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ADVIENTO, TIEMPO PARA CULTIVAR LA ESPERANZA | Por : Antonio Pérez Esclarín 

por Antonio Pérez Esclarín
07/12/2025
Reading Time: 4 mins read
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 Por : Antonio Pérez Esclarín  (pesclarin@gmail.com)

                  

Estamos en Adviento, tiempo de espera y de esperanza, pues ya sólo faltan unos pocos días para que celebremos el nacimiento de Jesús, raíz y motivo de nuestra esperanza. En Navidad celebramos que Dios está aquí, en mitad de nuestra aventura humana, acompañando nuestros esfuerzos y nuestros sueños por construir un país y un mundo mejor.  Por ello, el adviento es tiempo para que los seguidores de Jesús fortalezcamos la esperanza que nace de la  fe. No son tiempos de resignación, rendición o pesimismo. Son tiempos de creer, de esperar y de comprometerse. La esperanza es sostén y fuerza para seguir adelante sin que nos agobien los problemas y las   dificultades; impide la angustia y el desaliento, pone alas a la voluntad, se orienta hacia la luz y hacia la vida. Sin esperanza, languidece el entusiasmo, se apagan las ganas de vivir, de trabajar y de esforzarse. La desesperanza es falta de fe  que hunde al alma en el pesimismo y le roba las fuerzas para comprometerse  en la construcción de un mejor futuro. Por ello, y como nos dice Anatole France, “Nunca se da tanto como cuando se da esperanza”.

Jesús fue un creador incansable de esperanza. Toda su existencia consistió en contagiar a los demás la esperanza de un mundo justo y fraternal, que había que construir con servicio, trabajo, esfuerzo y entrega desinteresados.  Por ello, sus seguidores debemos ser los militantes de la esperanza. Una esperanza activa, que se convierte en compromiso y esfuerzo por combatir la miseria, la exclusión, la violencia, la injusticia y toda forma de opresión.  A pesar de las dificultades y problemas, Jesús,  el Libertador, el enemigo de toda discriminación  e injusticia,  sigue con nosotros y nos invita a construir una Venezuela reconciliada,  justa, libre y en paz, donde nadie  pase hambre, muera por falta de medicinas o la debida atención médica, sea perseguido por sus ideas o expresiones, o tenga que marcharse del país porque no se siente seguro o no se le brindan oportunidades para un trabajo bien remunerado que le posibilite a él y su familia vida digna. Esperar a Jesús  en adviento y luego recibirlo en navidad es comprometerse a construir con Él un mundo en el que la paz se asiente sobre la justicia, un mundo profundamente democrático que garantice los derechos de todos y celebre la diversidad como riqueza.

En estos tiempos prenavideños, quiero regalarles este cuento, de origen filipino, para avivar nuestra esperanza:

“Una terrible sequía castigaba sin misericordia a los habitantes de aquel país lejano. Cada mañana el sol brotaba inexorable y recorría su camino de fuego matando ríos, secando campos, agostando las cosechas. Los pocos rebaños lloraban de sed alrededor de los pozos resecos. Si no llovía pronto, todos morirían.

Estuvieron de acuerdo en que la sequía era un castigo de los dioses por sus numerosos pecados. Había que organizar una acción de desagravio. Todos los hombres importantes fueron citados a la casa comunal. Llegaron los ricos con sus joyas, los sacerdotes con sus inciensos y oraciones, los guerreros con sus armas, los sabios con sus filosofías y sus libros. Pero los dioses seguían sordos ante sus sacrificios y sus súplicas.

Al tercer día, se acercó una niña con un paquete en sus brazos. Tocó la puerta y, cuando le abrieron, dijo que les traía lo que los dioses estaban esperando.

Algunos se molestaron mucho porque, además de hacerles perder el tiempo, les distrajo de sus oraciones y plegarias. ¡Qué iba a tener esa niña capaz de quebrar el fuerte enojo de los dioses! Pero algunos, por curiosidad, opinaron que debían abrir el paquete. Cuando lo hicieron, el cielo comenzó a nublarse. Para sorpresa de todos, el paquete contenía un paraguas. Ninguno de ellos había tenido la suficiente esperanza para llevarlo consigo por estar seguros de que iba a llover.

En Venezuela llevamos ya demasiado tiempo agobiados por un inclemente verano que está secando las fuentes de la vida y matando la convivencia y el respeto. ¿Tenemos   la esperanza suficiente para empezar a sacar nuestros paraguas y trabajar con entusiasmo e ilusión por una Venezuela  reconciliada,  segura y próspera, donde todos podamos vivir con dignidad y al mirarnos a los ojos no nos veamos como rivales o enemigos, sino como conciudadanos y hermanos?

Este debería ser el principal compromiso en estos días.  Celebrar el Adviento y la Navidad  y no trabajar por una Venezuela sin violencia y sin miseria,  es negar su verdadero espíritu.

No olvidemos  que el momento de mayor oscuridad es cuando está a punto de amanecer. En la noche cerrada de Venezuela, se vislumbra ya la luz de la alborada. Por ello, hagamos nuestros los versos de Don Pedro Casaldáliga, obispo claretiano de Brasil:

Es tarde,

pero es nuestra hora.

Esa tarde,

 pero es todo el tiempo que tenemos a mano

para construir el nuevo futuro.

Es tarde,

pero es madrugada si empujamos un poco.

Con que, a empujar todos con empeño y entusiasmo.

 

 

 

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Tags: Adviento
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