Amnistía general: ¿cómo es eso? ¿y la justicia? Un cambalache difícil de comprender y aceptar | Por: Luis A. Villarreal P.

 

Para un buen sistema de gobierno, que por ende busque realizarse hacia la posteridad en función de sus connacionales, no hay nada más ambicioso que permanecer en sintonía con los preceptos de la justicia.  Simón Bolívar —apóstol de la libertad y la paz— atraído por ese don ineludible llegó a enaltecerla al exclamar:

«La justicia es la reina de las virtudes republicanas, y con ellas se sostienen la igualdad y la libertad…»

Nos parece que para forjar la idea de la justicia que nos redima a todos, hemos de tener en cuenta lo que el Libertador consideraba eran los obstáculos principales, que debemos detectar y combatir, cuando nos advirtió:

«Nuestras discordias tienen su origen en las dos más copiosas fuentes de calamidad pública: la ignorancia y la debilidad».

Suponemos que una nación debe enaltecerse a sí misma sembrando de contínuo el precedente de respeto hacia sus valores que han de caracterizarla en su contexto y transcurso sociocultural y político:  productivo, folclórico, religioso, organizativo y contencioso.  Ese sería el mejor de los cimientos, el obelisco referencial de su nacionalidad e idiosincrasia, siempre adheridos al imperio de la ley.

Carlos Gardel [1890-1935] versionó un tango argentino titulado ‘El cambalache‘ [autoría de Enrique Santos en 1934], canto y danza que reniegan del trueque [ya no de cosas de escaso valor] que causa ratón moral al colectivo cuando sale trasquilada la razón, la lógica, la justeza, el mérito, el derecho, la libertad, y, en redondo, la justicia.

Ese pragmatismo que deja en entredicho la cualidad ciudadana, la honra de una nación, el orgullo entendido humildemente, la frente en alto de su gentilicio, es lo que las sociedades deberían evitar a toda costa.

Aunque nuestra historia esté carcomida por aciagas circunstancias y determinaciones políticas, deberíamos rectificar; porque simplemente hemos de retomar el camino de la civilidad y, por qué no, sumarnos al concurso de la perfectibilidad: por la estética y la depuración humana en sociedad.

El cambalache, tango satírico y protestatario interpretado con más fuerza por el virtuoso Gardel, en un extracto estrófico, nos dice:

Hoy resulta que es lo mismo

ser derecho que traidor,

ignorante, sabio, chorro,

generoso, estafador.

¡Todo es igual, nada es mejor,

lo mismo un burro que un gran profesor!

No hay aplazaos ni escalafón,

los inmorales nos han igualao…

Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición,

da lo mismo que si es cura, colchonero, rey de bastos,

caradura o polizón.

¡Pero qué falta de respeto,

qué atropello a la razón!

Lo que anda gestionando el pool de presidentes capitaneados por Gustavo Petro, ya sin disimulos, porque el señuelo de su petitorio al gobierno de Miraflores para que Venezuela regrese a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, ya se ha puesto al descubierto.

Entonces, el presidente colombiano, aupado por sus pares de Argentina y México, anda esponjoso por ‘sus fueros’. Desea continuar e interpretar la política de Juan Manuel Santos, en Colombia y Venezuela [tal vez también en Rusia y Ucrania], con otra versión ambigua y complaciente de la paz, en los cuestionables capítulos de impunidad política que se soportan los mencionados países, sobre hechos fehacientes de violación e irrespeto a la institucionalidad, derechos humanos y soberanía, por prácticas deleznables de sus victimarios.

Lo que expresó Gerardo Blyde, cabeza de la bancada opositora en el Diálogo de México, al enterarse de las propuestas de Petro, dio a entender que no todo es negociable —condicionar en exabrupto las Elecciones Libres—, presagia que nuestra Venezuela estará fortalecida por la fe de sus ciudadanos visionarios, y nos exhorta a saber distinguir lo que debería ser, lo que debemos rechazar.

Lavar las heridas de nuestra sociedad dirimiendo las diferencias y conflictos, debidas al extravío, producirá la mejor reconciliación, pero solamente a través de la verdad; de un compromiso sincero y responsable, para evitar el resquemor por haber prescindido de la dignidad colectiva. Esa sería una reconciliación feliz sin cicatrices ni secuelas. Asumiendo lo que para la historia es mucho mejor establecer.

Como se ha dado por sentado, el trayecto a recorrer es para participar en las Primarias. Con ellas se legitimarán un tanto los liderazgos, si hay suficiente concurrencia de electores. En el debate que sin duda ha de suscitarse veremos las posturas, y de entre ellas escogeremos la más coherente con las circunstancias, siempre buscando simetría democrática en el perfil de libertad y justicia que nuestro país ha de tener.

 

 

 

 

 

 

 

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