La Cuarta Revolución Industrial, con sus saltos cuánticos en materia tecnológica, se cierne como una nube negra sobre el futuro de América Latina. Por lo pronto, la automatización afectará fuertemente al sector de los servicios, donde se sitúa el 80% del empleo en la región. El único beneficio que podría traer esta era de cambios profundos, radica en la posibilidad de hacer uso de las nuevas tecnologías para saltar por encima de muchas de las limitaciones que actualmente nos rodean. Entre las posibles áreas donde ello podría suceder, se encuentran las que a continuación se enumeran.
Los bajos costos de la manufactura sustentada en la nueva robótica y la impresión 3D, pueden competir favorablemente con los bajos costos de la mano de obra intensiva de Asia. Ello está propiciando un fenómeno que se ha dado en llamar localización. De acuerdo al mismo, las empresas del mundo desarrollado están iniciando un regreso a casa desde los países de mano de obra barata. Sin embargo, en lugar de plantearse la reinstalación en Estados Unidos o Europa de grandes plantas manufactureras, se persigue una descentralización del proceso productivo. En virtud de éste, las plantas serían mucho más pequeñas y se radicarían tan cerca como posible del consumidor final. La periferia de las ciudades se llenarían de éstas.
América Latina no tendría porqué cruzarse de brazos, a la espera de que las multinacionales viniesen a implantar sus nuevas plantas en la periferia de nuestras ciudades. Por el contrario, podríamos aprovecharnos igual que ellas del bajo costo de la robótica y la impresión 3D, para reindustrializar a América Latina. Ello, sobre la base de pequeñas plantas distribuidas a lo largo y ancho de la región.
Un pequeño país del Este de Europa, Estonia, lleva la delantera en esta materia. Habiendo comprendido que el bajo costo de los robots puede colocarlo en condiciones de igualdad con la mano de obra barata de Asia, ha hecho del país un pequeño emporio industrial. Algo similar podría decirse en relación a la impresión 3D, la cual baja de manera radical el costo de acceso a la producción industrial. Eliminando la necesidad de inventarios y reduciendo drásticamente el número de piezas y partes requeridos para la manufactura, ésta se transforma en la opción ideal para las pequeñas y medianas empresas.
Otro sector donde América Latina podría dar un salto y, en este caso posicionarse internacionalmente, es en el llamado dominio de conocimiento. El dominio de un nicho especializado de conocimiento permite utilizar los algoritmos como garrochas para dar grandes saltos. Mientras los algoritmos pueden provenir de distintas fuentes, la experiencia resulta fundamental para el dominio de un área puntual.
La combinación de ambos puede resultar tremendamente poderosa. Un buen ejemplo lo da Nueva Zelanda, que combinó su experiencia en la producción ganadera con el recurso a los algoritmos. Ello le permitió aumentar de manera drástica su producción y exportaciones de carne. La experiencia de la que disponen los diversos países de América Latina en el área de los recursos naturales, bien podría fusionarse con el llamado “big data” para lograr resultados similares.
Los latinoamericanos podemos transformarnos también en artesanos de la alta tecnología. Esta es una noción desarrollada por el futurólogo Jeremy Rifkin. Para él, las ideas de una economía sustentada en lo artesanal, desarrolladas por Mahatma Gandhi como opción para la India, encuentran su materialización en nuestros días gracias a la impresión 3D. Rifkin habla de la nueva sociedad de los “prosumidores, en la cual armados de pequeñas máquinas de impresión 3D producen lo que otros necesitan.