El Viejo Nava, el gigante de la fábula y la fantasía, el Homero de esta bella meseta de Carvajal, relator de los tiempos oscuros, en aquellos días cuando el relámpago del Catatumbo se entretenía con éstas tan hermosas montañas y cordilleras, con la misma serenidad que caracterizaba a los sabios antiguos, señalaba: “El hombre se ha olvidado del hombre; no recuerda su procedencia; su memoria está herida por la vanidad y la soberbia; no sabe ya de las pisadas que dejó en los senderos; no reconoce ahora que lo pequeño también es historia; pues la memoria no sólo registra los grandes acontecimientos de la humanidad sino que también da cuenta del quehacer cotidiano y humilde de hombres y mujeres anónimos.”.
La Intra Historia
Recuerdo lo que decía el teólogo español Miguel de Unamuno, sobre un tipo de historia que no está recogida en ninguna de las obras inmortales que reposan en la Biblioteca de los Imperios y de los Reyes, la que él llamó Intrahistoria: “Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas las horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que como las de las madréporas sub oceánicas echa las bases sobre las que se alzan los islotes de la historia. El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere, sobre todo muere, el que come, bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano, es el que nos interesa”.
Así mismo, cuando la nostalgia golpeaba al Viejo Nava, roble sabio, oriundo de El Corozal de Carvajal, dejaba caer de sus labios aquella extraña poesía árabe que descubría en la memoria la fuente para retornar a los orígenes: “Yo no sé lo que busco eternamente en la tierra, el aire y en el cielo; yo sé lo que busco, pero es algo que perdí no sé cuándo y que no encuentro, aun cuando sueñe que invisiblemente habita en cuanto toco y veo, sé que existes y no eres vano sueño; quien está lejos de su manantial suspira por el momento en que se unirá a él: recordar el origen, recordar el pacto, recordar la imperiosa ley del retorno. Así hablaban los sufíes en el desierto”.
Nuestra Historia Viene de Lejos
Yo, soy uno de ustedes, estoy hecho de la misma tierra y la misma pasión que la domesticó, cada oportunidad retorno a esta llanura que disfruté intensamente, junto con mi extensa familia de parientes, amigos, durante unas cuantas décadas. Ya muchos de los que me acompañaron en esas vivencias se hallan en otros horizontes o escudriñando cielos; pero siguen presentes en mis recuerdos y querencias, de donde nunca se han ido.
La Plaza Bolívar
La Plaza Bolívar, plena de mangos y de pequeñas aves, en la que se encontraba una extraña Pereza que era una gran atracción, día y noche descubríamos nuestros sueños y fantasías. Aquí nos contábamos nuestras aventuras por Las Aguaditas, Santa Rosa de Carvajal, La Cueva del Indio, La Loma del Medio, La Loma de Los Caballos, El Alto de la Cruz, Agua Negra, San Lázaro, Santiago del Burrero, Cabimbú, Agua Viva, El Salto del Diablo, La Cuesta del Perro… Aquí compartíamos las hazañas y prodigios que escenificábamos en las fuentes primigenias de nuestros ríos: Pozo Azul, Las Tres Pailas, El Pozo Juanchito, el Pozo de la Roca, El Pozo de la Máquina, el Pozo del Pescado, La Laguna de la Zamurera y en aquel cántaro oculto en el jardín de las naranjas… en la que tanto le gustaba cantar tangos a nuestro tenor Rubén Monsalve”. No puedo dejar de evocar el fabuloso mundo de las rockolas y del séptimo arte, cuyas melodías e imágenes alborozaban nuestras almas, tanto, que me atrevo a afirmar que México y el Imperio del Norte moldearon el alma de nuestra percepción musical y visual. Vienen ahora a mi memoria las madrugadas en las que nos acercábamos a esta pequeña atalaya para disfrutar la belleza de las siete colinas, el embrujo de la tierra de nubes, la fascinación de los mechurrios del Imperio Persa, y esa luz misteriosa que se ocultaba en la lejanía: “El Relámpago del Catatumbo”.
