Adele, entre la culpa y el empoderamiento, firma su disco más maduro en «30»

Madrid, 17 nov (EFE).- El sentimiento de culpabilidad por el final de su matrimonio lleva a Adele a firmar en «30» un manifiesto sobre las vicisitudes del amor con su hijo como principal destinatario y con un sonido clásico y añejo que, por momentos, la lleva a la senda de Barbra Streisand, Amy Winehouse o Ella Fitzgerald.

Son las conclusiones de una primera y única escucha del cuarto disco de estudio de la artista británica, que se publicará este viernes bajo la vitola de ser probablemente el más esperado de 2021, seis años después del previo «25» (2015) y en medio de la histeria de su discográfica, que se ha curado en salud frente a filtraciones rodeando muchos de sus detalles de gran hermetismo.

Sí es público el contexto de «30», que comenzó a gestar en 2018 tras su divorcio de Simon Konecki, del que queda un hijo de 4 años de edad. «Quería explicarle, a través de este disco, cuando tenga 20 o 30 años, quién soy y por qué elegí voluntariamente desmantelar su vida entera en pos de mi propia felicidad. Eso le hacía infeliz a veces y es una herida para mí que no sé si alguna vez podré sanar», contó en una entrevista para Vogue.

En ese sentido, y aunque es de sobra conocida su capacidad para desnudarse y exponer sus heridas sentimentales en sus álbumes anteriores, probablemente una de las canciones más honestas y vulnerables de toda su carrera llega ahora bajo el título de «My Little Love».

Ocupa el tercer lugar en el repertorio y sus formas arrojan un tema nocturno, al ritmo de un piano y de unos coros como murmullos. Pareciera el relato expiatorio concebido para su hijo mientras vela su sueño, con fragmentos intercalados de conversaciones reales con él, y en su letra se disculpa por que sus acciones lo entristecieran y se lamenta: «Tan lejos de ti / cuando tú eres el único que puede salvarme».

Son muchas las emociones detrás de «30», en el que la artista transita desde la culpabilidad hasta el reproche («Tú nunca tuviste una mujer como yo», dispara en «Woman Like Me»), pasando por la duda («Hold on») y la constatación de que debe «dejar de intentar ser otra persona» («I Drink Wine»), hasta un final más optimista en el que, con las heridas curadas, asume que «El amor es un juego para los tontos y yo estoy haciendo el tonto» («Love Is A Game»).

En ese proceso aparece casi al final la balada confesional por antonomasia del álbum, esa que podría coger el relevo de «When We Were Young» o «Someone Like You». Titulada «To Be Loved», reflexiona sobre el valor del sacrificio o de la renuncia en el amor, antes de proclamar que esta vez no dejará en manos de otros su bienestar.

«Sigo en pie», proclama en unos compases finales en los que su voz se va llenando de una rabia e intensidad que recuerda al «crescendo» del clásico «And I Am Telling You I’m Not Going», antes de romperse la voz en una disculpa final por escogerse a sí misma: «Lo intenté», casi grita.

Es probablemente el corte más vehemente y apasionado de un álbum que, en realidad, tiende más a ser un ejercicio de serenidad en medio de la debacle, a diferencia de discos como «21», en los que su desesperación era capaz de «prenderle fuego a la lluvia».

Producido entre otros por Greg Kurstin, que repite tras «25», así como por Inflo (quien por ejemplo había trabajado con Michael Kiwanuka en «Love & Hate», de 2016), desde el inicial «Strangers By Nature» hay cierta sensación de querer aproximarse al soul elegante de los años 70 en los parámetros de bandas sonoras como «The Way We Were» de Barbra Streisand.

Predomina ese sabor añejo, mecido por un tempo predominantemente lento que hará su escucha más densa que la de sus trabajos previos y en la que por momentos asume también las formas de Ella Fitzgerald («All Night Parking», una de las joyas del disco) y las de Amy Winehouse («Love Is A Game»).

Para sus oyentes más ávidos de algo más de ritmo y de temas más próximos a la contemporaneidad, quedan dos cortes a mitad del repertorio: por un lado, «Can I Get It», con la guitarra como raro protagonista (el piano y los violines mandan en la instrumentación de este álbum) y un estilo que, cofirmado junto a Max Martin, recuerda a las composiciones de Ed Sheeran.

Por otro, aparece «Oh My God», que será otro de los temas destacados, con un bombo a negras que retrotrae a «Rolling In The Deep» (no tan vigoroso) y que entre palmas y coros de r&b constituye casi un ritual catártico en el que Adele se empodera: «No tengo por qué explicarme ante ti».

En resumen, y aunque suena a cliché, es «30» un disco de madurez, menos inmediato, que, sin «singles» claros (como lo es «Easy On Me», el único publicado hasta el momento), arrancará fuerte en ventas por la inercia de sus predecesores pero del que solo el tiempo y la necesaria paciencia del público dirán si cala igual en las listas que en sus corazones.
Por Javier Herrero.

 

 

 

 

 

 

 

 

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