Aprender música en la calle, un regalo para niños de una barriada de Caracas

Caracas, 1 jul (EFE).- Las bocinas, el ruido de las motos, el alboroto de Caracas... Todo se silencia cuando 18 niños y adolescentes de un humilde barrio de la capital venezolana tocan en plena calle la popular pieza de salsa "Mi desengaño", bajo la batuta del maestro Juan Manuel Mejías, quien, sin más medios que su talento, enseña música a menores de bajos recursos. Sin una sede, con la calle como local de ensayo, troncos y latas como asientos, postes y árboles como atriles, y con los viandantes como fuente de inspiración, el maestro demuestra, desde hace casi dos años junto a sus alumnos, que el arte y la imaginación se pueden desarrollar en todas partes y en cualquier circunstancia. La idea surgió cuando, en plena pandemia por la covid-19, Mejías pensó que nada podía detener la música y el aprendizaje, así que comenzó su escuela callejera con cuatro alumnos en el noroeste de Caracas. Hoy son 18 los que asisten a sus clases, llevando alegría a los vecinos, con ritmos que combinan la salsa, el jazz y la música clásica. TODO SE TRANSFORMA En las afueras de un taller mecánico, los niños se agrupan durante tres o cuatro tardes a la semana para ensayar las piezas de salsa con arreglos de jazz que su maestro músico prepara. Al compás de las notas, los viandantes cantan las letras de las piezas que conocen, se paran a mirar y aplauden a los pequeños, que se mantienen concentrados en las indicaciones del profesor y sonríen a quienes celebran su talento. Los vecinos ya los sienten parte de la comunidad, así que es común ver a algún empleado de las empresas de la zona o a los adultos mayores acercarse con refrescos y golosinas para los niños. Todo empezó en septiembre de 2020, cuando el maestro decidió visitar las populares favelas de Caracas para preguntar si había niños músicos en las casas e invitarlos a ensayar al aire libre. Se fueron sumando menores que pertenecían al Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela y que no podían ensayar por la pandemia, y otros que, sin mayores conocimientos, tenían interés por la música. Y de cuatro pasaron a siete, hasta sumar los 18 actuales. "Empecé yo a subir esos cerros y a dar esas clases allí y les pedí a los padres que me los permitieran para bajarlos (de sus casas) e ir formándolos y se fueron sumando hasta que llegaron a siete, más o menos, de diferentes instrumentos: trombones, trompeta, violines y todo, clarinete y así empecé (...) se fueron sumando y así empezó la cosa", hasta llegar a la casi veintena actual, explicó Mejías a Efe. DONDE ESTÉ EL MAESTRO, ESTÁ LA MÚSICA El maestro asegura que las clases en plena calle son "una experiencia más" para estos jóvenes que mejoraron su desenvolvimiento en público y su concentración desde que están siendo entrenados bajo este formato. Su tesis la reafirman Simón Rivero y su hijo Simón Andrés, quienes consideran que se trata de un aprendizaje complementario que ha hecho al niño de 13 años perfeccionar su técnica con el trombón y hacerla más dinámica. "La verdad es una experiencia, porque yo era más músico de sinfónica, pero esto me ha ayudado bastante y me ha hecho que me active más y me ha hecho mejorar bastante este estilo callejero", dijo Simón Andrés a Efe. Su padre aseguró que esta ha sido su motivación para llevarlo a los ensayos. "Ya somos parte de esto, de la comunidad (...) Lo bueno de esto es que aquí uno como que pierde el miedo escénico, porque aquí cualquiera se para y baila, canta y disfruta con nosotros", comentó Rivero. Con ese impulso de estudiantes, representantes y de la propia comunidad, el profesor aspira a consolidar formalmente la Fundación Jazz Latino Afrovenezolano, nombre con el que piensa bautizar a su escuela en la que quiere enseñar que la música y el talento vienen de cualquier parte. "Es mucha satisfacción, porque ver al niño con la constancia de ellos, uno dice que el cansancio y los problemas los dejas a un lado, porque a pesar de la lluvia y algunos obstáculos que hemos tenido, sé que vienen cosas buenas, lo creo, y eso te motiva a seguir. Esa es la satisfacción: verlos crecer, verlos con su constancia, su empeño en ser unos buenos músicos", concluyó el maestro.

