¡Agustina! La última en la tradición | Por: Orlando Rodríguez

Burbusay, epicentro de la historia de vida de Agustina

 

Cuando finalizaron las escaramuzas de la llamada «guerra de la revolución restauradora» entre los seguidores de Gómez y los aliados de Cipriano Castro, muchos de los pueblos de Los Andes venezolanos, quedaron estragados y padeciendo por años las heridas y cicatrices que quedaron en los recuerdos y en los cementerios improvisados y abandonados a la orilla de los caminos. Algunas familias arrastraron con las secuelas por generaciones y quizá sin saberlo…

Agustina era una joven de diecisiete años cuando viajó por primera vez a Boconó, acompañando a su papá Abundio para desenterrar y traer los restos de sus hermanos mayores y darles sepultura en el cementerio de Burbusay. Habían muerto en un enfrentamiento ocurrido hacía diez años, entre las fuerzas del general Coromoto Moreno de Biscucuy y las fuerzas del coronel Álvaro Marturelli de Boconó.

«Donde nacemos y vivimos también debemos ser enterrados, es muy triste dejar que los huesos de nuestra gente reposen en otras tierras» dijo Abundio mientras llevaban los cajones a la parte trasera del carretón tirado por un par de mulas…

Abundio, aun no se reponía de la pena causada por la pérdida de su esposa, quien al conocer la noticia de la muerte de sus dos hijos y no pudiendo soportarlo, detuvo su vida en un letargo que por momentos parecía estar dormida con los ojos abiertos y otras veces parecía que había muerto… Su mirada estaba fija en los cerros sembrados de ajos y cebollines y otras veces hacia el techo… Así había vivido los últimos nueve años, consumiendo fuerzas en ese silencio que nadie rompía… Hasta que una tarde comenzó a tararear canciones viejas y a recitar versos de amores, tragedias y penas…

Con las lluvias de mayo, llegaban a anidar bandadas de golondrinas, por entre las rendijas de los techos y los tejados del pueblo. A ella le brindaban con su vuelo rápido y certero por debajo del techo y luego se posaban en los horcones de su cuarto, parecían departir porque su mirada se iluminaba, además se sonreía y dejaba de parecer que estaba dormida…

En el mes de mayo del pasado año, como siempre, llegaron las lluvias menudas y las cabañuelas, pero no las golondrinas… Tampoco ella estaba dormida, porque había muerto en abril…

Se fue en una mañana ventosa de Semana Santa, oyendo caer la lluvia se quedó dormida, risueña y con los ojos cerrados!..

Abundio, se había encerrado en sí mismo, leyendo grandes tomos de clásicos, heredados de un tío materno, los mismos que había usado para enseñar a leer a sus hijos, inculcándoles facilidad de palabra y «la comprensión del universo»…

Después de «mandar a enterrar» a su esposa… Porque él consideraba, que al cementerio debían entrar el muerto, el cura y los sepultureros… «El cementerio no es un lugar para despedidas, tampoco un buen lugar para encuentros». Meses después del entierro, decidió ir a Boconó con Agustina y traer los restos de sus hijos.

Estando en diligencias para el desentierro, supo que abrirían una escuela de instrucción primaria en Burbusay y tan solo faltaba por encontrar una persona que supiera leer y escribir y que viviera en el pueblo… Así fue como Agustina se hizo maestra por más de 47 años en la «Escuela Federal de Burbusay» con dos saloncitos, uno para primer grado y en el otro para el segundo y tercer grado juntos…

Sin darse cuenta o quizá queriéndolo y aceptándolo, fue dejando llevar con el tiempo su vida y ella con la vida del pueblo, sumida en una cultura de soledad compartida con sus alumnos y con los recuerdos de los familiares que ya no vivían… Al tiempo de ser maestra, Abundio también la dejaría y para no contrariarlo en su forma de interpretar el entierro de los cuerpos. También «lo mandó a enterrar» ! y no entró ella en el cementerio…

 

El amor tocó su piel

En mayo de ese año, llegaron de nuevo las golondrinas y las rendijas de los techos y los tejados, tuvieron de nuevo vida y junto con las lluvias menudas hicieron el cortejo a los cerros sembrados de ajos y cebollines…

También Agustina, tendría motivos de júbilo y alegría… El amor había tocado su piel y se casaba con Francisco Zambrano, vecino y agricultor de oficio.

