Antonio Vale: su pasión la literatura / Por Ramón Rivas Aguilar

Sentido de Historia

 

 

 

 

Antonio Vale, amigo del alma, amigo de tantos años, de tantas ilusiones, de tantos sueños, desde muy temprana edad en su ánima despertó la llama eterna, la pasión, el amor por la literatura. Esa llama misteriosa que dejó en su alma su querida madre.

Imagino esos atardeceres, allá en La Ciénaga, en su morada, escuchando con su delicada voz dulce y melodiosa pasajes maravillosos del Quijote. Una fuerza vital, un entusiasmo por el lenguaje, la palabra que dejó correr entre sus papeles, cuadernos, libretas, en su máquina de escribir y las nuevas tecnologías del mundo post-moderno. El teclado sonoro y misterioso de esas tecnologías que desataron en él, el demonio de su imaginación, fuente de inspiración para la construcción de sus relatos. Esa imaginación que recreó con tanta riqueza literaria la ciudad sin nombre, la ciudad del bullicio, la ciudad del silencio, como son las ciudades que se han edificado a lo largo de la historia de la humanidad. En esas páginas de sus extraordinarios cuentos y de su novela el espíritu universal de la polis.

Antonio Vale, el catire, el hombre y su mundo, su vida y su circunstancia, arrojado entre las cosas, dándole sentido con el lenguaje como parte fundamental de un proyecto de vida, una posibilidad, un estar ahí, en una faena poética, desplegando su existir en la temporalidad, develando su vocación, su vida auténtica, entre tantos avatares de la vida cotidiana. En ese trajinar vital, un sendero: la literatura. El encuentro con la ciudad, la ciudad que amó intensamente, arraigada en lo más profundo de su ser, que poetizó con la imaginación y la hizo universal: la ciudad sin nombre. Esa ciudad, rodeada de colinas, imitando al gigante imperio del mundo antiguo: el genio de Roma. De allí, un canto, una melodía, un susurro al estilo de apolíneo y Dionisio, el mundo helenístico, que revela con sus manos y su alma sus hermosos relatos de tanta innovación, creatividad e imaginación. La seriedad, la responsabilidad, la racionalidad, la angustia, el juego, el drama vital del hombre y la mujer, entre veredas de la ciudad sin nombre, entre luces y sombras, la obra literaria de Antonio Vale. Sus cuentos y su novela, el resonar universal que trasciende los esquemas de la filosofía que han reducido al mortal a un ser racional ajeno a su mundo. No. El hombre vital, el hombre del día y la noche, de la luz y la sombra, el
hombre concreto con sus dramas y sus preguntas existenciales. Es el espíritu del quehacer literario que deja correr Antonio Vale en sus relatos. Por lo que sus lecturas debieron repasar las grandes figuras de la literatura universal, por develar la técnica de la escritura fundamental en su preocupación para su creación literaria. Así, el interés vital por Borges, Cervantes, Cortázar, Sábato, Faulkner.

En ese sentido, Antonio Vale fue riguroso para la construcción de sus cuentos y de su novela. Nada de imitación. Tuvo su propio estilo poético. El rigor, la precisión y la brevedad, fueron de importancia capital en sus trabajos literarios. Sus metáforas de un alcance que trasciende hacia lo universal. Por ejemplo, en su novela, su gran novela, Los fragmentos de un juglar, la narración de la ciudad sin nombre, con una técnica de narrar prodigiosa que recorre ese mundo humano y cultural de esa ciudad sin nombre, entre la luz y la sombra, entre la seriedad y el juego, el mundo lúdico, presente en cualquier ciudad del planeta con el poder de Apolíneo y Dionisio de la antigua Grecia. A lo largo de sus páginas, dos metáforas poderosas que denotan la riqueza literaria y el contenido de lo que ha significado desde la teología y la filosofía para el hombre de Occidente la imagen del alma y el cuerpo, de la luz y la sombra.

En cuanto a la primera, dice: “En todo el frente de la iglesia, con la plaza por medio y los mangos besándose de vez en cuando en las noches, allí centrado en la cuadra, el cine Valera retoza como un Sodoma oculta”. El espíritu de Platón, con el alma y el cuerpo, fragmentado entre el cielo y la tierra, la dualidad religiosa y teológica que marca y sigue marcando nuestra existencia en nuestro tiempo. Una delicia de imagen que nos hace llegar Antonio Vale con su poderosa imaginación y técnica narrativa. Y, la otra, poderosa y hermosa: La noche cerraba un ciclo: el de los crepúsculos. La maravilla eterna del contraste”. Ese contraste entre el día y la noche, el amanecer y el atardecer, la fuente primigenia del nacimiento de la filosofía. La admiración que emerge en el hombre de cómo y de qué manera brota el resplandor y se oculta en el horizonte, un placer, una delicia para descubrir la razón última del universo. Porque hay algo en vez de nada. Esa pregunta vital es la esencia de la filosofía. Antonio Vale con su estilo literario y la agudeza de su pensamiento nos asoma en su novela con tanta claridad. El bello contraste entre el día y la noche.

Bueno, amigo, dejo para los lectores un párrafo de Borges que colocas en una de las primeras páginas de tu novela, que expresa a mi manera de ver un profundo contenido filosófico y de un sabor exquisito de creación literaria: El hombre un constructor de mundos con la magia, el misterio y la belleza de la palabra. El mundo no es posible en el ánima del mortal sin la mirada y el lenguaje. Así, reza tan fascinante y cautivante párrafo: “Yo
soy el único espectador de esta calle; si dejara de verla se moriría”.

Un día dejaste de mirar esa ciudad, la ciudad sin nombre, que inmortalizaste con tu imaginación y recorres las eternas siete colinas, en ese misterio que las rodea entre los cielos y la tierra, la luz y la sombra, el alma y el cuerpo, el eterno contraste de la existencia. Estás entre el mundo celestial y el mundo terrenal, entre los dioses y las divinidades, entre los mortales y los inmortales: tu morada.

 

 

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