 años, en el escaso transporte público y las desdichas que provoca. Al salir de la gasolinera con el tanque lleno, agradecí a Breton por el manifiesto surrealista, que me permitió hacer provechosa jornada con el “Apuntar del día”.