“Llegó el momento
De una nueva vida, empezar.
Más cuando pienso
Que a mi mejor amigo eh de dejar
Y todo lo que él hizo por mi
Jamás yo lo podré olvidar.
Mas, ¿qué puedo darle a cambio?
Si la luna quisiera, la conseguirá para él.
Mi corazón entregaría yo
Al maestro, con cariño”.
La cita anterior en la parte final de la canción de la película “Al maestro con cariño” que tomo para titular el presente artículo. El film es de 1967 dirigida por James Clavel y protagonizada por Sidney Poitier. Es a propósito del inicio del año escolar en Venezuela y la situación en que se encuentra la educación en general, desde los niveles más básicos hasta el universitario y los estudios de postgrado. Mucho se ha escrito sobre esta realidad tan dramática y nunca sobrarán algunas palabras más, esta vez centrada en el maestro.
Primero una tajante afirmación: “Donde hay un buen maestro hay una buena escuela”. Eso no quiere decir que se necesitan otras cosas, pero se pueden tener todas las otras cosas y si no se cuenta con buenos maestros, de poco sirven. Tan sencillo y tan complejo como eso. Porque no es cosa simple tener buenos maestros.
Primero es la persona humana, su dignidad, su cultura, su vocación, su amor a los estudiantes, sean niños o adultos, pero fundamentalmente a los de más temprana edad que es la etapa en la que se conforma lo fundamental de la personalidad. El sistema educativo es eso, un sistema, pero allí el elemento clave es la maestra o el maestro. Y si no existe un “sistema”, entendido como un conjunto de elementos interrelacionados, pues más central es el educador. Y en nuestro país prácticamente nunca ha existido un sistema educativo, sino compartimientos separados con grandes saltos entre los subsistemas.
Pero tampoco un sistema en cuanto a las interrelaciones entre las personas humanas que lo conforman, con gerencias ausentes o autoritarias, predominio de relaciones tóxicas entre sus componentes, con dirigentes gremiales que no tienen contacto con los estudiantes y que conforman muchas veces una “clase” aparte, más articulada a partidos políticos que a las apremiantes realidades de niños, maestros y comunidad.
Es cierto que los sueldos son una falta de respeto, pero no hay temor en pisar algunos callos en preguntar qué pasaría si para ofrecer unos ingresos dignos, los educadores pasaran unos exámenes de conocimientos y de cultura general, indispensables para ejercer la profesión más importante de un país.
Los muchachos van muy poco a clases, dos o tres días a la semana y unas cuatro horas al día, en condiciones muy lamentables, sin comida y sin bibliotecas, además con la mayoría de sus maestros desmotivados y también sin comida y sin bibliotecas. Muchos de ellos quieren educar, pero se les hace muy difícil, pues no tienen las más mínimas condiciones para ejercer.
Es muy grave la situación y si se quiere resolver se tiene que empezar por los maestros. Grandes y bien concebidos programas de formación y de estímulos para que esos esfuerzos vaya directamente a impactar a sus estudiantes. En una excelente edificación muy bien dotada, si no hay buenos maestros todo eso está de adorno.
Debajo de una mata de mango, si hay un buen maestro hay una buena escuela. Eso da una idea de dónde está el foco del asunto, lo que no quiere decir que es necesario atender la infraestructura escolar y su dotación, pero con recursos escasos y un clima de corrupción como el que existe, es muy fácil desviar el énfasis.
Y aunque parezca mentira, el énfasis en todos los niveles es la palabra, su conocimiento y adecuado uso. Y la lógica matemática. Dos carencias que están bien repartidas a lo largo y ancho del “sistema”.
El otro componente estratégico en medio de este drama son los estudiantes, en particular las niñas y los niños. Pero ese tema exige aún mayores desafíos.