Un anhelo permanente en el amplio territorio de la arquidiócesis de Mérida fue el de contar con la presencia del carisma de don Bosco, tanto de los padres como de las Hijas de María Auxiliadora. Cuando el padre Jesús Manuel Jáuregui Moreno acompañó a Mons. Román Lovera a visita ad limina a mediados de la década de los ochenta del siglo XIX, pasaron por Turín, visitaron a Don Bosco e hicieron la primera solicitud para la presencia de ellos en territorio andino. El Padre Jáuregui asumió varios elementos de la pedagogía salesiana y los implantó en su magna obra, el Colegio Sagrado Corazón de Jesús de La Grita.
Una de las preocupaciones de Mons. Antonio Ramón Silva (1895-1927) fue la de consolidar la presencia pedagógica de la Iglesia en el territorio bajo su cayado pastoral. Consolidó el Seminario San Buenaventura luego del cierre guzmancista, cofundó las Hermanas Dominicas de Santa Rosa de Lima para el servicio de la salud y la educación con la casa de San José de la Sierra, y las Hermanas Franciscanas del Sagrado Corazón de Jesús, con la centenaria obra de lo que es hoy el Colegio Sagrada Familia.
Hubo que esperar hasta finales de 1927 para que ya ausente Mons. Silva, su sucesor Mons. Acacio Chacón recibiera a las Hijas de María Auxiliadora, pidiéndoles que el nuevo colegio llevara el nombre de la patrona de la arquidiócesis. Por eso esta unidad educativa tiene el nombre de la Inmaculada. El 20 de noviembre zarparon del puerto de Génova en Italia, en el buque Rey Vittorio el primer grupo de nueve hermanas que venían a fundar en Venezuela. Llegaron a La Guaira el 5 de diciembre, siendo recibidas por los Padres Salesianos y por las Hermanas de los Pobres de Maiquetía que las acogieron en su casa con gran cariño y bondad. Subieron a Caracas y el 9 de diciembre partieron para Mérida, en el fragoso viaje que era entonces adentrarse en una Venezuela rural e incomunicada.
Seis días de travesía. El primero, llegaron hasta Valencia siendo recibidas por el Obispo Mons. Granadillo, los padres del Colegio Don Bosco y las Hermanas Franciscanas y las de San José de Tarbes. El segundo día hasta Acarigua donde les costó dormir por el trasiego de gente en la posada donde pernoctaron. El tercer día fueron recibidas en Barquisimeto por las Hermanas Agustinas. La cuarta jornada hasta Carora, donde de nuevo se hospedaron donde las Hermanitas de los Pobres. El quinto día pudieron atisbar por vez primera la cordillera andina, en la población de Valera, siendo acogidas por las Hermanas de Santa Ana. La sexta y última jornada por la polvorienta carretera trasandina de reciente factura hasta Tabay donde el Arzobispo Chacón en compañía de varios sacerdotes y los feligreses del pueblo, curiosos por ver llegar a las primeras monjas “musiuas” que venían a establecerse en medio de la cordillera. Era el 15 de diciembre, víspera del inicio de las misas de aguinaldos, tradición ciertamente extraña para aquellas monjas europeas. Cuál no sería la sorpresa al sentir de madrugada el ruido de los morteros y la pólvora que no presagiaba nada fatídico; por el contrario, se contagiaron de alegría de esta insólita manera de celebrar la novena del Niño Dios.
El siete de enero de 1928, hace noventa años, abrió sus puertas el colegio con 18 alumnas: 15 externas y 3 internas. Comenzó entonces una historia plagada de entrega y promoción de la juventud merideña. En 1924 se abrió la Normal que graduó a 1277 maestras hasta 1983, cuando el gobierno cerró las escuelas normales del país. En su sede actual, en pleno centro de la ciudad serrana, continúa la labor educativa y misionera de estas abnegadas hijas de María Mazzarello y Don Bosco. Tuvimos la dicha de compartir varios de los actos conmemorativos de esta singular y ejemplar efemérides.