 

Caracas, 1 jul (EFE).- Las bocinas, el ruido de las motos, el alboroto de Caracas… Todo se silencia cuando 18 niños y adolescentes de un humilde barrio de la capital venezolana tocan en plena calle la popular pieza de salsa «Mi desengaño», bajo la batuta del maestro Juan Manuel Mejías, quien, sin más medios que su talento, enseña música a menores de bajos recursos.

Sin una sede, con la calle como local de ensayo, troncos y latas como asientos, postes y árboles como atriles, y con los viandantes como fuente de inspiración, el maestro demuestra, desde hace casi dos años junto a sus alumnos, que el arte y la imaginación se pueden desarrollar en todas partes y en cualquier circunstancia.

La idea surgió cuando, en plena pandemia por la covid-19, Mejías pensó que nada podía detener la música y el aprendizaje, así que comenzó su escuela callejera con cuatro alumnos en el noroeste de Caracas. Hoy son 18 los que asisten a sus clases, llevando alegría a los vecinos, con ritmos que combinan la salsa, el jazz y la música clásica.

Alumnos del profesor de música José Manuel Mejía ensayan el 21 de junio de 2022, en una calle de Caracas (Venezuela). EFE/ Rayner Peña R.

TODO SE TRANSFORMA

En las afueras de un taller mecánico, los niños se agrupan durante tres o cuatro tardes a la semana para ensayar las piezas de salsa con arreglos de jazz que su maestro músico prepara.

Al compás de las notas, los viandantes cantan las letras de las piezas que conocen, se paran a mirar y aplauden a los pequeños, que se mantienen concentrados en las indicaciones del profesor y sonríen a quienes celebran su talento.

Los vecinos ya los sienten parte de la comunidad, así que es común ver a algún empleado de las empresas de la zona o a los adultos mayores acercarse con refrescos y golosinas para los niños.

Todo empezó en septiembre de 2020, cuando el maestro decidió visitar las populares barriadas de Caracas para preguntar si había niños músicos en las casas e invitarlos a ensayar al aire libre.

Se fueron sumando menores que pertenecían al Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela y que no podían ensayar por la pandemia, y otros que, sin mayores conocimientos, tenían interés por la música. Y de cuatro pasaron a siete, hasta sumar los 18 actuales.

«Empecé yo a subir esos cerros y a dar esas clases allí y les pedí a los padres que me los permitieran para bajarlos (de sus casas) e ir formándolos y se fueron sumando hasta que llegaron a siete, más o menos, de diferentes instrumentos: trombones, trompeta, violines y todo, clarinete y así empecé (…) se fueron sumando y así empezó la cosa», hasta llegar a la casi veintena actual, explicó Mejías a Efe.

El profesor de música José Manuel Mejía (d) ensaya con sus alumnos, el 21 de junio de 2022, en una calle de Caracas (Venezuela). EFE/ Rayner Peña R.

DONDE ESTÉ EL MAESTRO, ESTÁ LA MÚSICA

El maestro asegura que las clases en plena calle son «una experiencia más» para estos jóvenes que mejoraron su desenvolvimiento en público y su concentración desde que están siendo entrenados bajo este formato.

Su tesis la reafirman Simón Rivero y su hijo Simón Andrés, quienes consideran que se trata de un aprendizaje complementario que ha hecho al niño de 13 años perfeccionar su técnica con el trombón y hacerla más dinámica.

«La verdad es una experiencia, porque yo era más músico de sinfónica, pero esto me ha ayudado bastante y me ha hecho que me active más y me ha hecho mejorar bastante este estilo callejero», dijo Simón Andrés a Efe.

Su padre aseguró que esta ha sido su motivación para llevarlo a los ensayos.

«Ya somos parte de esto, de la comunidad (…) Lo bueno de esto es que aquí uno como que pierde el miedo escénico, porque aquí cualquiera se para y baila, canta y disfruta con nosotros», comentó Rivero.

Con ese impulso de estudiantes, representantes y de la propia comunidad, el profesor aspira a consolidar formalmente la Fundación Jazz Latino Afrovenezolano, nombre con el que piensa bautizar a su escuela en la que quiere enseñar que la música y el talento vienen de cualquier parte.

«Es mucha satisfacción, porque ver al niño con la constancia de ellos, uno dice que el cansancio y los problemas los dejas a un lado, porque a pesar de la lluvia y algunos obstáculos que hemos tenido, sé que vienen cosas buenas, lo creo, y eso te motiva a seguir. Esa es la satisfacción: verlos crecer, verlos con su constancia, su empeño en ser unos buenos músicos», concluyó el maestro.

 

 

 

 

 

 

 

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