Para aprender a escuchar debemos amaestrar los oídos, debemos acercarnos a las palabras emitidas por el otro aunque sea más fácil el camino de la retirada. Soportar la sordera y pedir la palabra corriendo el riesgo de la pregunta del psicoanálisis freudiano para el “desarrollo de la verdad”: “mira, le dice, cuál es tu propia parte en el desorden del que te quejas”.
Si sigo el ritmo de la mudanza anterior, deberíamos decir entonces, amaestrar los oídos ante la incertidumbre y saber cuál es mi parte en ella. Mi parte, respondería, es mi forma de decir, de descubrirla para, en primer lugar, soportarla, y en un segundo momento, superarla. Otro juego de palabras, no la supero si no puedo soportarla para que ella cambie conmigo. Pienso en voz alta y expongo exponiendo. También amaestro mis palabras para comunicar. Si escuchas tal vez mi mudez se transforme en actos silenciosos.
Mi culpa es tener parte de la culpa en los juegos del laberinto, ese nido de angustias que corroe el reposo del pensamiento. Nadie cree en el otro. Creer no es seguir a otro, justamente la creencia es un pensamiento en reposo, una certeza. La certeza no es un sofisma, es una forma de caminar por el filo de la navaja, “entre dos aguas” o más. Saber escuchar todos los decires, importa es el sentido pegado a cada cosa oída. Al oír concluye la onda en mi oído. Oír la fotografía, la imagen, el cuerpo al andar. A la boca cuando se abre y se cierra. Amaestrar para comprender.
Escucho la pregunta, revota en muchos tímpanos. Tímpanos, esta palabra llama la atención mientras aparece la fulana pregunta. ¿Va acomodar la economía la realidad? Creo que la economía no ha resuelto la crisis humanitaria de la humanidad y de la realidad. Amaestro la respuesta y los tímpanos siguen en un eco criptalizado. El desarrollo de la verdad es exigente y la queja va reduciéndose para decir con el viejo Simón Rodríguez “asumo mi culpa para no tener el trabajo de excusarme”.
Debemos amaestrarnos como pueblo para lograr con dignidad las dos comidas, la del estómago, la que se convierte en abono orgánico desperdiciado en las cañerías de la sociedad y la del alma, ese maravilloso invento que ha alimentado el vuelo en las distintas eras humanas. Usted y yo somos culpables, amaestremos el estómago y el alma. Sin estos panes no habrá independencia. No pidamos ayuda a los de afuera, hay quienes están peor que nosotros. Pega tus oídos a tu antigua casa, a tu antigua tierra y escucha a tus ancestros.
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