A tres meses del 23F dueños de gandolas quemadas siguen esperando un pago

Este jueves 23 de mayo se cumplen tres meses del intento de paso de ayuda humanitaria de Colombia hacia Venezuela. Hasta la fecha no se ha dicho qué ocurrirá con las 600 toneladas de productos que están en los galpones de Tienditas, ni les han dado respuesta a los dueños de las gandolas quemadas

Al cumplirse este 23 de mayo tres meses del intento de paso de ayuda humanitaria por los  puentes internacionales que comunican al Departamento Norte del Santander – Colombia, con el estado Táchira – Venezuela, no ha existido ningún avance sobre la entrega de más de 600 toneladas entre alimentos y medicinas que fueron devueltas a los galpones del Puente Internacional de Tienditas, conocido como “Puente La Unidad”.

Por el contrario, en la frontera se incrementó el peligro, los grupos irregulares sean guerrilla, paramilitares o colectivos, se aprovecharon del cierre de frontera y comenzaron a cobrar desde 2 mil hasta 80 mil pesos por el paso por las trochas. Desde aquel 23 de febrero,  al menos cinco tiroteos se han registrado en estos caminos irregulares entre grupos al margen de la ley por el control del territorio, y ninguna autoridad venezolana ha hecho nada al respecto.

Sobre los puentes internacionales Simón Bolívar, Tienditas  y Francisco de Paula Santander siguen atravesados containers cargados de arena, a pesar de la advertencia de autoridades colombianas de que en cualquier momento estas estructuras pueden colapsar por tanto  peso. Entre los containers, a un lado, pasan personas con récipes, con el informe médico de alguna enfermedad que requiera ser tratada en Cúcuta, estudiantes, mujeres embarazadas y personas de la tercera edad.

Algunos días, los funcionarios de la Guardia Nacional –GN- amanecen más flexibles y permiten que los ciudadanos regresen con algunas bolsas de mercado. Sin embargo, los hechos de corrupción por parte de los efectivos militares están a la vista de quienes por allí transitan. Los Andes  fue testigo cuando por el Puente Internacional Francisco de Paula Santander, que comunica al municipio Pedro María Ureña – Venezuela, con El Escobal – Colombia, dos efectivos de la GN registraron el bolso de un hombre y le pidieron una “colaboración” de 10 mil pesos porque llevaba dos litros de aceite para carro, de lo contrario tenía que irse por la trocha. Sobre una mesa, ya tenían preparada una caja que funciona como alcancía, en donde guardan lo que cobran durante el día.

Esta situación también ha sido denunciada en diversas oportunidades por el diputado a la Asamblea Nacional por el circuito de la frontera  tachirense, Franklyn Duarte, quien presenció cuando los efectivos no sólo pedían dinero, sino que también les quitaban a los ciudadanos parte del mercado con el que regresan para sus hogares.

Las  gandolas quemadas…

Al indagar sobre qué ocurrió con los dueños de las tres gandolas que resultaron quemadas sobre el Puente Internacional Francisco de Paula Santander, y que ahora funcionan como obstáculos en el mismo lugar donde quedaron aquel día, cuando intentaron pasar a Venezuela con la ayuda humanitaria.

Sobre el puente se ve el rastro de la quema y de su desvalijamiento posterior, los ciudadanos pasan haciendo fotos, comentando la tristeza que da ver aquella imagen y recordar lo que ocurrió, lo que no saben es que los encargados de aquella operación no le han pagado ni un centavo a los dueños de los vehículos.

Uno de los afectados, quien prefirió no identificarse, pues quiere que en algún momento los diputados a la Asamblea Nacional, Gaby Arellano y Lester Toledo le cumplan con el compromiso adquirido de pagar el valor de la gandola si les llegaba a ocurrir algo, comentó que hasta la fecha no han logrado avanzar al respecto, y que la única oferta que han recibido es de 15 mil dólares, valor del chuto.

“Con 15 mil dólares no hacemos nada, toda la gandola está valorada en 70 mil dólares, que al menos nos reconocieran 50 mil dólares nosotros vemos qué hacemos, pero ellos se fueron por lo fácil. No hemos salido denunciando porque el gobierno se agarra de lo que sea, y ellos no tienen moral para hablar de nada”, acotó.

Uno de los chutos quemados fue robado, cree que por la misma Guardia Nacional, pues al otro lado la chatarra es comprada a buen precio. “Cada vez que paso por aquí me da dolor ver el esfuerzo de tanto trabajo perdido, y como yo están los otros dos afectados. Nunca imaginamos que quedaríamos así, lo que hicimos fue responder a un llamado para traer ayuda humanitaria, más nada, lo que queríamos era el bien de quienes en Venezuela están muriendo por hambre y falta de medicinas”, agregó.

Los otros once camiones  (eran 14) de ayuda humanitaria fueron regresados a los galpones de Tienditas el 23 de febrero, por órdenes del mismo presidente de Colombia, Iván Duque, con el fin de resguardar los insumos. Los dueños de esos vehículos están pagando estacionamiento, a altos costos porque no pueden devolverlos a Venezuela con el paso de carga pesada trancado.

