Ernesto Rodríguez (ernestorodri49@gmail.com)
Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) fue un teólogo alemán disidente del gobierno nazi de Adolf Hitler (1889-1945). Estuvo involucrado en planes de algunos agentes de la Oficina Militar de Inteligencia Alemana para asesinar a Hitler pero fue arrestado por la Gestapo en 1943 y ahorcado en abril de 1945.
Bonhoeffer en un pasaje de sus escritos en la prisión titulado ‘Sobre la estupidez’ se refiere a la carencia de reflexión moral de algunas personas que se comportan de manera malvada. Unos 20 años después la autora alemana judía Hannah Arendt (1906-1975) denominó a esa irreflexión moral la ‘banalidad del mal’ y otros autores como el filósofo noruego Lars Svendsen (nac. 1970) la han denominado ‘maldad estúpida’. Pero Svendsen aclara que esas personas irreflexivas en lo moral pueden ser inteligentes para otras cosas y pueden tener títulos académicos (1). De manera muy obvia Bonhoeffer se refiere al fenómeno por el cual muchos alemanes se fanatizaron y robotizaron por la influencia de Hitler y el prototipo de esa clase de maldad ha sido el comandante nazi alemán Adolf Eichmann (1906-1962) que fue uno de los principales organizadores del Holocausto, y fue capturado en Argentina en 1960 y juzgado y ahorcado en Israel en 1962. Durante su juicio dijo: “Yo seguía las órdenes que me daban sin pensar” y solamente respondía a las preguntas de los jueces con una ristra de clichés como si fuera un robot programado (2).
Veamos fragmentos del pasaje que escribió Bonhoeffer: “La estupidez es un enemigo del bien más peligroso que el mal. Uno puede protestar contra el mal (…) Contra la estupidez no tenemos defensa (…) el razonamiento no sirve (…) de hecho, fácilmente puede volverse peligroso, porque hace falta poca cosa para que el estúpido se ponga agresivo (…) nosotros nunca más trataremos otra vez de convencer a un estúpido con razones, porque es inútil y peligroso. Si queremos tratar adecuadamente al estúpido, debemos comprender su naturaleza (…) Nos da la impresión de que la estupidez es probablemente no un defecto congénito, sino uno adquirido en ciertas circunstancias en las cuales las personas ‘se hacen’ estúpidas a sí mismas, o permiten que otros las hagan estúpidas. Notamos además que este defecto es menos común en los individuos solitarios e insociables que en los individuos o grupos que se inclinan a la sociabilidad (…) Parece entonces, que la estupidez es un problema más sociológico que psicológico, y que es una forma especial del efecto de circunstancias históricas sobre las personas (…) Si miramos con más detalle, vemos que cualquier manifestación violenta de poder, sea política o religiosa, ocasiona un estallido de estupidez en gran parte de la humanidad. De hecho esto parece ser una ley psicológica y sociológica: El poder de algunos necesita la estupidez de otros (…) el surgimiento del poder causa una impresión tan poderosa, que los hombres quedan privados de su capacidad de juicio independiente, y – de manera más o menos inconsciente – dejan de tratar de entender el nuevo estado de cosas por sí mismos. El hecho de que el estúpido frecuentemente es terco no nos debe llevar a creer que es independiente. Cuando uno habla con él, uno siente en la realidad que uno no está tratando con ese hombre, sino tratando con slogans, consignas, clichés y cosas parecidas que se han adueñado de él. Él está hechizado, cegado, y su propia naturaleza es utilizada y explotada de mala manera. El estúpido, al haberse convertido en un instrumento pasivo, será capaz de cualquier maldad y al mismo tiempo será incapaz de ver que es una maldad” (3).
Muchos autores han considerado que este tipo de maldad por estupidez es un tipo de maldad muy frecuente debida a irreflexión moral, también conocida como “maldad por estupidez moral”. Veamos las apreciaciones de algunos autores escogidos.
El escritor francés Albert Camus (1913-1960) publicó su novela ‘La Peste’ en 1947 y el narrador de los acontecimientos dice: “La maldad que hay en el mundo siempre proviene de la ignorancia, y las buenas intenciones sin clarividencia pueden hacer tanto daño como la malevolencia. En términos globales, los hombres son más buenos que malos; pero esa no es la cuestión real. Porque ellos son más o menos ignorantes y es eso lo que llamamos vicio o virtud; el vicio más incorregible es el de una ignorancia que cree saberlo todo y por eso considera que tiene el derecho de matar. El alma del que mata es ciega; y no puede haber verdadera bondad ni verdadero amor sin toda la clarividencia posible” (Parte II, Cap. 8).
