Isaías Márquez
Históricamente, producíamos hasta un 75 por ciento del condumio que llegaba a nuestra población; unos ocho rubros básicos: arroz, maíz, carne de pollo, cerdo, queso, leche y plátanos. Pero, según Fedeagro, durante 2022 no alcanzamos más de un 17 porciento; todo lo demás, importado. Los vehículos entrantes de Brasil traen su carburante de origen. Una tasación amplia para nuestra productividad. Tenemos, más de las tres cuartas partes de los hogares venezolanos con tan solo dos o quizá menos comidas a diario, con el agravante de que el aforo de alimentos es mucho menor, ya que el traslado de la producción a los centros de procesamiento se traba a causa de la escasez de combustible (gasolina, gasóleo o diésel), aparte de que en aquellos hay fallas por electricidad y hasta del propio combustible para la realización del proceso respectivo; tal es el caso de los centrales azucareros, a lo que se añade el riesgo perenne por invasiones, expropiaciones y cobro de vacunas, que, junto con las barreras de crédito, escasez de agroinsumos y otras circunstancias se ha minimizado el interés por la producción agropecuaria y agroindustrial. Regularmente, la cosecha debe rematarse al “mejor” postor; cadena de especuladores, mafias hambreadoras que se instalan en centros de distribución mayoristas, donde pelotean a todo comerciante en búsqueda de precios para invertir en dicha producción y llevarla al menudeo con los costos a riesgos que todo ello implica trasladables inexorablemente, al consumidor final, el pueblo asalariado, situación que tenemos por ineficacia de unos organismos centinelas ante tal desaguisado, que conforman, también, ese clan de hambreadores.
Y, es por esta penuria, que observamos a hurgones en los basureros, quienes por necesidad practican el “friganismo” , “pichacheros y/o “friganos”, estilo de vida anticonsumista, de economía convencional o consumo mínimo de recursos y mejor aprovechamiento de restos alimenticios, producto del manirrotismo por hábitos impropios de consumo adquiridos por tradición, como por ejemplo la malacostumbre tan impertinente al dejar sobras de alimentos en los platos servidos, incluso por muy costosos que estos sean y desechos de recursos aun necesarios en mercados municipales.