(Judith Vega / Especial). Al cumplirse 13 años de la vaguada en el Valle del Mocotíes, los merideños recuerdan las horas y días de desesperación, dolor, llanto y tragedia vivida por los pobladores de Bailadores, Tovar, Santa Cruz de Mora y aldeas vecinas como San Felipe, Romero, La Vega o La Galera, La Playa, El Diamante y San Pedro, entre otras.
En 2005, las lluvias comenzaron desde los primeros días de febrero, originando inundaciones y deslizamientos de tierra en el Valle del Mocotíes, afectando los municipios Tovar y Antonio Pinto Salinas. El viernes 11, del mismo mes, las lluvias arreciaron durante unas cinco horas de forma ininterrumpida y la zona -con dos cuencas principales: la del río Mocotíes que desemboca en el río Chama y la del río Culegría que fluye hasta el río Onia, y ambos en el Lago de Maracaibo- se salieron de su cauce y alimentaron quebradas como Las Mejías, San Pablo, Bodoque, San Francisco, La Cucuchira, Guarapo Zarzales y La Capellanía.
En cuestión de horas, la tragedia se hizo presente. Las aguas arrastraron todo cuanto consiguieron: enormes piedras y grandes troncos de árboles que arrancaron de raíz. Como un caballo indomable, las aguas inundaron calles y avenidas; los elementos sólidos se estrellaron contra viviendas y se abrieron paso tumbando paredes, puertas y ventanas.
Al mismo tiempo, cuerpos de hombres, mujeres y niños fueron arrastrados por las turbulentas aguas, las cuales chocaron con toda la fuerza contra la estructura del terminal de pasajeros en Santa Cruz de Mora, lugar en el que se encontraba un número considerable de autobuses y personas, quienes se refugiaron en el lugar para protegerse de la lluvia. Algunos tuvieron la suerte de salvar su vida tras escalar el techo del inmueble, mientras que otros lamentablemente no corrieron con la misma suerte.
El suceso fue dado a conocer por los mismos pobladores, quienes telefónicamente se comunicaron con familiares y amigos. Entre tanto, los organismos de seguridad, Cuerpo de Bomberos y Protección Civil, se prepararon y acudieron al lugar. La noche se hizo larga para los habitantes del Valle del Mocotíes y sólo con la primera claridad del nuevo día, observaron su nueva realidad: el horror de comunidades devastadas, casas inexistentes y otras aún de pie pero inhabitables, calles y avenidas intransitables y cuerpos regados en las mismas o a la vera del camino.
La tragedia fortaleció a algunas almas, mientras que otras rezaban entre llantos y otro grupo se mantenía impávido e imperturbable por haberlo perdido todo. Los primeros, en su desesperación buscaban palas y hasta con las manos removían el barro y quitaban piedras en búsqueda de sus seres queridos o personas aún con vida, pues la esperanza era más grande que el temor. Los hombres y mujeres bomberiles y de Protección Civil comenzaron su trabajo: atender los damnificados, sacar cadáveres y suministrar vacunas.
Se habilitaron salones de la iglesia, casas de familia, escuelas y allí llevaron a las personas y a un garaje fueron llevados los cadáveres, los cuales -se dice- llegaron a unas 500 personas fallecidas.
El gobierno regional movilizó maquinaria pesada para remover escombros y barro. Sacaron carros y personas tapiadas; terminaron de tumbar estructuras para sacar familias completas que quedaron enterradas; autobuses a los cuales solo les quedó el techo a la vista. Las ambulancias no paraban en el traslado de heridos a ambulatorios y hospitales, mientras que otros con lesiones moderadas eran atendidos en la iglesia. Todo era una tragedia.
Con el paso de los días, se inhabilitaron algunas viviendas por riesgo a caer. Varias familias fueron trasladadas a refugios en la Hacienda La Victoria, en Santa Cruz de Mora, así como también en Mérida y El Vigía. Por más de tres meses, en el Valle del Mocotíes permanecieron los organismos de seguridad prestando ayuda en el suministro de los servicios básicos, pues los mismos desde el día de la vaguada no existían, así como también en la atención de sus habitantes y en la rehabilitación de espacios físicos.
El coraje y espíritu emprendedor y laborioso de los habitantes fue determinante para que las comunidades se levantaran nuevamente. Hoy, a 13 años de la tragedia del Valle de Mocotíes, las poblaciones se mantienen en pie, aunque no olvidan lo vivido por la pérdida de sus seres queridos y sienten el temor en cada gota de lluvia fuerte que cae. Solicitan a los gobiernos municipales, regionales y nacionales que mantengan evaluación constante de ríos y quebradas y que no olviden lo ocurrido en Bailadores, Tovar y Santa Cruz de Mora.
