Por: Pbro. José Magdaleno Alvarez B.
@josegregoriohernandezisnotu
Llegué a Isnotú en marzo del 2020, fecha en que el gobierno decretó la cuarentena obligatoria. Como me gusta curiosear los objetos antiguos, tuve tiempo de esculcar espacios y leer cuanto documento encontraba en los depósitos y archivos del santuario. Hubo sorpresas y surgió una tarea: investigar y escribir la historia eclesiástica de Isnotú desde la fundación de la parroquia eclesiástica en 1866 (a petición escrita de sus muy católicos moradores) hasta nuestros días.
Entre estos rincones hay un depósito, especie de salón y sótano grande, que actualmente sirve de ubicación para la enorme planta eléctrica. Nos topamos con escaparates dañados, varios armonios corroídos y otros objetos guardados; uno grande llamó nuestra atención: un marco de madera que mide 2, 80 metros de ancho por 2, 30 de alto. ¿Qué era aquello? ¿Por qué estaba depositado allí?.
Durante aquellos meses también aprovechamos para conversar con un significativo grupo de parroquianos, dando preferencia los mayores del pueblo para escuchar sus recuerdos sobre las dos iglesias, la vieja y la nueva, de Isnotú, sobre el imponente santuario y sobre el museo del Dr. José Gregorio Hernández. Y también preguntábamos si alguien podía explicar el origen de aquel interesante marco de madera.
Las pistas iban surgiendo al detallar las paredes del museo donde se expone la preciosa colección que el afamado artista ucraniano Yvan Belsky pintó en 1964 sobre la vida del Dr. Hernández. Queda una especie de espacio desocupado; a la preciosa colección parece faltarle completar no solo áreas físicas sino episodios importantísimos sobre la vida del beato.
Aquel enorme recuadro de madera es idéntico a los marcos de las pinturas de Belsky. Y apareció quien pudo ilustrar nuestra inquietud: El señor Emigdio Salas, desde jovencito compañero cercano del padre Baños. Se vino desde Llano de Grande (campo frecuentado por el recién llegado sacerdote que en aquel momento pertenecía a la catedral de Trujillo) a solitud del párroco. Llegó al pueblo poco tiempo después de que arribara aquel tesonero presbítero y se quedó en Isnotú. “Ese era el marco para pintar el bautismo de José Gregorio” dijo Remigio. “El pintor que trajo el padre Baños estaba apurado”. Se había marchado aquel artista con la tarea incompleta. Aquello no sería agradable para el padre Baños, ¡Cuántas vivencias quedarían guardadas en su corazón de buen pastor!
Y allí está hoy el enorme marco, en muy buenas condiciones; y también la tarea de darle utilidad pintando, quizás al estilo de Belsky, el bautismo de José Gregorio Hernández, acaecido en Escuque un 30 de enero de 1865.
Y le puso por nombre José Gregorio
Aquel episodio, del cual se cumplen 157 años, lo refiere Ernesto Hernández, sobrino cercanísimo del beato en el primer tomo de la obra Nuestro Tío José Gregorio:
«Los esposos Hernández Cisneros… trascurridos los cuarenta días que en un cuarto oscuro pasaba la madre después de parto, hicieron los preparativos para bautizar al niño lo más pronto posible.
-¿Es que se marchan de Isnotú los Hernández Cisneros? – preguntaban muchos.
-No. Sino que preparan viaje a Escuque, con el propósito de cristianar al recién nacido.
Con éste en los brazos de su madre; que iba acompañada de Benigno, de María Luisa, su cuñada; de don Tobías Lobo, elegido padrino; de otras personas amigas y del servicio necesario, después de atravesar la montaña a lomo de mula. La simpática caravana llegó felizmente a la población de Escuque, distante seis leguas de Isnotú, o sea tres horas largas de camino, sin contar las paradas.»
“En la iglesia parroquial del Smo. Nombre de Jesús de Escuque, a treinta de enero de mil ochocientos sesenticinco, el Pbro.