352 años de Carvajal | La Llanada de Carvajal: Viejos recuerdos | Por: Ramón Rivas Aguilar

La Orquesta Billos Caracas Boys amenizo los primeros grandes carnales de Carvajal.

Tuve el privilegio de nacer en Santa Rosa de Carvajal, la sabana de los dioses. Fue un 20 de abril de 1949, en un entorno natural y humano llamado la Llanada de Carvajal. Una geografía entre montañas y cordilleras, entre alfombras de nubes y mestizos colores del arco iris y la presencia gigantesca del relámpago del Catatumbo que en segundos iluminaba el universo. Con una particularidad geográfica, se encuentra en medio de dos ríos como la vieja Mesopotamia: el río Jiménez y el río Motatán.   El filo de Carvajal, la Cabecera, San Genaro y Campo Alegre son los límites naturales que se comunican con la Llanada de Carvajal.

 

La Llanada de Carvajal

El año de 1949, una fecha histórica de cambios trascendentales en el escenario mundial. En primer lugar, el pequeño gigante Mao se apoderó de la muralla china y colocó como estandarte la hoz y el martillo. En segundo lugar, Los EEUU son la nueva potencia mundial en la era de la guerra fría.  En tercer lugar, el hongo nuclear a punto de exterminar la vida en la tierra. El Medio Oriente el polvorín del oro negro. En cuarto lugar, América Latina entre el fusil y el sable. En quinto lugar, Venezuela comienza a estrenar la bota militar. La policía política en la faena represiva de liquidar, en definitiva, todo lo que oliera a civilismo. En medio de esos grandes acontecimientos la Llanada de Carvajal entre la sombra del espionaje, con la seguridad nacional en un mundo telúrico, bucólico y paradisiaco.

Los primeros años, los compartí con mis padres y mis hermanos en los campos petroleros. Parte de la infancia entre el coqueteo lúdico de los mechurrios, de los balancines, de los manglares picoteado con el olor penetrante del oro negro. Las primeras impresiones de las cabrias y las torres petroleras. Así, la representación del mundo minero en el ánima de un infante. Posteriormente, retornamos a la ciudad de las colinas, la ciudad del hormigueo mercantil, la cuidad de los viejos trapiches y los inmensos cañaverales. Una experiencia vital sobre una cuidad, que se erigió entre colinas, cordilleras y montañas. Juego y fantasía. Fue en las llamadas Cien casas, construidas por el Banco Obrero, en Bella Vista.  La imagen de la pequeña capilla y el parquecito, aún persiste en mi memoria. Un momento vital de goce divino.

Sin embargo, no dejamos de recordar nuestras raíces que brotan misteriosamente en la sabana de los dioses, en aquel lugar en la que nos desarrollamos física y espiritualmente: La Llanada de Carvajal. Allí, en esa geografía, entre la Llanada de Carvajal, filo de Carvajal y calle del serrucho, pasamos el resto de la infancia y la adolescencia. Una generación, en un momento vital, en que la aventura, el juego, los sueños, la fantasía y la imaginación constituyeron las bases para cimentar el valor supremo del bello sentimiento de la amistad que comienza con el juego de niños y se profundiza en la escuela y en el liceo. Mis primeros encuentros, en la escuela de la niña Senair, nuestra maestra, una escuelita privada, donde aprendimos los valores del respeto, de la responsabilidad y de la amistad. La niña Senair, tenía el don de la belleza, de la generosidad y de la piedad. Una auténtica maestra con una vocación cristiana infinita. Continuamos en esa faena generacional, con la maestra Doña Libia de Cestari, con una vocación extraordinaria para la enseñanza de aquella chiquillada entre el juego y la rochela. Se impuso y nos enseñó las primeras lecciones del libro “Abajo Cadenas”. No solo el abecedario; sino también el espíritu del civilismo. En esos días, la lectura favorita era los folletines de Santo, El Enmascarado de Plata, El Llanero Solitario, Tarzán, de Superman y otros héroes supremos hombres del bien contra el mal.

Carvajal muestra montañas y cordilleras, alfombras de nubes adornadas por los mestizos colores del arco iris y la presencia gigantesca del relámpago del Catatumbo.

El Instituto Privado “Cecilio Acosta”

En la Llanada de Carvajal, se dio un acontecimiento cultural de una importancia vital para la formación educativa de unas cuantas generaciones que provenían de otros lares. La fundación del Instituto Privado “Cecilio Acosta”, en el mes de septiembre de 1953.  Un instituto educativo que se proyectó a lo largo y ancho de la geografía venezolana. Sus fundadores dos insignes maestros de una pasión por inculcar en nuestras generaciones los valores del republicanismo y del civilismo: Juan Canelón Cestari, un prestigioso maestro y dirigente de Acción Democrática, y Rosa “Doña Rosita” de Canelón. Ambos maestros en cuerpo y alma. Un instituto que nació en una época histórica en la que la carabina y el machete eran los íconos de un régimen tirano. La imagen civilista de Cecilio Acosta frente a la imagen del militarismo.

