Barcelona, 11 mar (EFE).- Andaba el Barcelona anestesiado, sin plan y sin alma, parecía el equipo un reflejo de lo que se vivía en el club, sin presidente, perseguido por el ‘Barçagate’ y esa inercia negativa lo invadía todo, aunque parece que algo está cambiando.
Ya sabemos que el fútbol es un estado de ánimo. El término lo acuñó Jorge Valdano y es aplicable ante cualquier situación que se presente en el mundo del fútbol, en el caso del Barcelona de Ronald Koeman esa depresión le ha dejado fuera de Europa, ya que coincidió con el 1-4 en la ida ante el París SG, y a punto estuvo de quedar eliminado en la Copa.
En el fútbol, como en la vida, el convencimiento es fundamental y el Barcelona está empezando a creer. Si hace unos meses pensar en LaLiga era una quimera, ahora al menos está en disposición de lucharla; y también está en la final de Copa, algo difícil de imaginar tras aquel 2-0 en Sevilla.
Pero sobre todo, el Barça ha demostrado que es capaz de competir contra los mejores y hacerlo con las armas de siempre. Mucho mérito es de Ronald Koeman que, ante la necesidad, ha decidido darle el protagonismo a los jóvenes para sacar la esencia histórica de los culers.
Así le ha dado los galones a Ronald Araujo, llamado a hacer historia en el Barcelona; le ha dado oportunidades a Óscar Mingueza; cuenta con Ilaix Moriba como último invitado especial; le da algunos minutos (pocos para muchos seguidores) a Riqui Puig, un jugador diferente; a Sergiño Dest y, claro, a Pedri, la sensación de la temporada.
Además Koeman, revolviendo en el armario, ha cambiado las puertas y ha recuperado la mejor versión de Frenkie de Jong y la de Ousmane Dembélé; y eso que Ansu Fati, la estrella emergente lleva meses de baja.
Así que en París, ante el poderoso PSG, el Barcelona no pasó, ni tan siquiera ganó, pero demostró de lo que es capaz. Frente a un rival que le había atropellado unas semanas antes en el Camp Nou, los azulgrana le dieron un repaso futbolístico al equipo de Mauricio Pochettino, que tuvo suerte de que Keylor Navas estuviera en modo insuperable porque si no todo se le hubiera complicado pese a la amplia ventaja acumulada.
Y para certificar esta afirmación, nada como las estadísticas. Sumando los dos partidos, el Barcelona remató diez veces más que el rival (33-23) y también más veces a puerta (14-12), aunque al final lo que cuenta es el resultado global (2-5).
Koeman sabe donde está el problema: en la definición. A su equipo le cuesta concretar las muchas ocasiones que tiene. Por contra, el técnico holandés le va dando vueltas al dibujo táctico y ya no vive con la idea fija del 4-2-3-1 como cuando llegó a Barcelona.
La riqueza táctica le ha dado unas cuantas alegrías, como cuando impuso un 3-5-2 frente al Sevilla que le permitió dar la vuelta a la eliminatoria copera, o incluso con el arriesgado 3-4-3 que utilizó frente al PSG anoche.
Pero sobre todo Koeman sabe de la importancia de Leo Messi en este equipo, tanto por la calidad y el desequilibrio que atesora, pero también por la necesidad de que se erija en tutor de esa nueva hornada de jóvenes jugadores que tiene el Barça.
Por eso, tras la eliminación en París, Koeman lanzó un mensaje directo a Messi: «Debe decidir su futuro, nadie puede ayudarle en esto, y ve desde hace tiempo que el equipo va a más. Y con los cambios que hemos hecho, con los jóvenes que van a más, no puede tener dudas del futuro de este equipo».
Dicen que con la llegada de Joan Laporta a la presidencia, Messi puede sentirse más cómodo. Dicen que ha aparcado su idea de jugar en Miami. Dicen que algo está empezando a cambiar en el Barça.