A la historia local le acompaña una riqueza humana que impresiona. Allí están presentes las más hermosas vivencias de un colectivo, una comunidad, una barriada, una ciudad… La ciencia que estudia la historia, ha revalorizado en el mundo ese legado, esa huella que dejaron nuestros abuelos en su paso por este mundo de alegrías.
Debemos rendir honores a quienes se esmeraron en guardar para la posteridad todas esas historias de vida de un pasado hermoso… Costumbres que hoy están presentes en la memoria de nuestros pueblos… Creencias de optimismo que se mantienen para siempre… Tradiciones que humanizan el hoy de las comunidades… Cultura que nos ha permitido preservar esa alma humana sensible al sufrimiento del otro.
Las anécdotas son hechos que se destacan por lo curioso y llamativo del suceso acontecido… En 1907, torrenciales lluvias azotaron la ciudad de Valera y pueblos vecinos por varios días. Los parroquianos manifestaban: “Ahora sí se acabó el mundo”, “hasta aquí llegamos”, era la manera de manifestar que ya nada se podía hacer ante aquel fenómeno natural que jamás se había visto en tierras trujillanas.
La situación se puso “tan peluda” que no se conseguían alimentos que consumir, las lluvias habían arrasado con todo a su paso. Las familias comían la cepa de la mata de cambur para mitigar el hambre; de allí que jamás debemos, decir; «de esta agua no beberé, porque uno, no sabe si en el camino le da sed”.
En 1918, un violento temblor de tierra hizo levantar de un brinco a los valeranos que dormían de lo más tranquilo en aquella comarca de calles de tierra que se alumbraba con faroles. Dicen que no había temor sino “culillo”, que es la fase superior del miedo. Fue tanto el terror emocional que en las personas produjo el movimiento sísmico que, hombres, mujeres y niños durmieron durante tres noches en plena calle por la “bola” que pusieron a correr de que se produciría un segundo temblor más fuerte que el primero.
La Tara Negra
Ha existido la creencia que si una tara negra entra a la casa es porque va haber un muerto en el vecindario. Hace unos 50 años, a un vecino le llegó una tara y se pegó al cielo raso de la vivienda, el hombre agarró un palo de escoba y comenzó a perseguir al inofensivo animalito. Después de haber acabado con el hermoso cielo raso de anime, se subió a una silla y zúas, se vino al suelo fracturándose una de sus piernas por estar persiguiendo taras negras…
La cabuya del suicidio
Había un famoso comerciante, don Publio, dueño de una conocida ferretería en la Av. 11. Cada oportunidad que llegaba un valerano a comprar cabuya, Publio le salía con aquello de: ”Carajo al fin se decidió”, se “decidió” ¿a qué? preguntaban los clientes, Publio, respondía; “se decidió a suicidarse por eso está comprando cabuya”, algunos se molestaban, otros se reían de las ocurrencias de este famoso ferretero de la ciudad…
Locutores cañeros
Radio Valera era la única emisora que existía en la ciudad, los locutores antes de llegar a la radio de la Av. 10, pasaban por el negocio de Don Colménter (Av. 14 con calle 12), allí se tomaban tres vasitos de miche sanjonero con miel de abeja, horas después, los parroquianos se daban cuenta que estaban más prendidos que bombillo de túnel al momento en que manifestaban: “El pasado sábado hubo en tierras trujillanas; cinco muertos, entre ellos, dos de suma gravedad…»
Abuelo come chimó
Quien esto escribe, estaba en la esquina de la iglesia San José un sabroso domingo, conversando con un grupo de amigos, tenía unos 13 años, me doy cuenta que a media cuadra, viene el famoso “Abuelo”, en lo que se detuvo en la esquina, me le acercó y le digo: Abuelooo, en milésimas de segundos, el octogenario me lanzó un escupitajo de chimó que cubrió mi rostro, las personas al ver aquel espectáculo se echaron a reír a carcajadas, en mi impotencia comencé a llorar a lágrima viva, duré un mes sin pasar por frente a la iglesia San José para evitar la mamadera de gallo de los parroquianos, de paso, me mudé para la San Juan Bautista.
El abuelo, estaba algo tocado de la cabeza, cuando le gritaban abuelooo, entraba en cólera, sacaba un machete que cargaba debajo de asiento del carro y hacía correr a todo el que encontraba a su paso.
El avión, el avión, el avión
Hace 60 años, creo que sucedió la tragedia de “La Llovizna” en el estado Bolívar. Murieron un centenar de maestros al caer un puente y ser arrastrados por las furias de las aguas. En Valera, una flota de autobuses estaba estacionada frente al Club de Educadores (Av. 13 con calle 11) para trasladar hasta el aeropuerto de Carvajal a familiares y amigos de los educadores trujillanos fallecidos en esa tragedia.
Como estaba muy niño, me agarré de la falda de una señora sumamente gorda y pude subir a uno de los buses. Era la primera vez que salía a pasear fuera de Valera, cuando observé aterrizando el avión que traía los féretros de los maestros fallecidos; casi se me sale el corazón, todo se juntó; el lloro colectivo de los presentes y el impacto que me causó ver por primera vez el aterrizaje de un gigantesco avión militar…