Alejandro Mendible
El recordado periodista venezolano Carlos Rangel publica en 1976 el libro arriba mencionado, cuya actualidad continua presente con el propósito de denunciar los mitos acendrados en la mentalidad de los latinoamericanos que lo colocan de espaldas a su realidad sociocultural y le impiden desarrollarse. Según Rangel América Latina continúa siendo una región indefinida por cuanto sus habitantes todavía no han podido ponerse de acuerdo en lo que son y menos en lo que quieren ser. Esta situación es el tema central del libro en el cual nuestra región aparece como el plano reverso del “éxito desmesurado” de los Estados Unidos en el continente americano.
Mientras en el norte se impone el proceso civilizatorio anglosajón de adaptación realista pragmático, unificador de un solo mercado económico nacional y dotado de una ética protestante En el sur, el proceso iberoamericano se da como el fracaso de una etérea mitología utópica colonizadora del “buen salvaje” que genera la “incapacidad”, la “impotencia” y la “notoria falta de estabilidad” nacional para mantener la unidad económica regional cargada de una impronta católica.
La independencia de Hispanoamérica ocurrida a principios del siglo XIX fue la coyuntura creada por el vacío de poder aprovechada por la manifestación nacionalista de los mantuanos para desplazar de manera violenta del poder colonial a los españoles y establecer su dominio agrario latifundista, cuya senda capitalista atrasada la continuaron los caudillos cortesanos de un poder semifeudal. En Brasil (el único país latinoamericano con “voluntad” de gran potencia mundial), por el contrario surgió una vía transicional parciamente diferente debido a que la simbiosis entre el poder monárquico colonial portugués y las elites brasileñas se mantienen creando una transición menos traumática que alcanza una salida en un imperio esclavista independiente cuya finalidad era mantiene la unidad territorial.
Todo ese inmenso espacio americano localizado al sur del Rio Bravo se califica como América Latina a partir de la década de 1860cuando se valora la existencia de una unidad sociocultural “latina” opuesta a la “sajona” de los Estados Unidos. La expresión empezó a ser utilizada por los intelectuales franceses que justificaban el proyecto imperialista de su país durante Napoleón III para dominar a México mediante la imposición del Emperador Maximiliano y posteriormente el término se generalizó haciendo referencia a las raíces culturales derivadas del movimiento de la Ilustración francesa que después de la independencia continuaban manteniendo la unidad de los diferentes pueblos ibéricos. La sobrevaloración de la cultura latina la considera el pensador uruguayo José Enrique Rodo en 1900 en su famoso libro Ariel para formular su tesis de que los latinoamericanos tenían “cualidades espirituales místicas” que lo ponían por encima del “vulgar éxito materialista” de los Estados Unidos. A partir de entonces durante los siguientes 60 años del siglo pasado los sectores progresistas latinoamericanos sin formularse una autocrítica en relación a su cuestionable actuación histórica como representantes de la cultura del “buen salvaje” asimilaron la tesis de que intelectualmente eran superiores a los Estados Unidos, pero el fracaso para no poder desarrollarse como región no era su culpa sino del imperialismo del norte. Esta situación muta a partir de la década de 1960 cuando en medio de la guerra fría Cuba una isla caribeña localizada a sólo 60 millas de los Estados Unidos rompe con el capitalismo apoyada por la primera potencia comunista del mundo, la URSS. En esa oportunidad Fidel Castro un joven abogado hijo de una de las más ricas familias terratenientes dominantes, capitaliza un movimiento “foquista” caracterizado como un selecto número de guerrilleros organizados en grupos móviles actuantes como vanguardia del proceso general de insurrección del orden constituido por dictador Fulgencio Batista el cual colapsa el 1 de enero de 1959.
Poco tiempo después, a mediados de 1961 cuando se había consumado el secuestrar el Estado por su claque fidelista para emplearlo como el instrumento de confrontación contra el capitalismo confiscando toda la propiedad privada termina con un desplante personalista, apoyado por la Unión Soviética, afirmando que la revolución socialista sería defendida con los fusiles. Esta implantación del comunismo a ultranza demagógicamente llamada, “el primer país libre de América” repercute en los sectores progresistas de América Latina generando la segunda mutación sobre el desarrollo regional consistente en que la solución de los problemas latinoamericanos dependía de la derrota del imperialismo norteamericano. En esa oportunidad Rangel un comunicador social exitoso y de gran perspicacia observa la burda maniobra política de Fidel Castro de manipular los valores de la nacionalidad cubana mediante un aparato ideológico comunista que emplea el odio estratégico soliviantado por el mito de la agresión del imperialismo norteamericano para justificar el desplome económico y la hecatombe social del primer país exportador de azúcar del mundo. Así, se afirma el fidelismo como régimen estalinista, estatista improductivo en el plano económico viviendo como un parásito a destiempo en la era de Nikita Kruschov. Moscú aprovecha la adquisición de este fenómeno de la guerra fría para proyectarlo como el simbólico antimperialista Latinoamericano pero además sirve para la repotenciación del mito “del buen salvaje” al del “buen revolucionario”, cuya prosecución según el pensamiento guevaristas nos llevaría a la creación del “Hombre Nuevo” latinoamericano.
En la década de 1990 este anacrónico modelo al desaparecer la Unión Soviética entró en un “periodo especial” tratando de sobrevivir y cuando languidecía Fidel encontró quien le metiera la mano, apareciendo Hugo Chávez, el jefe supremo del chavismo quien al llegar a la Presidencia compra el mito con la excusa de que nos llevaría “al mar de la felicidad”, cuando lo real era la perpetuación del poder y la propagación del mito por la región. Después de más de dos décadas de la aplicación del mito los resultados del modelo están a la vista de todos quedando claro que no fue tanto el imperialismo norteamericano como la ceguera política y la irresponsable indiferencia de negar la realidad de nuestros gobernantes chavistas quienes hundieron las posibilidades históricas del pueblo venezolano. En consecuencia, si Carlos Rangel tuviera vivo todavía pudiera afirmar con propiedad que, el chavismo incurre en una desfachatez de “buen revolucionario” al decirle al resto de los pueblos latinoamericanos que sigan su enorme fracaso
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