¡Aleluya!…Ha Resucitado el Rey de Vida Eterna

 Domingo de alegría por la Resurrección del Salvador

 Domingo de alegría por la Resurrección del Salvador

Jesús, después de su muerte en la cruz, fue enterrado en un sepulcro nuevo que había en un huerto próximo al lugar en que lo crucificaron.

Los evangelios no nos describen el hecho mismo de la resurrección ni el cómo y cuándo precisos en que sucedió, sino las consecuencias de tal acontecimiento: el sepulcro vacío, las múltiples y variadas apariciones del Señor y las circunstancias de las mismas.

Al amanecer del domingo, María Magdalena y otras piadosas mujeres fueron al sepulcro; la piedra que cerraba la entrada había sido removida, y el cuerpo del Señor no estaba allí.

Después fueron Juan y Pedro, que comprobaron lo que les habían dicho las mujeres.

El mismo domingo, Jesús se apareció a las mujeres y a María Magdalena, a Simón Pedro, a los discípulos de Emaús, al conjunto de los apóstoles, etc.

Las apariciones a personas en particular y a grupos incluso numerosos se sucedieron en Jerusalén y en Galilea, hasta la Ascensión del Señor.Ellas fueron y contaron lo que había sucedido cuando fueron al sepulcro, que el Dios de la vida Eterna ya no estaba allí.

El creer en la Esperanza de Vida

De las palabras de Cristo a los suyos después de la resurrección, es bueno recordar algunas de las que dijo a los dos discípulos que el mismo domingo de pascua iban a Emaús.

En el camino Jesús se les hizo encontradizo y entró en diálogo con ellos. Estaban tristes y desilusionados porque los sumos sacerdotes y los magistrados condenaron a muerte a Jesús y lo crucificaron. «Nosotros –añadieron– esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó…». Entonces el Señor les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?»

Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse a Emaús, lo invitaron a quedarse con ellos y, puestos a la mesa, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció de su lado.

Ellos se volvieron a Jerusalén y contaron a los Once y a los que estaban con ellos lo que les había pasado.
Estaban hablando de estas cosas, cuando Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo repetidamente: «La paz con vosotros». Aún tuvo que serenarlos, comió y les añadió: «Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Finalmente les dijo:
«Como el Padre me envío, así os envío yo… Vosotros sois testigos de todas estas cosas».

 

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