Una vez alcanzada la capacidad de comprensión necesaria, la mente del niño se apropia de la noción de muerte a la vez que adquiere conciencia de que ese fenómeno también lo afectará a él, de que algún día dejará de existir y desaparecerá para siempre; esa vivencia lo acompañará hasta el final de su vida y se asociará generalmente con angustia y sentimientos de inseguridad. Ante la noción de la muerte, cada quien asume actitudes diferentes, condicionadas por su propia experiencia y por su entorno familiar y cultural. Esas actitudes no son iguales en todas las culturas. Mientras que en unas aceptan la muerte como un hecho natural, en otras la vivencian con temor e inclusive como tema que hay que evitar. En la cultura occidental para defenderse de la angustia que genera la idea de muerte las personas tienden a modificar lo que esa idea significa para hacerla tolerable y a alterar su propia experiencia subjetiva, para lo cual negará y racionalizará todo lo relacionado con ella. En un estudio realizado por Feifel se obtuvieron interesantes resultados respecto de las actitudes frente a la muerte (Psicología Existencial, 1963). En respuesta a la pregunta “¿qué significa la muerte para usted”?, se destacaron dos criterios. En el filosófico, se concibe a la muerte como el proceso natural en que finaliza la vida. En el religioso, se considera la muerte como la extinción de la vida corporal y, en realidad, como el comienzo de una vida nueva. En ambas posiciones pueden aplicarse dos éticas opuestas señaladas por Marcuse: por una parte “la actitud hacia la muerte es la aceptación estoica o escéptica de lo inevitable, o aún la represión del pensamiento por la vida; por la otra, la glorificación idealista de la muerte es la que da sentido a la vida o es el prerrequisito para la verdadera vida del hombre”. Respeto a la forma de morir, una abrumadora mayoría desea una muerte rápida, con poco sufrimiento, durante el sueño o por un síncope. Con relación al momento de morir, la mayoría desearía que sucediese durante la noche: “ocasionaría menos molestias”, “menos trastornos a los que se preocupan por mi”. En cuanto al lugar preferido la mayoría menciona el hogar o la cama. La muerte en el hospital parece quitarle individualidad o intimidad al morir. En el estudio se evidencia que la actitud ante la muerte en cada persona está influenciada por la edad y por la cultura a que pertenece. El autor observó que ciertas personas poseídas de un enorme temor a la muerte recurrían a una concepción religiosa para contrarrestarla. Al comparar personas religiosas con personas no religiosas, se puso de manifiesto que lo que diferenciaba a ambos grupos era la fe, de parte del religioso en lo divino, en una vida posterior a la muerte y la aceptación de la Biblia como reveladora de las verdades de Dios. En el estudio se apreció que las personas religiosas eran las que estaban personalmente más asustadas de la muerte. El individuo no-religioso teme a la muerte porque: “mi familia no está preparada para ella”, “Deseo antes realizar ciertas cosas”. “Gozo de la vida y deseo seguir así”. El acento está en la discontinuidad de la vida en la tierra -lo que dejé atrás- antes que en lo que sucederá después de la muerte. El énfasis que pone la persona religiosa es doble. Preocupación por la vida del más allá -“Quizá vaya al infierno”, “Antes debo expiar mis pecados”- del mismo modo que el cese de las experiencias terrenales del presente. En relación a la edad se apreció que los jóvenes tienden a negar la idea de la muerte, siendo las personas de edad madura (mayores de 50) las que mejor se adaptan a esa idea.
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