El escritor francés Albert Camus (1913-1960), Premio Nobel de Literatura en 1957, publicó en 1956 su famosa novela: ‘La Caída’. Esa novela es un largo monólogo de un abogado llamado Jean Baptiste Clamence, que narra a un conocido en Amsterdam su vida en París cuando era un próspero abogado, orgulloso y famoso por sus virtudes, cuando era un abnegado altruista que defendía gratuitamente a los clientes carentes de dinero, y se sentía muy bien con su vida virtuosa. No obstante un día de repente ‘cae’ en una terrible crisis existencial porque se pone a reflexionar que en realidad todas sus virtudes solamente eran un instrumento para alcanzar éxito y popularidad, y concluye que las ‘virtudes’ solamente son estratagemas de los supuestos ‘hombres buenos’ que en realidad viven centrados en su propio ego.
Creo que en esa novela Camus se equivoca rotundamente sobre la relación entre ‘egoísmo’ y ‘altruismo’. La teoría evolutiva darwiniana es la única que nos permite comprender por qué el humano es egoísta y altruista de manera simultánea y contradictoria. La especie humana se formó en un largo proceso evolutivo a partir de ancestros primates pre-humanos y ese proceso determinó muchas de las características físicas y mentales del actual humano.
La Selección Natural Darwiniana actúa sobre características que están determinadas por genes y los estudiosos de la evolución distinguen dos niveles en la historia evolutiva del humano: 1) Selección a nivel de individuo y 2) Selección a nivel de grupo.
La selección a nivel de individuo era debida a la competencia por los recursos y favorecía las características genéticas que conferían egoísmo al individuo. No obstante, nuestros ancestros vivían en pequeños grupos que ineludiblemente luchaban con otros grupos, y en tales circunstancias se seleccionaban favorablemente las características genéticas que conferían a los individuos la capacidad de ser solidarios y cooperadores con los demás miembros de su grupo. En efecto, el gran naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) en su obra: ‘La Descendencia del Hombre’ (1871) analiza el origen evolutivo de la moral y plantea que los grupos integrados por individuos más cooperadores y solidarios tenían más capacidad para triunfar en las luchas con los demás grupos integrados por individuos menos cooperadores y solidarios (véase Parte I, Cap. 5).
Por otra parte, ese comportamiento altruista dentro de esas bandas victoriosas también beneficiaba a cada miembro de la banda y eso significa que en ciertas condiciones muy particulares no hay contradicción entre altruismo y egoísmo. Pero en muchas otras situaciones sí hay contradicción. Entonces el humano actual por un lado tiene tendencias altruistas hacia los demás humanos de su grupo, pero por otro lado, al mismo tiempo tiene tendencias egoístas y esa contradicción genera tensión, perplejidad y malestar a toda persona normal, porque nadie se siente bien al percatarse de tales tendencias en su propia personalidad. Entonces, Jean Baptiste Clamence tuvo su crisis y su ‘caída’ porque consideraba que el ‘egoísmo’ y el ‘altruismo’ son opuestos irreconciliables y que una persona es ‘egoísta’ o es ‘altruista’, cuando en realidad toda persona es las dos cosas. En efecto, Clamence combinaba su egoísmo y su altruismo y esa es la combinación ideal para toda persona.