Completé mi educación primaria y el bachillerato, en esa institución educativa, de gran prestigio nacional. Los maestros Socorrito y Tolentino Araujo, dejaron huellas profundas en una generación sobre los temas de la historia universal. En la secundaria, nuestros profesores, que respetamos y admiramos no solo por la competencia académica sino también porque cultivaron en nosotros   el amor por el saber. Todos ellos, en ese afán vital de que el conocimiento era fundamental para la vida.  En esa faena, el ánima de un mortal develando su destino vital: la pasión por las humanidades, por el renacimiento y la ilustración, saberes en torno   a lo más maravilloso del universo: el hombre entre luces y sombras. Las primeras letras del hombre moderno. En ese entorno social, educativo y cultural, una hermosa biblioteca en la que descubrimos en sus estantes la historia del hombre y del cosmos a través de un conjunto de enciclopedias. El saber universal.  El saber del orden natural y cultural en todo su esplendor. Además, publicaciones sobre un tema que comenzaba a picotear el afán de aventura de toda una generación: el realismo fantástico una mirada de un mundo no convencional.  El joven Javier Alvares, el gladiador del verbo, era nuestro maestro en esos saberes más allá de las galaxias. Su libro predilecto, la biblia del realismo fantástico: El retorno de los brujos. La ciencia, la magia, el esoterismo, el espiritismo, la masonería y otras religiones las conocimos en el   Instituto Cecilio Acosta.  También en su interior la cancha en la que practicamos el béisbol de mano, el volibol y el basquetbol deportes que completaban la vida física con la espiritual. El modelo educativo de la Palidecía de Platón. Asimismo, se propiciaban actividades culturales a través de la tragedia griega. Uno, de esos alumnos, cómico y sátiro, el loco Terán, representaba, magistralmente, las obras de Esquilo. Antígona y el Prometeo encadenado, sus favoritas. No deja de ser importante, destacar que los fines de semana se proyectaban películas debajo de un mango en el interior del instituto Cecilio Acosta. Las películas de Cantinflas y de Joselito, eran la de mayor preferencia de esa generación. Una de las cosas sorprendentes de ese instituto, era que uno de esos profesores de geografía física de Venezuela, José María Cestari, por lo general, todas las noches nos impartía clase de astronomía. Una delicia, un goce, cuando describía con detalle cada una de las constelaciones que se proyectaban en la bóveda celestial. Era una maravilla. Un hombre del renacimiento. Un hombre de la poli griega. Allí, en ese entorno educativo, de la China milenaria llegaron las artes marciales. Un alumno, disciplinado y silencioso, el chino Joa Wang, nos   impartió hermosas lecciones sobre esas artes tan significativas para la gigante civilización amarilla. Nos llamaban los guerreros de la otra banda.  Los guerreros de la calle del serrucho. En fin, fue una iniciativa cultural que enalteció el gentilicio de la sabana de los dioses, santa rosa de Carvajal.   Una bella convivencia educativa, física y cultural que fortaleció los lazos físicos y espirituales en la comunidad de Carvajal. Hoy, transformado en una universidad de mucho prestigio regional y nacional: la Universidad de Estovacuy. En la raíz, en el corazón de esa sabana, en su ánima, sus dos insignes maestros: Juan Canelón Cestari y Doña Rosa de Cestari.

Luis Castellanos y su Violín siempre estuvieron presentes en las fiestas de Carvajal.

