A La Cejita y su gente en sus 189 años | La Cejita: viejos recuerdos | Por: Ramón Rivas Aguilar

El Maestro Guillermo Angulo llamaba jocosamente Pájaro de metal a cualquier avión que surcara el espacio. Foto Luis Huz Ojeda

 

El recuerdo, en la mirada del filósofo español, José Ortega y Gasset, es la palabra más hermosa de la lengua castellana. Es pasar por el corazón, con la imaginación, aquellos eventos hermosos de nuestras vidas que permanecen en lo más profundo del espíritu. El recuerdo, se agiganta, en la medida que el tiempo nos arrolla en el horizonte. Sin el recuerdo, sin la memoria estaríamos como un zombi aferrado a un eterno presente. De allí, la grandeza de San Agustín el teólogo de la transición del mundo antiguo al mundo medieval, al señalar que solo existe el presente del presente (la vida, la experiencia); el presente del pasado (la memoria) y el presente del futuro (la expectación, la esperanza). Desde el presente tenemos el privilegio de enriquecer los recuerdos que proyectamos en el futuro.

 

Magia y Misterio

Pues, bien, La Cejita, en mí ánima un encuentro con la magia y el misterio de un entorno natural y humano, aquellos senderos de inmensos piñales que no dejo de admirar. Esos piñales, con cierta inclinación natural, grato para nuestros sentidos deleitar el juego inocente entre las tórtolas y el rabo blanco de plumaje de color marrón y blanco entonando el trinar melodioso del instinto amoroso para reproducir la especie. En esos lares, picoteando y engullendo las pequeñas piedras, las más antiguas de la historia natural. El sabor de la piña tropical, una delicia para el paladar del fugaz mortal.

Instantes divinos con una geografía de larga mirada, con el privilegio de apreciar varias veces y a distintas horas del día la llegada y la salida del pájaro de metal, como le encantaba nombrar a los aviones el buenazo del maestro Guillermo Angulo formador durante décadas de incontables generaciones de jóvenes cejitenses.

Inmensos piñales donde jugueteaban las Tórtola y las Rabo Blanco antes de reproducir la especie.

 

La Maestra Socorrito

En esos encuentros maravillosos, tuve como maestra a Socorro, llamada cariñosamente Socorrito, pobladora de esas tierras de sabana larga que tanto apreciaba el maestro Juan Canelón Cestari. Tierras que tuvieron un impacto de importancia vital en la figura de Simón Bolívar. Fue la época de la Campaña Admirable. En sus desayunos, almuerzos y cenas, no podía faltar el ingrediente que endemonia el alma de los grandes hombres:  el ají chirel.

De la maestra Socorrito, recibí las primeras letras y bellos relatos poéticos sobre grandes figuras de la historia de Venezuela, que extasiaba nuestras almas inocentes.  La recuerdo con respeto y admiración.  Esas clases las impartía en el Instituto Privado del Cecilio Acosta, bajo la dirección de dos insignes maestros: Juan Canelón Cestari y Doña Rosa de Cestari. Entre otras de las tareas de la maestra Socorrito, eran las célebres excursiones que se realizaban en los espacios del río Motatán, cerca de La Cejita.  Allí, en nuestros oídos sentíamos el rumo melodioso de sus aguas que misteriosamente se desplazaban hacia los viejos mares y océanos. Nos sentíamos como pez en el agua. Era el mundo salvaje, entre sus aguas, peces y bosque. El mundo preindustrial. El tiempo se medía con el ritmo del astro gigante. Al retornar a La Cejita, se vislumbraba el mundo moderno: Los negocios, el automóvil y el tiempo mecánico. El péndulo contra el orden natural del tiempo. Eterna gratitud para la maestra Socorrito, que nos enseñó el amor por el saber y el respeto y cuido de la naturaleza, hoy en peligro por los efectos de los cambios climáticos.

