“Pero levántate, / tú, levántate / pero conmigo levántate / y salgamos reunidos / a luchar cuerpo a cuerpo / contra las telarañas del malvado, / contra el sistema que reparte el hambre, / contra la organización de la miseria” Pablo Neruda, “La bandera” en Los versos del Capitán. “Fue tan bello vivir cuando vivías” Matilde Urrutia.
Con el vuelo de las aves de Chile, a su alma sensible de permanente cercanía con los sencillos regalos elementales de la esencia del mundo, se le fueron mostrando los caminos de sus continuadas “Odas elementales”. Desde el hombre invisible, saludó a la alegría y a la tristeza, a la sencillez y al hombre sencillo, al día feliz y a la intranquilidad, al pan, al ajo, la papa, la cebolla y al caldillo de congrio, a la primavera y al otoño, al olor de la tierra y al espacio marino, a la luna del mar, la lluvia marina y al secreto amor, al barco pesquero y a un gran atún, en el mercado, a Walt Whitman y a don Jorge Manrique, a la rosa y al color verde, a la casa abandonada y al carro de leña, a la mariposa, a la magnolia y a un ramo de violetas, al viejo poeta y al tiempo venidero.
Su poesía suplica la risa como pan de la vida “… no me quites la rosa, / la lanza que desgranas, / el agua que de pronto / estalla en tu alegría, / la repentina ola / de plata que te nace /…. quítame el aire, pero / no me quites tu risa / ….y en primavera, amor, / quiero tu risa como / la flor que yo esperaba, / la flor azul, la rosa / de mi patria sonora / …ríete de este torpe muchacho que te quiere, / pero cuando yo abro / los ojos y los cierro, / cuando mis pasos van, / cuando vuelven mis pasos, / niégame el pan, el aire, la luz, la primavera, pero tu risa nunca / porque me moriría”.
El fuerte aroma de su poesía se asomó desde El Parral al Temuco de lluvias y bosques, donde había nacido el 12 de julio de 1904. allá en el sur de su patria y como nos confiesa “…es la madera / mi mejor amiga, / yo llevo por el mundo / en mi cuerpo, en mi ropa / aroma / de aserradero, / olor de tabla roja /…”; con sonora voz desde el “Crepusculario”, del “Farewell y los sollozos”, “Los crepúsculos de Maruri”, “Ventana al camino”, “Pelleas y Melisandra”, creció en poemas de amor como en una canción desesperada, que la conocieron hasta las piedras de Chile; después, se hizo universal cuando desde Valparaíso se dio a navegar con un canto general a la Tierra y la gesta de su gente; de manera muy sentida en este continente nuestro, donde somos con una mirada entre el asombro de una exuberancia de naturaleza y el pensamiento colonizado por la visión que desde otro mundo impuso nombre al paisaje, que se nos mezclan en el alma y revelan una identidad que nos subvierte. En Alturas de Macchu Pichu nos propone, “Sube a nacer conmigo hermano. / Dame la mano desde la profunda / zona de tu dolor diseminado /… Besa conmigo las piedras secretas. /…Ven a mi propio ser, al Alba mía, / hasta las soledades coronadas. / El reino muerto vive todavía.”
La poesía es insurrección, es lenguaje de revoluciones y de revelaciones que incitan a la rebelión; porque es subversiva es perseguida de poderosos mandatarios; él la asume como deber de la condición humana para acompañar el sueño milenario por una nueva manera de relacionarnos entre nosotros y con la naturaleza; “…los deberes del poeta fueron siempre los mismos… el honor de la poesía fue salir a la calle, fue tomar parte en éste y otro combate. No se asustó el poeta cuando le dijeron insurgente. La poesía es una insurrección. No se ofendió el poeta porque lo llamaron subversivo”.
En esta jornada de su memoria, con la poderosa presencia que destaca en la poética del siglo XX, con su contagiosa poesía amorosa y combatiente; la que sus constantes manos de alfarero fueron amasando como cántaros donde guarecer alegrías, íntimos amores y convicciones para la espada fresca y encendida de refundar la heredad en la Tierra. Al mensaje que envié por su memoria de este día, una fiel amiga contestó: “…me vino la imagen de usted y el grupo de las brujitas en el parque La Llovizna leyendo un poema de Pablo Neruda”. Le doy gracias porque me alegra esa imagen y nos trae a memorias, tantas jornadas de la vida compartidas con las páginas de excelentes poetas, que nos nutren y nos salvan.