“A ellos les toca pagar estacionamiento porque ni eso  hacen los diputados. Un representante de nosotros fue a hablar con Juan Guaidó en Caracas, él nos atendió muy rápido y dejó encargada a una persona para que nos contactara y así poder concretar una reunión. Aunque hemos estado llamando no logramos nada. No sabemos qué pasa”, expresó la fuente.

Mulas de carga

Los carretilleros, como se les llama a los hombres que ayudan a pasar maletas y bolsas por los puentes, a cambio de 2 mil, 3 mil o 4 mil pesos, también se vieron afectados con el cierre de frontera anunciado el 22 de febrero, pues ya no pueden laborar con sus carretillas, por lo que se cuelgan al hombro, como mulas, las cargas.

Donde más se ven es en el sector Villa del Rosario, conocido como La Parada de Cúcuta. Es evidente su presencia y hay quienes se asustan, pues entre 20 y 30 hombres, casi todos del centro de Venezuela, comienzan a correr alrededor de los carros para ver a cuál de ellos les aseguran cargar maletas. La imagen es tal cual a la de una caravana presidencial, cuando la guardia de honor corre a los lados resguardando al jefe de Estado.

Pero en esta oportunidad no resguardan a nadie, corren por sus vidas y por las de sus familias. Ganar dinero que les permita sobrevivir y enviar a Venezuela es su cometido, y para lograrlo tienen que competir con cientos de venezolanos que cumplen la misma labor.

Javier Arias es de Caracas. Corriendo logró captar un cliente para él y un compañero, entre los dos cobraron 6 mil pesos por colgarse en la cabeza, hombros y brazos, tal cual perchero, dos bolsos grandes y cinco bolsas, que tenían que cruzar desde Villa del Rosario a San Antonio del Táchira.

Sobre el puente, Javier iba contando su historia. Tiene 35 años de edad, en la capital venezolana dejó a su esposa y dos hijos: una de crianza de 14 años de edad y un niño de siete meses de nacido. Llegó a Cúcuta hace tres meses, porque lo  que ganaba no le alcanzaba para mantener a su familia.

Su hija tuvo que dejar los estudios para cuidar a su hermanito, mientras la mamá trabaja para completar dinero con lo que Javier les logra enviar cada cierto tiempo. “Semanalmente así sea 20 mil pesos les envío, y por lo menos los días que son muy malos, si me quedan 5 mil pesos con eso compro un kilo de arroz, de harina o de azúcar y los voy acumulando, y  cuando veo que por aquí llega a hacer mercado un vecino que viaja mensualmente se los envío. Sobre todo la leche y los pañales del niño son una prioridad”.

Se levanta a las 5 de la mañana todos los días y comienza a buscar gente para pasar por las trochas, allí hace lo del desayuno, el almuerzo y el pago de la habitación en donde se queda. Posteriormente en la tarde, hasta la noche, corre al lado de los vehículos para cargar bolsas, allí termina de  hacer su día.

Al consultarle  si a pesar de la cantidad de hombres que compiten por el mismo trabajo, eso le daba para vivir, afirmó que si, que le va mucho mejor que en Venezuela, aunque no ve la hora de que la situación política y económica del país cambie, para volver a su tierra, junto a su familia.

Como él son cientos, quienes visten un short, cholas de baño o botas rotas, y franelas. Todos son delgados y la piel es un reflejo del sol que llevan a diario.

Militares y policías

Otra de las sorpresas del 23 de febrero fue el paso hacia Colombia de militares y policías que reconocían a Juan Guaidó como presidente  encargado de Venezuela. Mucho se especuló sobre qué pasaría con ellos y finalmente en estos tres meses han salido denunciando en varias oportunidades que no les cancelan el hotel donde fueron alojados, de hecho en una oportunidad fueron retirados por falta de pago.

Hace una semana, Migración Colombia informó que a estas personas les asignaron estatus migratorio, por lo que ellos y su familia pueden laborar en dicho país, por supuesto en trabajos distintos a los que tenían en Venezuela.

Al respecto, el diputado jubilado a la Asamblea Nacional y presidente de la Fundación El Amparo, Walter Márquez, propuso hace dos semanas, que Juan Guaidó y su equipo forme a estos funcionarios como un grupo de paz, que se podría llamar “cascos tricolor” con el fin de ayudar desde la frontera al fortalecimiento de la democracia.

Nada se dice sobre cuándo pasará la ayuda humanitaria a Venezuela, si lo volverán a intentar, si lo harán a través de la Cruz Roja Internacional o si en algún momento se decidirán a entregarla a los venezolanos que cruzan al vecino país, mientras tanto los alimentos  y medicinas siguen en los galpones de Tienditas, las tres gandolas quemadas continúan como obstáculos en el puente de Ureña, los containers siguen atravesados en los puentes Simón Bolívar y Tienditas, las trochas sigue siendo el camino de cruce en medio de la extorsión, y de aquel 23 de febrero según balance del diputado José Manuel Olivar 430 heridos, tres por heridas de fuego, 15 personas perdieron un ojo, y a un venezolano le sacaron 32 perdigones de su cuerpo.

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