Con el transcurrir de los años y entre la monotonía del tiempo, cuando parece que este se detiene, sobre algunos pueblos y el suceso tan lento y de pocos avances de mediados de siglo pasado… Agustina y Francisco no tuvieron hijos… aun así «esperaban para luego», la verdad era que no podían tenerlos porque Agustina los perdía muy temprano en los primeros meses!

Así con un rastro huérfano de otras huellas, llegaron a los tiempos de las canas y del sol por debajo en el atardecer de la vida… «No tenemos hijos propios, pero todos los muchachos que han estudiado en la escuela son como hijos nuestros» se consolaba mientras compartían la mesa o leyendo en los libros que Abundio dejara, como su legado para otros tiempos.

En un aparte de la lectura, notó que unas páginas más adelante había un dobladillo en una punta… No pudo evitarlo y también leyó con detenimiento. «El camposanto, no es un lugar para despedidas, tampoco es un lugar para encuentros. Cuando me despidas que sea en vida, porque así podré ver en tu rostro la emoción y en tus ojos el amor de siempre… También te brindaré con una lágrima por encima de mi mejor sonrisa, porque cuando en el camposanto nos encontremos, la tierra, no dejará que nos abracemos y por lo tanto, no será de ninguna manera un encuentro… es que allí, la vida jamás será plena, porque el que es vida está por fuera y el que es muerto está allá adentro»

Entonces entendió la filosofía de Abundio «mándenme a enterrar, no lo hagan ustedes, ni cerca de la sepultura, tampoco quiero que estén presentes».

Una tarde cuando regresaba de la escuela hacia su casa, sintió escalofríos y cubrió su cabeza con un pañuelo, creyendo que si se mojaba con la garúa se refriaría… Por la noche bebió infusiones de canela y limón pero la fiebre le fue aumentando hasta sangrar por sus encías, Francisco le consolaba mientras ella deliraba «Esperen tres años más y cumpliremos cincuenta con la escuela». Había contraído la fiebre amarilla y no habría nada que celebrar!

Cuando se fue agravando Francisco colocó la cama en la sala y guindó un gran mosquitero blanco desde un caballete del techo y organizó las visitas de los habitantes y amigos del pueblo… Para que le brindaran aliento con sus despedidas…

Agustina en su lecho no dejaba de ver a los ojos tristes de cada vecino… «Porque podría ver en su rostro la emoción y en sus ojos el amor de siempre».

 

Su última noche

En su última noche… Agustina imploró a Francisco, «No hagas nada que no quieras hacer, solo te pido, que lo hagas si estás de acuerdo conmigo… mándame a enterrar, como lo hizo mi padre con toda mi familia, porque no quiero que me despidas, ni nos encontremos en el cementerio».

Su mirada era muy suave, como cuando la tierra es blanda y se hace dueña de la huella!

También esa noche la luna se dejó ver por más tiempo por encima de la cordillera, estaba muy fresca la madrugada, cuando Francisco salió hasta la puerta y se arrodilló por un momento, con el rostro hacia adentro de la casa «Se fue contigo señor» tan solo eso dijo.

Era un día jueves y antes de la fiesta de San Isidro, cuando Francisco  «mandó a enterrarla». Él se fue muy temprano a las afueras del cementerio y desde allí pudo verlo todo. Sus ojos en llanto, mientras miraba llegar el cortejo, seguido por la gente del pueblo, vestidos casi todos de negro. Los músicos acompasados dejaban escuchar valses con violines, guitarras y flautas de cañamo. Una ráfaga de vientos suaves llegados de todas las direcciones hacía viajar el sonido hacia el cementerio, como para que primero entrara la música, luego el carruaje con el féretro, seguido por el señor cura, los dos monaguillos, el agua bendita y el humo perfumado del sahumerio… Antes de llegar a la puerta por allí se detuvo la procesión de la gente del pueblo. Mientras Francisco recitaba mirando hacia el suelo «No es el cementerio buen lugar para despedidas, tampoco para encuentros… Mirémosle pasar y hagamos de cuenta que ella sigue viva… Que no ha muerto.»

Agustina fue la última en la tradición ..!

 

 

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