60 años de la rogativa de libertad del padre Andrade un grito de esperaza

En Valera siempre ha estado presente una dosis de sacudimiento cuando otros dan rienda suelta al conformismo ante hechos consumados que parecen irreversibles. Esta característica anímica de los valeranos es el punto de partida que tienta los cambios y los sueños que marcan el progreso. Llegar a Valera es ya el comienzo de la aventura…

La rogativa del 19 de enero de 1958 liderizada por el padre Juan de Dios Andrade, vicario de la ciudad y párroco de San Juan Bautista, se enmarca en la órbita de ese historial de conductas resueltas. La feligresía, también atrevida, se sumó a la parada sin el menor titubeo. Todos saben perfectamente el riesgo de enfrentar la dictadura perezjimenista, pero ninguno baraja los cálculos de la duda para proteger el pellejo.

Juan de Dios Andrade llega a Valera en 1952 donde inicia, con su energía e inteligencia, una labor de contenido en lo evangélico, social e intelectual. El cura estaba armado de una formación densa que le permite hablar y escribir sobre los más variados temas, era un hombre de lucha en el más alto sentido del vocablo. No fue hecho para poner la «otra mejilla» ni silenciar la inconformidad cuando es necesario tomar trinchera.

Comisionado para la lectura

A mediados de enero de 1958 el padre Andrade es comisionado para la lectura durante el oficio dominical del día 19 de la pastoral emitida por Monseñor Arias Blanco, Arzobispo de Caracas, que establece una ruptura ente el régimen perezjimenista y la Iglesia. Pero el sacerdote va más allá: no lee la pastoral, sino un discurso tremendo, de siete puntos que titula: Las Calamidades de nuestro Pueblo. Casi diez años sin Ilícito, Las Torturas, Ahorcamiento de la Libertad de Expresión, la Inmigración, Venezolanos Desaparecidos, Descontento General y, por último, Ejército y Política.

En la intervención el prelado define lo que es una rogativa y, tras los oficios de ritual y la lectura del citado discurso descarnado, violento y valiente, sale a la calle, acompañado de más de trescientos feligreses tensos dispuestos a todo; tomad la avenida 10 hacia el sur dobla en la calle 15 y bajando por la avenida del mercado para retornar al templo por la calle 8. En el transcurso del desfile que «tiene por objeto pedir a Dios por las calamidades de los pueblos» se cantan las letanías mayores y se invocan una serie de plegarías». En alguna esquina, durante la marcha, Víctor Hernández tira un soberbio «abajo Pérez Jiménez» que es coreado automáticamente por la multitud que prorrumpe en mueras al régimen y abajo los ladrones y asesinos.

La policía municipal ya había acordonado la plaza Bolívar y los miembros de la Seguridad Nacional, mezclados en el desfile, no se atreven a disolver la manifestación. El cura y sus compañeros entran al templo entre vítores y gestos de protesta contra la dictadura. A la salida la policía política practica la detención de cinco personas; otros se ven obligados a buscar refugio en las hondonadas de Isnotú.

El padre Andrade es llamado por el Obispo Camargo en cuya residencia de Trujillo queda confinado.

Si la tiranía no rueda cuatro días después, el destino de Andrade y de muchos de los que martillaron la conciencia ciudadana en esa rogativa del 19 de enero, estaba signado por los más graves presagios para su integridad física. En todos estaba presente ese film de procedimientos criminales con que trataba la policía represiva a los reales o imaginarios enemigos del gobierno donde el ring, el hielo, los golpes y la incomunicación infamaban la dignidad del hombre.

Fuente y consultas: Libro sobre el 23 de enero, de Luis González, publicado por la gobernación de Trujillo en el 1981. Dr. Raúl Díaz Castañeda.

Para la discusión

El padre Andrade en aquel momento fue tocado por la misma chispa de los conspiradores caraqueños en los albores de abril de 1810, sentimiento que conmovió la fibra corajuda de los valeranos que respondieron a la convocatoria de aquella cita peligrosa, hoy hito obligado para la discusión de las jóvenes generaciones en el proceso de afirmación de la venezolanidad y de consolidación de la democracia.

El problema del hombre como ente social es comprender su circunstancia, como solía decir un notable pensador español. El padre Andrade, o como Mario Briceño Iragorry, la intuyó en toda su dimensión azarosa aquella hermosa mañana del 19 de enero de 1958.

 

EL DATO

1906

El padre Andrade era oriundo de Tovar, donde nació en 1906. Su formación sacerdotal la cuaja en el Seminario de Mérida. Arriba a Valera en 1952. Murió el 21 de diciembre de 1980 en esta ciudad, donde se le recuerda con emoción.

 


DE INTERÉS

Durante su residencia en Valera por casi treinta años, escribe varios libros: «Aspectos de la cristianización de Venezuela durante el Periodo Prehispánico», «Abajo Cadenas» (el discurso de la rogativa que hoy cumple 60 años); «Del Ideario del Libertador» —glosas sobre el pensamiento bolivariano— y otros sobre la historia de la ciudad de la que fue cronista oficial por quince años.


Texto de «Abajo Cadenas»

Leído el 19 de enero de 1958, en el templo de San Juan Bautista:

La soberanía del pueblo es la única autoridad legítima de las naciones. De modo, pues, que una de las tareas del pueblo venezolano es hacer que los soldados vuelvan a sus cuarteles, que se desvincule totalmente al ejército de la política, para que el país que ha vivido de meros ensayos, marche hacia una organización definitiva en la cual los venezolanos podamos disfrutar de todos nuestros derechos.

Pues, bien, señores: no pensaba hablar y he tenido que reseñar las calamidades de nuestro pueblo. Para terminar quiero aconsejar al pueblo de Valera unión, unión. Tenemos que formar un bloque indestructible con el fin de empezar a trabajar por el mejoramiento de nuestras condiciones de vida.

Catorce años estuvo el pueblo venezolano derramando su sangre en todos los campos de batalla. Nosotros somos hijos de sangre, somos hijos de la libertad.

Somos hijos de ese pueblo que un día volvió pedazos las cadenas y el yugo de la esclavitud. Nada podemos hacer si continuamos aislados. Tenemos que unirnos.

Cuando un gobierno que se convierte en una tribu de bandoleros, al pueblo no le queda sino un solo deber: derribarlo.

Pidamos a Dios por estas calamidades, pidámosle que vele por la obra de los libertadores, que no se pierda tanto esfuerzo, que no se pierda tanta sangre derramada.

El mundo está cambiando. Nos hemos instalado ya en una nueva era. Si todavía hay en la tierra restos de despotismo, sostenidos por hombres bárbaros e incapaces de evolucionar, es porque el pueblo no se ha unido, es porque no se ha movido todavía ese gigante ante cuya presencia se derrumbaron los tronos y los gobiernos más poderosos de la tierra.

Yo no he visto, no he oído, no he leído jamás en ningún libro que en el pueblo unido y compacto haya fracasado en sus aspiraciones. Unidos es la palabra mágica, unión es la consigna de un pueblo que quiere ser libre, que quiere sacudirse la ignominia del despotismo, quiere romper las cadenas para echárselas a la cara del tirano.

Anteriormente los pueblos para reclamar alguno de sus derechos tenían que derramar mucha sangre. En los tiempos modernos no es preciso derramar ni siquiera una gota. Basta que el pueblo escurra sus brazos, paralice por unos días sus actividades para el régimen de cualquier dictador se derrumbe y se vuelva pedazos.

 

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