Desde siempre, cuando alguien me pregunta de dónde soy, con el mayor orgullo le respondo: Trujillano nacido en Boconó, “el jardín de Venezuela”. Y eso, para mí, significa mucho. Es una afirmación magnánima que me sirve de puente para alcanzar el alma. Es un verso recurrente del poema que es mi vida. Y, es que, cuando habló de Trujillo, habló de mis paisanos pobladores de nuestro hermoso estado. La luz se me aparece, y descubro sus maravillas, oigo sus voces. Y, al oír sus voces, veo su historia. Historia que nos lleva a la eternidad. Porque, como dice Miguel De Cervantes en El Quijote: “La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
Los trujillanos y las trujillanas somos un pueblo amante de la libertad. Hacemos de ella la vida. Somos un pueblo abierto en el horizonte y preciso en el firmamento. Que como dice, el juglar escuqueño, Ramón Palomares en su poemario Adiós Escuque:
«Venga conmigo y sea un gavilán que aspira al cielo
Suba aquí. Tenga sus ojos en el viento».
Y es que, desde las alturas de su vuelo, el gavilán ve todo; pero, también oye todo. Y ese todo es la realidad. Nuestra realidad.
Y esta cualidad es un Don que poseemos los nacidos en esta tierra encantadora. Don que nos legaron nuestros pueblos originarios. Somos, sobre todo, Cuicas; aunque por nuestras venas, corra sangre europea y africana. Por mucho que se hayan propuesto borrar nuestro simbolismo indígena, éste sigue presente en nuestra identidad cultural, en nuestros rasgos físicos, en nuestra identidad de pueblo.
Los trujillanos somos un pueblo que ha labrado con supremo sacrificio, su propia historia. Somos un pueblo que actúa, que padece y siente, que se propone alcanzar metas y logros, que ve las expectativas que le genera la vida de manera dialéctica. De allí, su permanente inconformidad con lo alcanzado; de allí, su pasión por la lucha, su instinto guerrero.
Ese otro bardo escuqueño, Artemio Pérez Carmona, nos dice que en el Canto Guerrero de los Cuica, …está la genuina e inmortal poesía, brotada virginalmente, sin ninguna clase de impurezas, parangonándose a los versos de los poetas del desierto, a las voces del Popol Vuh, al arte de los mayas y Aymaraes…
Se lee en la traducción que, del Canto Guerrero de los Cuicas, hiciera Rafael María Urrcheaga, lo siguiente:
‘Madre Chía que estas en la montaña: con tú pálida luz alumbra mi cabaña.
Padre Ches, que alumbras con ardor, no alumbres el camino al invasor.
O Madre Icaque: manda tus jaguares, desata el ventarrón y suelta tus cóndores
Padre Ches dame una flecha aguda que mate al invasor
Templa el brazo
que dispare esa flecha sin temor…»
De allí, nuestra herencia guerrera, de pueblo irreductible, amante de la libertad, defensor de la Justicia.
Unido a ese ímpetu guerrero corre por nuestras venas la sangre de un pueblo profundamente amoroso, amistoso, sociable. De un pueblo que siente que es una unidad orgánica; que es un pueblo real y trascendente a cualquier otra realidad. Somos un pueblo que tiene su propia forma de comunicarse, su propio dialecto, su propio idioma. Los trujillanos somos un pueblo que tiene conciencia de saberse el sujeto fundamental de la comunidad.
«Padre Ches, mi troje repleta con granos abundantes; llena mis ollas, con la fuerte chicha y mi pecho con valor. A mi mujer que cría, dale pechos que manen ríos de leche blanca…»
De allí, nuestra herencia de hombre y mujer que mira el futuro, que sueña, que amorosamente construye un mañana mejor. De allí, la herencia de la mayor riqueza que tenemos los trujillanos y trujillanas: un alma pura y buena, profundamente humana, repleta de solidaridad, amorosamente incontenible. Como el águila que, desde la altura de su vuelo, lo ve todo. Nosotros oímos y vemos, en el fragor de la vida diaria, las alegrías y los sueños de nuestro pueblo. Pero, también oímos y vemos sus necesidades, sus dolores y sus angustias. Sin embargo, nos abrigan nuevas esperanzas el sabernos y sentirnos herederos de Los Cuicas. Ello, nos alimenta, nos nutre. Nos hace sentir fundido en nuestro pueblo.
El corazón no nos cabe en el pecho cuando hablamos del lar que nos vio nacer. Somos tierra de libertadores, de sabios y santos, de poetas y músicos, de deportistas y alta cocina, de buenos periodistas y profesionales de las más diversas disciplinas del saber y el conocimiento; pero, sobre todo, somos el pueblo más hermoso que existe sobre la faz de la tierra: hemos sabido conjugar la relación Hombre-Naturaleza; los trujillanos y trujillanas no nos sentimos distintos a ella, convencidos estamos, que formamos parte de la naturaleza. Somos naturaleza en sí misma.
En este último mes, hemos propuesto establecer una nueva relación del pueblo trujillano con la política. La política no puede seguir siendo concebida solo como el ejercicio del poder, ello ha hecho de ésta, un concepto de dominación. La política no puede ser separada de la comunidad, la comunidad toda es política. Por ello afirmamos que, entre pueblo y política, no hay fronteras que los separen. En un sistema verdaderamente democrático, el pueblo es el sujeto, y al mismo tiempo el objeto, de la política; no hay política sin pueblo, ni política que no sea para el pueblo.
Empeñados estamos en construir un nuevo Trujillo. Nuevo Trujillo en cuyo fraguado tenemos como principios fundamentales la justicia social, la equidad, la libertad, la solidaridad, la igualdad, la soberanía; como una comunidad creadora de cultura, que en su rostro este dibujada la fraternidad y la convivencia como respuesta a las prácticas racistas y xenófobas impuestas por el neoliberalismo; un Trujillo en donde quepamos todos. No hablamos de un Trujillo idílico, imaginado en el sueño de la utopía no realizable, hablamos del Trujillo posible de fraguar. Hablamos de una utopía preñada de esperanzas y convicciones.
Ello supone, entonces, pensar el pueblo y la democracia de una manera distinta. Por eso, convencido estoy que todas y todos juntos, lo lograremos.
Hugo C. Cabezas B.