Un periodista que marcó pauta
Su nombre: Pablo Ramón Villa, natural del Valle del Mocotíes. Se enteró de la tragedia la noche del viernes 11 de febrero, pero ante la imposibilidad de trasladarse hasta el lugar, optó por tomar grandes dosis de café, comunicarse con sus familiares, Cuerpo de Bomberos, Protección Civil y grupos de rescate en búsqueda de información.
Con el pasar del tiempo, los reportes eran cada vez más preocupantes y el comunicador social se aferró a sus vírgenes pidiendo misericordia y protección para los pobladores del Valle del Mocotíes. Laboraba en la Televisora Andina de Mérida (TAM). Se comunicó con su camarógrafo Leonel Romero y con la promesa de encontrarse antes de la salida del sol, descansó unas tres horas. Al cabo de las mismas, salió de su casa para el canal, buscando nuevos reportes. Quería irse para Santa Cruz de Mora lo más pronto posible, pero se presentaron problemas con el carro y no había chofer. Tras la angustiosa espera, se le suministró un vehículo con chofer de la Oficina de Comunicación Institucional (OCI) de la Gobernación de Mérida y emprendió junto a Leonel el recorrido de más de 60 kilómetros, en un viaje que dura aproximadamente una hora.
El reloj marcaba las 11 de la mañana, del sábado 11 de febrero, cuando Pablo llegó al sector San Felipe y lo observado no era similar a lo que pensaba o imaginaba. El desastre era enorme. Encontró gente llorando, corriendo y niños pidiendo comida. En la zona de El Diamante observó cadáveres de hombres, mujeres y niños a orillas de la carretera. Así mismo, un nutrido grupo de hombres de azul y rojo recuperando cuerpos de la orilla del río Mocotíes.
Armado de valor, con el micrófono en la mano, su libreta y un bolígrafo comenzó su andar aunque un nudo en la garganta apenas le permitía respirar y contener el llanto, más cuando la gente le pedía ayuda, no económica sino para que informara sobre las condiciones en las que habían quedado.
Prestó su mano para ayudar al caído y su hombro para dar protección y fortaleza. Habló y dio ánimo, pero más apoyo recibió al escuchar el testimonio de un señor que le expresó, con la voz entrecortada “el pueblo no se va a morir. Nosotros lo vamos a levantar nuevamente”. Esas palabras fueron un aliciente para Pablo Villa, quien durante cinco días consecutivos salía a las 6:00 de la mañana para la zona del desastre.
En el transcurso del día informaba a través de la planta televisiva el desarrollo de las labores y el ambiente en el que se encontraban los habitantes del Valle del Mocotíes. En la noche presentaba el trabajo audiovisual y los mensajes que recibía de los merideños. El espacio televisivo se convirtió en referencia informativa.
Recuerda que en uno de sus reportes pidió a los merideños colaborar con ropa, comida y productos de aseo personal, pero la sorpresa fue que la planta televisiva se convirtió en centro de acopio, tal vez el más importante de la ciudad. El pueblo merideño fue solidario con las víctimas y hasta con el periodista a quien le hacían llegar tarjetas telefónicas para que recargara su teléfono, el cual era utilizado por los habitantes de Santa Cruz de Mora y otros sectores para comunicarse con sus familiares y amigos.
Pablo Villa agradece el apoyo incondicional que le prestaron los funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) y el Cuerpo de Bomberos. También reconoce el corazón generoso de tanta gente que aún en medio de la tragedia, le ofrecía café, comida, galletas y queso.
En varias oportunidades pensó que perdería la vida. Una, cuando cruzó Quebrada El Barro y en El Diamante, donde había una laguna de unos 80 metros, pero los bomberos le suministraron una guaya y junto a Leonel, mientras mantenían los brazos alzados sosteniendo la cámara, lograron llegar al otro lado del río.
El segundo gran susto lo vivió en el sector El Calvario cuando cayó en un pozo y sólo quedó su cabeza fuera del agua. Leonel no sabía qué hacer, pero la salida oportuna de un primo lo salvó. El muchacho comenzó a gritar y la gente atendió al llamado desesperado del joven, logrando sacar a Pablo, quien en los días siguientes sólo debió superar una gripe.
Afirma el comunicador social que esos cinco días constituyen la experiencia más importante de su vida profesional y que la misma lo marcó para siempre, pues todos los días alguien le recuerda ese trabajo.
Hoy, promete rescatar el material audiovisual de la tragedia del Valle del Mocotíes, el cual por causas desconocidas no existe en la TAM. “Aunque sea un 50% de ese trabajo voy a tratar de recuperar para presentar un trabajo especial cuando se cumplan los 15 años de la vaguada. Solo pido que Dios y la Virgen me den salud y vida para hacerlo”, dijo Pablo Villa mientras su mirada encierra la tristeza de aquellos días.