Adriano González León: prodigio verbal, con orígenes de aromas y flores

 

Uno de los más grandes narradores literarios  de Venezuela, fue el valerano Adriano González León, hombre que le declaró su amor eterno al lugar que le vio nacer y desarrollar todo su intelecto hasta convertirse en valerano universal.

Adriano González León nació en Valera, un 14 de noviembre en 1931, fue el menor de la tropa del matrimonio entre don Adriano González Araujo, un hombre de campo, dedicado a las haciendas en Santiago, quien levantó a su familia al lado de doña Nicolasa León, mujer del Alto de Escuque.

Adriano González León quien falleciera el 12 de enero de 2008 en Caracas a los 76 años, supo imprimirle un corte muy personal con su lenguaje y escenarios, magistralmente pintados, logrando una diáfana originalidad.

Adriano González León, describió poéticamente el origen de lo que era para él la bella comarca llamada Valera: «Antaño pájaro era la tierra entonces. Por orillas del resplandor un gran silbido, los venados y los árboles feroces, el aroma increíble de bumangués, las piedras de brillo extraño bajo las plumas blandidas. Otro tiempo, cien jornadas, mil lunas miserables para tenderle trampas a las lapas».

Y en visión de Trujillo, le cantó de esta forma: “Pequeña y hermosa ciudad, ciudad fabricada para el canto y el elogio. Ciudad ataviada de bellezas decoradas por los cielos, las colinas y el río”. La biografía de Adriano González León reseña que sus primeras incursiones en la literatura fueron como cuentista, con las obras Las hogueras más altas (Buenos Aires, Goyanarte, 1959; Premio Municipal de Prosa 1958.

 

Inmortal que nunca se fue

 

Para el médico y poeta, Raúl Díaz Castañeda, el escritor Adriano González León sigue aquí, su pensamiento sigue vivo en su Valera soñada. “Adriano está cumpliendo 88 años porque la muerte no es el sueño eterno sino el olvido. Único venezolano en el BOOM de los 60. Y nunca se fue de su ciudad porque siempre la llevó en su pensamiento y en su corazón. Poeta de asombros encantados. Narrador de urdimbres huidizas alunadas. Hablador de malabares prodigiosos. El más alto escritor de la segunda mitad del siglo xx. Un inmortal.

 

Los libros tienen alma

 

Un libro, para González León, se abre a la lectura individual, a la intimidad con el otro, pero un lugar donde se alojan los libros puede de pronto transformarse en lugar de reunión, espacio que convoca a compartir en silencio, en templo para la búsqueda. Pues los libros no son sólo palabras ordenadas, plasmadas en un papel. Los libros tienen el alma de quien los escribe plasmado en ellos. Razón por la cual los libros pueden ayudar a crecer, a vivir, a imaginar. Son la fuerza omnipresente que nos vincula a un mundo en otra dimensión, y como evidentemente cada quien tiene una realidad distinta, cada libro es captado de acuerdo a esa condición.

Pues la literatura era la gran pasión en la vida de este venezolano, “el idioma es por sí sólo un contenido, es una anécdota y una verdad. Cada palabra cuenta y puede contar por sí sola una historia, si el lector tiene imaginación. Las palabras están llenas de emociones, de paisajes y de vidas interiores que el lector puede construir”, así lo plasmó en un encuentro con estudiantes de UVM en el año 2001.

 

Prodigio verbal

 

Adriano calificaba la literatura como una batalla contra la muerte y el olvido. Colocaba como referencia,  los textos primarios de un poema de más de tres mil años de nuestra era, Gilgamesh, el héroe, quien según escribió el poeta, realizó hazañas espectaculares para tratar de alcanzar la planta de la eterna juventud… “Los escritores buscan defender la vida y la escritura no es sólo trágica, lírica, batalladora. También el humor, la salida rápida y eficaz, la copla certera, el hallazgo oral, las letanías o las maldiciones con una concepción amplia del mundo y un sentido elegante del vocablo, emprenden sus jornadas recuperadoras del infinito, cuando están revestidas de altivez estética y no son simple amparo de resquemores, ignorancias y complejos…

“Y la única manera de ahuyentar la muerte, la soledad y el olvido es que escribamos como lo hizo el obispo Alonso de Briceño. Que seamos generosos en dotes y elegancias como la hermosa Dorococoe y su consorte Ruiz de Segovia. Que demos asilo y protección como en aquel encuentro famoso de García de Paredes y Rodríguez Suárez”. (Fragmentos del discurso de instalación del Primer Simposio de Literatura Trujillana, 1985)

Los aromas y flores de sus orígenes se impregnaron en su prodigio verbal. Hombre de exquisitez literaria que moldeo un estilo único, diáfano y certero. Brilló gracias a que poseía una luminosidad propia y de la más alta estela.

 

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