Adriano González León, lenguaje que sobrevive al olvido

El escritor valerano callaba si creía que no tenía nada bueno qué decir.

El autor de «País portátil» devolvió a Venezuela al panorama internacional al ganar el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral en 1968. Hoy se cumplen diez años de su cambio de paisaje

 

Adriano González León le ganó la partida a la muerte y al olvido a través del lenguaje. Hace hoy 10 años que el escritor trujillano (1931-2008) se quedó dormido para siempre mientras cumplía su ritual diario en un restaurante de Caracas. La literatura nacional recuerda a un autor cuya obra no se desvanece ni con el tiempo.

El autor de “País portátil” fue mucho más que esa novela, que devolvió al país al panorama de letras internacionales. El trujillano fue un bardo que se hizo novelista. Basó su creación en el ejercicio del lenguaje. La estructura narrativa por encima de la simple anécdota. Su trabajo con la palabra está en sus cuentos, en sus novelas, en su poesía, en sus textos de géneros inclasificables que cada cierta ocasión recopiló.

El sentimiento poético iba siempre por delante en su obra. Iba unido a su personalidad. «Creo que todo escritor, si no parte de la poesía, jamás podrá lograr nada importante. La poesía es la madre de los géneros, es la sustancia fundamental en la creación, hasta el punto de que hoy en día no establezco diferencia entre géneros», dijo el escritor en una de las tantas entrevistas que concedió.

Tan importante era para Adriano González León el idioma que -recordó Óscar Marcano en una semblanza que publicó en Prodavinci en 2008- tenía un patrón para medir el valor de los textos que leía: «Hay un trabajo allí, pero al lenguaje le falta altivez», decía el también autor de Viejo (1995), una novela en la que cuenta mucho más el ritmo y el idioma que el propio argumento.

Hasta Gabriel García Márquez se refirió, en su momento, a ese libro del venezolano como la novela que a él (al Nobel) le hubiese gustado escribir. Un relato, publicado casi 30 años después de su primera obra extensa, sobre el paso del tiempo, sobre la memoria, que -decía el propio autor- se agota, se pierde en el silencio.

Sobrevive al olvido

La producción de Adriano González León sobrevive al olvido. Y eso que no fue un autor prolífico de obras. El valerano callaba si creía que no tenía nada bueno qué decir. «Parece que un escritor debiera publicar rigurosamente cada seis meses. Yo pienso que un escritor puede callar con legítimo derecho por el tiempo que quiera, no tiene la obligación de ser genio todos los días. Un libro es importante por razones que rebasan la publicidad», llegó a declarar al diario español El País.

La discontinuidad de publicaciones hizo que el autor de Linaje de árboles no se considerara un escritor profesional. «Voy a la máquina cuando en verdad tengo una enorme tensión interior y necesito poner por escrito un poco de imágenes, de sueños, de fantasmas, de cosas que me han ocurrido en la existencia. Escribir una novela, un relato o poesía es el mismo esfuerzo que vivir».

Quizás, también por eso, se dedicó a otras actividades: fue diplomático en varios países, profesor, promotor cultural. Siempre sin dejar de escribir. Una vez dijo que el personaje de su última novela no escribe para sobrevivir a su propia historia, sino para morirse. La escritura de Adriano González León -sus palabras, su lenguaje- le guardó un lugar en la memoria de la literatura

 

Vocación por la literatura

Adriano González León, en una de su columna en El Nacional, contaba, que su vocación por la literatura y por el oficio de escribir despertó, “Muy temprano…creo que desde la primaria. En el Colegio Salesiano había un grupo de lectura propiciado por el padre Rota y nos reuníamos los sábados para leer a Julio Verne y otros escritores de esa tónica. Después, ya liceísta, fui a la Biblioteca Municipal y era el único muchacho a quien permitían leer libros para adultos. Allí sorprendí a Balzac…Dostoievski…”.

Esa misma vocación lo había llevado en 1956 a ganar el segundo premio en el concurso de cuentos que anualmente celebraba el diario El Nacional, con el cuento El Lago. Al año siguiente aparece su primer libro de cuentos: Las Hogueras más Altas, recibida por la crítica con significativos elogios. La acogida es tan ampliamente favorable, que merece los honores de una segunda edición preparada en Buenos Aires, Argentina, con prólogo del famoso escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias, años después Premio Nobel de Literatura. Este acontecimiento, que puede considerarse, como lo fue en efecto, un gran impulso, proyecta el nombre de Adriano González León por toda América. En Caracas se le otorga entonces, por este trabajo, que es leído con entusiasmo, el Premio Municipal de Prosa en 1958. De este momento en adelante la producción del escritor trujillano no se interrumpe.

El día que se despedía de Valera

Según relato dado a conocer al Diario de Los Andes por la ateneísta y fiel defensora de la cultura trujillana, Marlene Briceño, entrañable amiga de González León, su última visita a Valera, se produce tres meses antes de morir. Fue invitado por el Iutirla como padrino de una promoción. “Me llamó y me dijo, venga y me busca. Él siempre se salía de su protocolo y procuraba compartir aquí en mi casa o en la de otros amigos. En esa visita, y sin yo darme cuenta, partidamente se estaba despidiendo de sus amigos y de su amada Valera”.

Briceño rememora que ese día Adriano González León le pidió un recorrido por Valera. “Le dije que teníamos que pasar por la calle a la que le pusieron su nombre. Cuando vio el aviso, AG dijo: Adriano González es cualquiera, haciendo referencia a la ausencia de su segundo apellido en el letrero”.

“Luego nos sentamos en la plaza Bolívar. Ahí recordó su juventud, sobre todo cuando iba a las retretas. Me contó cuando trabajaba con Pedro Malavé Coll y cómo hacían los periódicos en el Liceo Rafael Rangel. Me habló bellezas de la Iglesia San Juan Bautista, que en sus tiempos era lo más hermoso que tenía la ciudad. Del cinelandia y del Teatro Libertad. En esa esquina él se citaba con las muchachas para entrar al cine y luego ir a la retreta”.

Al revivir ese encuentro mencionó una de las anécdotas que para ambos fue muy significativa. “Ese día pasó un borrachito, lo reconoció y le dijo `epa Nene´, así lo conocían de cariño, eso para él fue tan conmovedor que hasta lloró”.

El hecho de recorrer la avenida 10, le hizo llevarse una mala impresión “se fue con mucha tristeza y dolor, al ver esa Valera tan deteriorada, sucia, una ciudad que él nunca se imaginó”. Un mes después escribió en El Nacional “Valera no vale hoy” en el cual, narró el recorrido que hizo ese noviembre del 2007, y plasmó un contraste entre la ciudad actual y la de su juventud. “Creo que ese día ya se nos estaba marchando nuestro querido Adriano”.

Contribuyeron con este trabajo

A quienes aportaron con su colaboración a la realización de estos trabajos: Marlene Briceño, Lourdes Dubuc de Isea, Luis González, Raúl Díaz Castañeda, Rafael José Alfonso, Francisco González Cruz, Alexis Berríos, Pedro Luis Rendón, Andrés González Camino (hijo) y Lalimar Alvarado. ¡Gracias!

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