La Casa Numero 148
Me asalta todavía un recuerdo más íntimo, la casa número 148 que se encontraba en la Avenida Principal de Carvajal, ella era el refugio en el que conversábamos toda una generación sobre el destino de la humanidad, durante muchos años hasta ese recinto llegó toda aquella vasta literatura planetaria que profetizaba el fin del capitalismo y de la civilización mercantil.
Entonces, a la luz de la Utopía que nos planteaban esos libros, revistas. Periódicos y lejanas transmisiones de radio, creíamos profundamente en el Edén, en la recuperación del Paraíso Perdido… Fue una época hermosísima en la que nos afectaba el dolor y la tragedia del hombre a lo largo y ancho del Planeta Tierra. En esa Casa Número 148 se regocijaba nuestro espíritu con el mito de la Utopía.
Fecha Memorable
Hoy, la trascendente fiesta histórico-religiosa de San Rafael de Carvajal, ha marcado el sentido de nuestras vidas. El 20 de octubre es una fecha histórica, tan significativa para los carvajalenses, tanto que muchos han hablado, con precisión y orgullo, otros entre los que se cuentan: Luis Huz Ojeda, Reinaldo Castellanos, Pedro Frailan, Jorge Juárez, Larry Araujo, Guillermo Pérez han dejado en sus escritos y registros de investigación sobre esta fecha, valiosos testimonios sobre los orígenes y las transformaciones de Carvajal. Han rememorado que el 20 de octubre de 1670, un soldado del Gran Imperio, portando la Cruz y la Espada, tuvo un encuentro sorpresivo y maravilloso con esta Atalaya de los Dioses: la meseta de las cocuizas, la meseta de los Ruices, la meseta de la llanada, la meseta de las pequeñas charcas, la meseta de las pequeñas lagunas que la cubrían desde Chimpire hasta el Alto de la Cruz, la meseta que he llamado Santa Rosa de Carvajal, porque estoy convencido de que este lugar fue una encrucijada a la que llegaron nuestros abuelos para colonizar su bello bosque y darle sentido a sus vidas y a las nuestras. Nuestros abuelos provenían de todos los horizontes: de la Europa del Mediterráneo, del andaluz, de la España del Quijote y del Mío Cid, de las tierras de los sirios, de los puertos de los libaneses, de la bota itálica desde antes que fuera patria de italianos… Ellos cruzaron vastos y terribles mares para llegar un día a esta tierra prometida, a La Meseta de Las Cocuizas, que recuerdo en mis sueños y que, con permiso de ustedes, le agregaré una nueva denominación: la meseta que hechizó a nuestros abuelos y que nos mantiene cautivos con los misterios de sus encantos.
Pedro Mogollón
Hay muchas maneras de hacer historia y de recordarla, como dijo, en muchas oportunidades nuestro amigo Don Pedro Mogollón en la esquina de la fábula. El espíritu de Don Pedro recorre hoy estos paisajes iluminados por los farolillos celestiales para hacernos saber que, si alguno de nosotros examináramos el Archivo de Indias de la España Imperial, encontraríamos documentos en los que se describe a esta tierra como un bosque verdoso y un tejido de senderos y escaleras sombreadas por hermosas nubes y poblada de indígenas que, durante siglos, disfrutaron de este Paraíso. De lo que sí podemos estar seguros es que la Europa aburrida y fastidiada, buscó el Paraíso Perdido en el Trópico, quería saber sobre las bondades de un mundo donde el tiempo servía para contemplar la belleza de las lluvias, el prisma del arco iris, el resplandor del Relámpago del Catatumbo y los hilillos torrenciales de estas cordilleras: el río Motatán, el río Jiménez y el pequeño Momboy. Los europeos querían saber de aquellos nuestros abuelos, que utilizaban la cabuya que extraían de la cocuiza para sus quehaceres cotidianos y que sacaban de su configuración botánica el secreto para saborear el ingrediente del más sabroso de los pimientos: el ají… ¡Como disfrutó el Imperio y sus conquistadores con este ingrediente del que hoy, en cada casa de Carvajal, se conserva un pequeño frasco para condimentar nuestras exquisitas comidas!
Compilador Luis Huz Ojeda