Deporte y Cultura

Esa generación que cautivó el espíritu de la sabana de los dioses, su deporte favorito fue el béisbol. Esta actividad tan significativa para la cultura del vasto imperio americano. En la Llanada de Carvajal, fue el cimiento de la convivencia y la amistad.  No hubo rincón y lugar donde nos platicáramos   el deporte más popular del mundo. El Llano de Carvajal, un terreno de cuatro esquinas para jugar tan hermoso deporte. El inventor del béisbol en la Llanada de Carvajal, nuestro recordado amigo y noble Pablo Anaya. De los campos petroleros, toda la cultura del deporte, del vasto imperio en el ánima de nuestra generación.  Un maestro. Otra de las cosas que nos animaba en esos días paradisiacos, fue la caza y la pesca. Entre el río Jiménez y el río de Motatán, nos divertíamos   con esa faena   que comenzó hace millones de años.  Nos encontrábamos en el mundo salvaje, primitivo y preindustrial. Nuestros maestros, juglares y trovadores, Cruz rojo y Rubén Monsalve. Este último, tenía el calificativo del ofídico. Una destreza y una habilidad para domar las serpientes más peligrosas de la sabana de los dioses. Además, introdujo desde las pampas el tango. En la esquina de los fabuladores, solíamos escuchar esta bella partitura de Carlos Gardel, el gaucho de la Pampas: ¡Mi Buenos Aires querido…! Volver. Volver. ¡Volver!. Asimismo, esa generación, fue de una gigantesca imaginación, disfrutó al estilo de los grandes héroes americanos, los diversos parques naturales de la Llanada de Carvajal, entornos naturales para el vuelo de la fantasía. El bosque de espírita, del viejo Andara, de la guafa y de la Zamurera, los lugares donde proyectábamos   las figuras estelares de los folletines y del cine americano: Tarzán, Superman y otros de la banda que nos proporcionaba el imperio. Como no recordar, los días paradisiacos, en aquellos lugares del río de Valera y Jiménez, donde creíamos imitar la natación del gran Tarzán: pozo azul; las tres pailas; el pozo de la roca; el pozo de la máquina; el pozo las tres curvas. Vivimos la experiencia vital de una historia, la llanada de Carvajal, en un momento vital de nuestras vidas, en la que predominaba el mundo telúrico, pastoril, boscoso, preindustrial, sin que el oro negro comenzara a chipotearse por   esos sitios aun colgado entre las nubes, los relámpagos y el arco iris.

Así, los carnavales, en la llanada de los carnavales, al estilo barranquillero, era la plenitud de juego y del entretenimiento, como lo disfrutaban los griegos.  La semana de fiesta con Los Melódicos, La Billos Caracas Boys, Orlando y su Combo, El Súper Combo Los Tropicales, Los Blancos, Los Master, el grupo musical de Luis Castellanos y su banda. El personaje central que alborotaba esos carnavales, era el pavo de Pedro Borjas. Una amenaza hídrica. Nadie se salvaba de las salpicadas de las aguas de Poseidón.  Al final de la semana de carnaval, la octavita, la gran fiesta bailable en la casa de doña Consuelo de Suárez, cerca de la casa 148. Todas las familias, nombres y apellidos de la Llanada de Carvajal, al ritmo de las notas musicales barranquilleras, con la célebre canción Se va el caimán: “se va el caimán para barranquilla”. Era el alma musical de nuestros carnavales, que tanto disfrutamos en una época preindustrial. La semana santa, era la semana del recogimiento espiritual y de la mirada divina.  En nuestras ánimas el bello idilio divino sin la temporalidad y despojos mundanos.  En cada una de las calles trasversales, de la llanada de Carvajal, se celebraba   el viacrucis. Lo hermoso de esos días, era el encuentro entre la niña Senair y el ingeniero civil Francisco Omar Araujo, en un reto divino sobre el canto de la oración. Lectura obligatoria en esos días religiosos, la divina comedia.  Al terminar la semana santa, el día lunes, de nuevo vuelta al mundo.  Las vacaciones en el mes de agosto, era el mes de los vientos, las batallas áreas, como en la guerra, de los célebres volantines (papagayos). Competencia   y premios para el lograse alcanzar la mayor distancia en los cielos sabaneros de la llanada de Carvajal.  Todos los espacios de la llanada de Carvajal, llenos de papagayos. Un cielo de colores como el arco iris.

Las fiestas históricas y religiosas en el mes de octubre, la expresión máxima de la epopeya dionisiaca. Historia, religión y circo, en una faena de juego y entretenimiento, para los mortales en el juego de la vida. Los carruseles y toros, toda una diversión.  Juliana era la canción de apertura para el disfrute de esta actividad cultural.  Al final del día, el lunes, retorno a la vida cotidiana.  Se despedían   con las canciones más hermosas de México. El día primero y dos de noviembre, el día de los muertos.

Entre el dolor y la alegría, toda la familia de Carvajal, en el viejo y nuevo cementerio, con sus flores y velas para sus seres queridos, que dejaron esta tierra para alcanzar la inmortalidad. Sorprende una lápida, entre escombros y monte, que reza así: aquí murió el perro del lapo. Bella ironía.  Al frente del cementerio viejo, un bar cuyo título es elocuente: “La Última Lágrima”.