Asimismo, el poeta Charles P. Baudelaire (1821-1867) al final de su poema: ‘La Moneda Falsa’ dice: “No hay excusa para la maldad; pero el que es malo, si lo sabe, tiene algún mérito; el vicio más irreparable es el de hacer el mal por estupidez” (poema 28 de ‘Los pequeños poemas en prosa o Spleen de París’, publicados de manera póstuma en 1869).
Igualmente el escritor francés François de La Rochefoucauld (1613-1680) en sus ‘Máximas Morales’ (quinta edición 1678) dice: “Difícilmente cualquier hombre es suficientemente agudo para saber todo el mal que hace” (Máxima 269). También: “Un estúpido carece de la substancia para ser bueno” (Máxima 387).
En la misma tónica, el poeta italiano Giacomo Leopardi (1798-1837) en sus ‘Opúsculos Morales’ (1827), en la sección: ‘Dichos Memorables de Filippo Ottonieri’ dice: “Él dijo que la negligencia y la irreflexión son la causa de un número infinito de acciones malvadas y crueles (…) Él opinaba que en los hombres la irreflexión es mucho más común que la crueldad, la inhumanidad y otras cosas parecidas, y que una parte substancial del comportamiento y las acciones del hombre que son atribuidas a una maldad innata, en realidad son debidas a irreflexión”.
Entonces…¿Cómo se podría disminuir la maldad por irreflexión?…Quizá una posible respuesta sería “pensar” de la manera más adecuada. El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) en su obra: ‘Crítica del Juicio’ (1790) enfatiza tres máximas para pensar adecuadamente. En primer lugar pensar de manera autónoma, que Kant llama “pensar de manera desprejuiciada”. Es decir, no seguir de manera irreflexiva y ciega (heterónoma) las ideas u órdenes de otros. En segundo lugar pensar poniéndose en el lugar de las demás personas. Y en tercer lugar pensar de manera consecuente. Pero mejor citemos sus propias palabras sobre tales máximas: “Ellas son: 1) Pensar por sí mismo 2) En el pensamiento ponernos en el lugar de cualquier otro 3) Siempre pensar de manera acorde consigo mismo. La primera es la máxima de pensamiento ‘desprejuiciado’; la segunda es la de un pensamiento ‘ampliado’; la tercera es la de un pensamiento ‘consecuente’. La primera es la máxima de una Razón que nunca sea ‘pasiva’. La tendencia a tal pasividad, y por lo tanto a la heteronomía de la Razón, es llamada ‘prejuicio’ (…) Respecto a la segunda máxima de la mente (…) indica un hombre con un pensamiento ‘ampliado’ que descarta las condiciones privadas subjetivas de su propio juicio, en las cuales tantos otros están como encerrados, y reflexiona sobre su propio juicio desde un ‘punto de vista universal’ (lo cual él solamente puede determinar poniéndose en el punto de vista de otros). La tercera máxima, es decir, la del pensamiento ‘consecuente’, es la más difícil de lograr, y solamente se puede alcanzar por la combinación de las dos primeras, y después de que la constante observación de ellas se ha convertido en un hábito” (Primera Parte, sección 40 ‘Del gusto como una especie de sensus communis’).
Probablemente Kant está muy acertado en lo que plantea.
Dicho en otras palabras más sencillas, insistía, en primer lugar en que debemos despojarnos de ‘prejuicios’ que nos haya inculcado la sociedad y debemos pensar de manera muy autónoma y crítica sobre todos los temas. En segundo lugar, debemos siempre ponernos en el lugar de la otra persona, y en tercer lugar siempre debemos combinar las dos primeras máximas enunciadas y convertirlas en un hábito permanente en la conducta.
Por otro lado, el tema de la ‘estupidez moral’ tiene una relación sumamente estrecha con el tema del reconocimiento y el respeto por la verdad.
Escribo en diciembre de 2024 y la experiencia en mis 75 años de vida, me ha enseñado que las personas más proclives a incurrir en ‘estupidez moral’, son las que se niegan a reconocer la verdad…Simplemente no tienen ni el más mínimo respeto por la verdad, aunque sean verdades apabullantes, y en consecuencia no hay posibilidad de diálogo racional posible con tales personas.
La moraleja es que siempre debemos hacer un esfuerzo por conocer la verdad, aunque sea una labor difícil, y solamente después de tener una idea, aunque solamente sea aproximada, sobre tal verdad,…Entonces podemos asumir actitudes, opiniones y conductas acordes con nuestra reflexión y análisis.
NOTAS: (1) Pag. 163 en Lars Svendsen (2010) ‘A Philosophy of Evil’. Dalkey Press (2) Pags. 151 y 188 en Ibid. (3) Pags. 141-143 en Ibid.