Desde el Sur nos devuelven el poema “Que despierte el leñador”; les comparto “…si tuviera que morir mil veces / allí quiero morir; / si tuviera que nacer mil veces / allí quiero nacer, / cerca de la araucaria salvaje, / del vendaval del viento sur, / de las campanas recién compradas. / Que nadie piense en mi / pensemos en toda la tierra, / golpeando con amor en la mesa. / No quiero que vuelva la sangre / a empapar el pan, los frijoles, / la música: quiero que venga / conmigo el minero, la niña / el abogado, el marinero, / el fabricante de muñecas / que entremos al cine y salgamos / a beber el vino más rojo. / Yo no vengo a resolver nada. / Yo vine aquí para cantar / y para que cantes conmigo”. Con uno donde destaca el libro: “Cartas de amor” y otros que hicieron resonancias, la red que nos vincula quedo tejida con el verso “…y me vaya a vivir para siempre con la gente sencilla”.
Septiembre, “mes de banderas”, que había celebrado en sus nuevas odas elementales, “…septiembre baila / con los pies de la patria, / canta septiembre, canta / con la voz / de los pobres /…. Tú, septiembre, / eres un viento, un rapto, / una nave de vino…. Baila / en las calles, / baila / con mi pueblo, / baila con Chile, con / la primavera, / corónate / de pámpanos copiosos / y de pescado frito. / Saca del arca / tus / banderas / desgreñadas, / saca de tu suburbio / una camisa / de tu mina / enlutada / un par / de rosas, / de tu abandono / una canción florida, / de tu pecho que lucha / una guitarra, / y lo demás / el sol, / el cielo puro / de la primavera / la patria lo adelanta / para que algo / te suene en los bolsillos: / la esperanza”.
Aquel 11 de Septiembre de 1973, los vientos trajeron ráfagas de muerte con naves de guerra cargadas de furia para exterminar esperanzas y hombres solemnes celebraron, cuando manos crueles cortaron las que cantaban con madera sonora para callar las cuerdas en la garganta de la recia voz, con la orden de ahogar la risa lanzada a la vida; terrible tormenta que fragmentó la conciencia de pueblo. La huella de Neruda dio aliento a muchos cuando, en las horas duras de la Villa Grimaldi y otros espacios, el odio y la impiedad procuraban matar la poesía.
El 23 de Septiembre de 1973 a Pablo Neruda, esa sensible alma araucana le crujió con el derrumbe del gigantesco alerce sobre su cuerpo; como una oda al dolor inmenso quedó acunado entre los brazos de Matilde en La Chascona y también, en la angustia de la esperanza perseguida de un pueblo que se había atrevido abrir caminos por las alamedas. Convertido en polvo de estrellas, es lumbre en los desvelos de hombres y mujeres que viven con la voluntad de una mirada poética para el mundo y acompaña al pueblo cuando en octubre florecen las calles de primavera rebelde.
Matilde –quien desde Capri al inicio de la década de los 50 fue el mascarón de proa de su nave-, quedó con su presencia en la suya propia para alentar sus horas más difíciles, “fue tan bello vivir cuando vivías”.
En el discurso de cierre del acto artístico- político realizado en el Teatro Caupolican, con ocasión del décimo aniversario de la muerte del poeta, Matilde expresó: “El derecho a vivir en su patria es lo más sagrado que tiene cada ser humano, es como el derecho a tener una madre”; luego, sobre Neruda, concluyó: “…él amaba la alegría…por esto yo no voy a pedir aquí que le recordemos con un minuto de silencio. ¡No!. Yo les voy a pedir para Pablo, un minuto de alegría, de gran ruido, de mucho aplauso”. A ustedes queridos lectores, les sugiero que busquen algún poema de Neruda, lo lean y compartan en voz alta; se expandirán el ánimo con la sonoridad musical de sus versos.