Los Melódicos hicieron echar un pie a más de un carvajalense durante sus fiestas…

Como Olvidar

Culminamos este ciclo vital, una experiencia de toda una generación que vivió momentos hermosos en una época de nuestra historia individual y colectiva, con las fiestas decembrinas, donde la familia de la llanada de Carvajal, preparando con fervor y amor religioso sus pesebres y arbolitos de navidades, que embellecía y espiritualizaba el cuerpo y alma de hombres y mujeres, que, a lo largo del año, entre faena y faena. Un momento divino para el descanso y el disfrute divino en torno a la gran figura histórica y religiosa   como fue el nacimiento de cristo y su proyección universal. La navidad nos despertaba, en la madrugada del 15 de haciendo bulla por toda la calle de la Llanada de Carvajal. Todos a la iglesia a escuchar la palabra sagrada del evangelio, en la mirada piadosa y bondadosa del padre Viloria. Los villancicos y las gaitas por todo el mes de decembrino. La Niña Omaira, con las bellas partituras decembrinas: Cascabel y Noche de Paz.  El burrito Sabanero, la canción que despertó el espíritu divino de la Llanada de Carvajal. Alcanzó la primera pieza musical por la radio y disco tienda, por más de una década.  Se terminaba el mes decembrino con el Pata Pata de Miriam Makiba. Las sabroso y deliciosas hallacas, en cada hogar en tan festín religioso. El 24 de diciembre el canto del gallo. El   31 de diciembre, a las doce de la noche, el gran abrazo fraterno: feliz y próspero año nuevo. Ese día amanecíamos en el bar de Kamba, en la loma del medio. Era el mes decembrino, el mes de los amores y las alegrías con las bellas musas. Finalmente, en la casualinas, una inmensa casona, propiedad del filántropo Germán Pacheco, el día de reyes, una gran fiesta amenizada por el conjunto de Luis Castellano y su banda. Un lugar, en una meseta, rodeada de inmensos pinos, una mirada gigantesca sobre la ciudad de las colinas. Cerca de las casualinas, un bar familiar, los Manguitos, un lugar para los privilegiados de la tiranía del hombre de Michelena. Las rockolas de ese exquisito bar, entrenaron, por una década, el mundo de las melodías de Gardel y el ritmo caribeño que enloqueció a los latinoamericanos: El mambo. Tequila era la canción que fascinaba el alma del tirano de la Provincia de Venezuela. Ramoncito Arias, el más famoso de los boxeadores venezolano, disfrutó de las bondades del bar familiar los Manguito.

De la tiranía, solo recuerdo el grito de libertad de Ernestina Castellano, aquella mañana del 23 de enero de 1958: cayó el gordito, exclamó. La Llanada de Carvajal, sus hombres y mujeres entusiastas ante la muerte de aquella pesadilla histórica. Cumplía 9 años, cuanto la dictadura se disipó en los mares caribeños.  Entre otras cosas, el generoso y bondadoso, Hernán Peña, de los campos petroleros, en inmensas gandolas, trajo una urbanización de metal, las célebres casas de lata, allí, en la Llanada de Carvajal. Un acontecimiento urbanístico que cambio el paisaje natural y humano de aquella sabana de espíritu preindustrial.

En esa faena vital, una vida, una experiencia, una generación del mundo preindustrial, la política y la ideología permeó su espíritu idealista y romántica que define a todo joven. En efecto, la casa 148, la casa de la utopía, del comunismo, del socialismo, del hombre nuevo, del buen revolucionario, salió el imaginario revolucionario. La hoz y el martillo, símbolos del comunismo ruso, permeó el ánima de aquella generación que quería tomar la tierra y el cielo por asalto para construir el paraíso.  La revolución cubana, china, rusa, vietnamita y sus protagonistas que alteraba “el orden burgués de la sabana de los dioses”. La locura juvenil.   Las emisoras de la revolución y el correo de Carvajal suministraban a la casa 148   propaganda subversiva del comunismo   mundial en aquella sabana de los dioses aun en estado telúrico y edénico. No dejo de recordar, cuando Napoleón, el que repartía el correo, a lo largo de sabana larga, tocaba la puerta de la casa 148 para dejar un paquete de material subversivo que provenía de la vieja civilización de la china de Mao. El libro rojo, la biblia de la revolución china. A finales de los sesenta y primeros de los setenta, el trokismo se puso de moda en la Llanada de Carvajal. La voz marxista, un semanario, bajo la dirección del trovista tovareño Alfonzo Ramírez, anunciaba para la sabana de los dioses la era de la revolución permanente y, como consecuencia, la revolución mundial. Por esos días, esa generación apoyó al socialismo chileno, con su gran figura histórica Salvador Allende.

Por cosas del destino y del azar, un día partí hacia otros horizontes, dejando atrás tantos recuerdos y añoranzas de una sabana, la sabana de los dioses, Santa Rosa de Carvajal, un pedacito de corazón en la memoria y la fantasía de la Llanada de Carvajal.

 


Compilador: Luis Huz Ojeda

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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