Por: Antonio Pérez Esclarín
Los días de Pascua son días de alegría pues celebramos el triunfo de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, de la paz sobre la violencia. Pero como plantea el teólogo José Antonio Pagola, ¿se puede celebrar la Pascua cuando en gran parte del mundo y sobre todo en Venezuela sigue el Viernes Santo, y se sigue crucificando inocentes mediante el hambre, la falta de luz, agua y medicinas? ¿No hay algo falso y cínico cuando en las iglesias entonamos cantos de gozo pascual? ¿Será que tenemos que aplazar nuestra alegría y reprimir nuestro gozo para no ofender el dolor de las víctimas, hasta que en Venezuela todos vivamos con dignidad?
Ciertamente, la alegría pascual no tiene nada que ver con la satisfacción de los que celebran complacidos su propio bienestar ajenos al dolor de los demás. No es una alegría que se vive de espaldas al sufrimiento de las víctimas. La alegría pascual es otra cosa. Los seguidores de Jesús no estamos alegres porque en Venezuela ha desaparecido el hambre, el dolor, la represión. Estamos alegres porque sabemos que Dios quiere la vida y la felicidad de los que sufren. Por eso, para nosotros la alegría pascual se convierte en compromiso tenaz por liberar a Venezuela del imperio de la muerte, pues estamos seguros que un día “enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte, ni llanto, ni gritos, ni dolor” (Apocalipsis, 21,4). Un día, todo eso habrá pasado y Venezuela renacerá vigorosa de sus cenizas.
Nuestra alegría se alimenta de esta esperanza. Por eso, no olvidamos a los que sufren. Al contrario nos dejamos conmover por su dolor. Saber que Dios hará justicia a los crucificados no nos vuelve insensibles. Nos anima a luchar contra todo tipo de opresión e injusticia. Permanecer inactivos ante tanto sufrimiento equivaldría a negar el espíritu de Pascua.
Por ello, en estos tiempos tan difíciles, la alegría pascual que surge de la paz del corazón y de la seguridad de que uno está cumpliendo con su deber de cristiano y de ciudadano, es subversiva. Porque los que gobiernan nos quieren tristes, derrotados, sin espíritu de lucha para reclamar la vida digna a la que todos tenemos derecho. Yo, por lo menos, me esfuerzo todos los días para que no me derroten. Más bien, estoy convencido de que la actitud alegre y entusiasta es una especie de victoria, pues a los que nos quieren sometidos y vencidos, a los que siguen llenando de cruces al país, les resulta insufrible ver personas que no se rinden y siguen trabajando con pasión y entrega por sacar a Venezuela del abismo en que la han arrojado.
Muy consciente de que sobrevivir, o incluso alimentarse, cada día está resultando una tarea heroica a la que la mayoría dedica todas sus fuerzas y energías, yo cada mañana doy gracias a Dios por la vida y por las oportunidades que me brinda el nuevo día para crecer hacia adentro, para servir y trabajar por Venezuela y me repito con verdadera convicción: “Hoy no voy a permitir que los amargados me amarguen; que los temerosos me contagien su miedo; que los violentos me quiten la paz; que los derrotados me hagan claudicar. Hoy, yo voy a tratar de vivir como un regalo para los demás. Voy a testimoniar con mi vida la verdadera alegría pascual”.