Por: Antonio Pérez Esclarín
Para seguir resistiendo y no dejarnos doblegar por el desaliento, la resignación o la rendición ante tantos abusos y trampas, necesitamos robustecer el amor. Amor a Venezuela, amor a los venezolanos y amor a la libertad. El amor es acción creadora, capaz de animar todo movimiento de transformación personal y social. Por ello, hay que recuperar el significado del amor como fuerza servicial y solidaria y liberarlo de ese sentido sensiblero al que muchos lo han reducido. Amar a una persona supone esforzarse para mitigar sus sufrimientos y problemas, trabajar para que tenga más vida, sea más feliz. Amar a Venezuela significa trabajar por liberarla pacíficamente de un Gobierno que ha destruido al país, ha expulsado a millones de personas a los que se les cerró la posibilidad de vivir dignamente de su trabajo, y sigue impidiendo la vida a las mayorías.
El amor como acto de resistencia, es la respuesta a una sociedad que ha desviado su esencia como lugar de convivencia en la diversidad, y ha tomado los caminos de la deshumanización. En un país donde las desigualdades se acrecientan y derivan para la mayoría en hambre, penuria y muerte, el amor rebrota como trinchera de esperanza tenaz y comprometida, incluso en medio de la noche oscura.
El amor es una fuerza vigorosa que trasciende toda violencia y opresión. Por eso, donde hay amor no hay violencia, pues esta última se alimenta del odio, del deseo de venganza, mientras que el amor es el desborde de la entrega. El amor no ofende, miente o denigra. El amor anima, sana, libera, construye. La fuerza del amor no se sustenta en las amenazas, en las armas, en los grupos violentos. Su fuerza es desarmada, servicial, dadora de vida. El amor no es cobarde, sino muy valiente y subversivo de todo lo que niega la vida y la libertad.
El amor no es egoísta, es siempre solidario, lanza a las personas al camino de la esperanza, a la ruta de la salvación. Solo el amor es capaz de liberar al esclavo del miedo, liberación que es y será siempre un acto de resistencia. En estos tiempos en que impera la insensibilidad y la crueldad, es tarea del amante que resiste reforzar la vocación de entrega teniendo siempre en el horizonte la visión de un país justo, próspero, reconciliado y libre. Después de todo, sólo el amor salvará a Venezuela y a la humanidad. Si el autoritarismo amenaza con la muerte, la radical resistencia en el amor anuncia la resurrección de un país nuevo.
Es tarea también del amante denunciar los abusos e incoherencias, los silencios cómplices y la degradación de una supuesta izquierda que al abandonar la ética se ha emparejado con el fascismo. Nunca he podido comprender el silencio cómplice de algunos intelectuales y políticos, que ante el miedo de aparecer alineados con la derecha, se callan ante la conducta de los gobernantes de izquierda. Siempre críticos de los que consideran de derecha, callan hoy las barbaridades que están cometiendo las izquierdas, como callaron ayer los crímenes de Stalin o de Mao. Ni la cobardía, ni la ideología ni la disciplina partidista pueden acallar las voces y las conciencias. Si esto es así ¿qué sentido tiene seguir hablando de derechas y de izquierdas? De ahí la necesidad de recuperar la ética como sustrato de la política. Más que de izquierda o de derecha, deberíamos hablar de personas y de gobiernos éticos y cumplidores de la ley, y personas y gobiernos inmorales y que utilizan la ley a su conveniencia.
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