Argenis Betancourt Navarro el amigo con quien intercambiaba ideas sobre figuras estelares del espiritismo, como lo fueron Alan kardec y Joaquín Trincado. Foto Luis Huz Ojeda

 

La Amistad

El encuentro con la familia Anselmi, arraigada en el corazón de La Cejita, fue vital para descubrir en esa generación los valores de la amistad y el trabajo. Una familia que tuvo como principio básico formar a sus hijos con los valores del respeto, de la responsabilidad, de la generosidad, del trabajo. Estudié con uno de ellos, el menor, en el Instituto Privado Cecilio Acosta. Se fortaleció una bella amistad con Anselmi, donde compartíamos un conjunto de actividades educativas, deportivas y culturales, que se desarrollaban, periódicamente, en el Cecilio Acosta. De buen humor. Buen conversador. Cómico. Mamador de gallo hasta los extremos.  Se nos fue a temprana edad para la inmortalidad. Un amigo especial. Lo recuerdo con mucho cariño. Por esos días, encuentro casual, en esos senderos de La Cejita, con Ernesto García, hermano de César García, otros de esos amigos inolvidables. Ernesto, hijo de una bella mujer, Doña Rosalía, grato conversador sobre los días, las noches, leyendas y relatos de personajes de la geografía de los piñales. Una de ellas, muy curiosa, sobre el papel de una miniatura de la zoología, una especie de hormiga, un tipo de bachaco, que intranquilizó las tropas españolas, en La Cejita. Una diminuta especie, un demonio, un devorador que expulsó de esa geografía a los representantes de las fuerzas imperiales. Qué cosa tan maravillosa. El cronista digital del siglo XXI, el reportero gráfico y periodista Luís Huz Ojeda tiene mucho que contar sobre ese tema.

 

Geografía General

Por el paseo de la memoria, viene a mi mente un célebre bar-familiar el Trinity, una especie de atalaya, en los alrededores de la Cejita, que era una delicia contemplar el horizonte de la ciudad sin nombre y de los viejos cañaverales de la región de Motatán. Asimismo, a lo lejos Escuque con su nube perezosa. Pero, lo que más delicia provocada, en nuestra ánima, era como el resplandor del astro gigante se ocultaba detrás del inmenso monumento natural de la cuidad de Betijoque, de una forma de tortuga.  El agua del Lago reflejaba la luz del atardecer.

La Cejita, sus encantos, sus misterios, se revela   en una gran familia que cultivó las ciencias ocultas a lo largo del tiempo. La familia Betancourt. El espiritismo y la parapsicología, el fuerte de esa generación respetada y admirada por sus amigas y amigos.  Siempre recuerdo las gratas conversaciones con Argenis Betancourt, abogado, en la que intercambiábamos ideas sobre figuras estelares del espiritismo, como lo fueron Alan kardec y Joaquín Trincado.

 

Luis Castellanos

Entre otros recuerdos, gratos y maravillosos, era el encuentro con Luis Castellanos, el rey de las cuerdas sonoras entre bares y botiquines en la periferia de La Cejita, recorriendo senderos y caminos, con sus canciones para las bellas musas. Mi recordada tía Gloria Aguilar, Fernando Marín, el palomo, el primo Roger Rojo, Henry Aguilar, Neneo, los acompañantes con el trinar de los viejos piñales. Como no recordar a Javier Alvares, el gladiador del verbo, que vivía entre la hoyada y La Cejita. Amigo especial.  Su fantasía rompía la velocidad de la luz. Su imaginación nos puso en contacto con el realismo fantástico, una corriente cultural que insinuaba la posibilidad de otros mundos, que venía de universos lejanos. Me decía: “Ramón, escucha esto con atención: están aquí, en la hoyada, en La Cejita”.  Entre esos dos atajos, la hoyada y La Cejita, llegó de España la Familia Rodríguez, el patriarca Alcalá Rodríguez, de espíritu civilista y republicano. Ingeniero civil. Impartió la cátedra de matemática y física, en el liceo Rafael Rangel y en el Cecilio Acosta. Un maestro que mostró cosas hermosas sobre el fascinante mundo de los números y del espacio y el tiempo de la física clásica y cuántica. Un sabio, entre La Hoyada y La Cejita. Entre los recuerdos gratos del mundo de la geografía del piñal, las fiestas religiosas de Semana Santa. Las más hermosas que puedo recordar: Los penitentes con su semblanza del viacrucis y la resurrección de fama nacional e internacional. Instantes divinos que se quedan en la memoria. Otros contarán otras historias.

Luis Castellanos recorrió estos senderos y caminos ejecutando con sus cuerdas extraordinarias canciones. Foto Luis Huz Ojeda

Compilador Luis Huz Ojeda

 

 

 

 

 

 

 

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