Un abanico infinito de posibilidades se ha abierto desde el 4 de febrero de 1992 hasta el 4F– 2018. 26 años de dignidad nacional. El despertar de un pueblo que partió la historia. Esta fecha es especialmente incómoda para la oligarquía como núcleo social y exponente de la ideología neoliberal. Es ese día, los guardianes de la representatividad bipartidista son golpeados mortalmente. De allí en adelante es un vaivén de desaciertos uno tras otros. Como bien lo dijo el hombre que lideró aquella juventud militar rebelde, el comandante Hugo Chávez, el 4F-92 es hijo directo del 27 de febrero de 1989. La primera derrota del neoliberalismo en América es antecedente directo de la liberación nacional. Del rompimiento del esquema de dominación excluyente y desigual hacia una inclusión social nunca antes vista. Si la palabra como herramienta del lenguaje que evoluciona y revoluciona, el “por ahora” se convirtió en el detonante de una transformación total que para algunos representa una verdadera “amenaza extraordinaria”. Venezuela está a la vanguardia de esa transformación.
Es por ello que las intenciones imperiales ya de una manera descarada y abierta es devastar no solo la Revolución Bolivariana, sino apropiarse de los recursos naturales. Hay evidencia cierta que en las capas dirigentes y pensante de la derecha criolla hay conocimiento directo y exacto de los planes de Washington para defenestrar al pueblo y hacerse del control del negocio del petróleo y gas. En el mundo económico impulsado por occidente las grandes corporaciones de la energía son las que mueven la política. Este es un negocio que mueve al mundo y si hay algo seguro, que siempre será, una condición estratégica. Es sin duda que el hecho social que cautivó la imaginación de un pueblo y que se convirtió en voluntad de poder efectiva, es un faro para otros pueblos del mundo lo que lo convierte en un verdadero peligro y cuyo recuerdo o impacto mundial es minimizado por las agencias de la “mass media” internacional. Desde su inicio se trató de reducirla a un asesinato del presidente Pérez, se ha cuestionado por la doble moral “democrática” en materia de Ddhh. Para le derecha es una fecha agria y oscura.
Pero volviendo en el tiempo, esa acción fue tan contundente e impactante, que no solo la clase política dominante sufrió, el mismo pueblo quedó en un estado de desorientación, que no pudo resistir las hábiles palabras de un viejo leguleyo, un viejo zorro político olfateo el momento político como si fuera una presa desprevenida. Se montó en ola de popularidad tan efímera que ya a los primeros meses de su gobierno la situación se perfilaba como agónica y sin remedio. Era el último acto de la tragicomedia de la representatividad venezolana. A partir de entonces la concatenación de errores es determinante para que llegue la hora 0, la hora del cambio total y absoluto.
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