
Por: Juan Carlos Barreto Balza*
Derrumbaron la vieja iglesia
y llamaron a un Lisímaco Puente
y Lisímaco Puente
hizo una hermosa nube como iglesia.
Ramón Palomares
Para finales del S. XIX y comienzos del S. XX la economía en la ciudad de Escuque fue creciendo paulatinamente, se cultivaban diferentes rubros agrícolas, las aldeas y caseríos aledaños al pueblo constituían verdaderos emporios de producción y riqueza, era frecuente conseguir hacendados importantes que compartían su diario quehacer entre sus viviendas ubicadas en el poblado y sus grandes haciendas en los alrededores del bucólico Escuque.
Estas características le permitieron a Escuque llamar “época esplendente o de oro” a los primeros años del siglo XX y justamente las circunstancias que propiciaron la edificación de un nuevo templo para la Parroquia Eclesiástica.
La idea la comenzó a proyectar el Presbítero Ovidio Eusebio Olivieri sacerdote de Escuque durante los años 1896 a 1904, fue él quien inició las conversaciones con las personas más representativas de la comunidad, a fin de consolidar su planteamiento.

El principal argumento a utilizar por el sacerdote lo constituyó el que la feligresía escuqueña se había incrementado en forma muy significativa durante los últimos años, fundamentalmente en atención a la propagación que tenía la devoción a la milagrosa imagen del Niño Jesús y por lo tanto era necesaria la construcción de un nuevo templo más amplio, vistoso e imponente, pues el viejo templo colonial había sido construido con líneas muy sencillas. También se esgrimió que los embates de la naturaleza, específicamente el gran terremoto de los andes, ocurrido para el año 1894 dejó huella importante en la edificación y por lo tanto lo más conveniente era su demolición para dar paso a una nueva infraestructura.

De esta manera la idea del Padre Olivieri comenzó a tener eco entre los pobladores, quienes veían en la posibilidad de auspiciar la construcción de un nuevo templo para Escuque como la manifestación más importante de aquel momento histórico, el cual a su modo de ver era el de un enorme progreso para la comunidad.
Los años fueron transcurriendo y el propósito de un nuevo recinto religioso maduraba entre los pobladores, sin embargo las circunstancias fueron cambiando, al punto que para el año de 1904, el Ilustrísimo Monseñor Antonio Ramón Silva Arzobispo Metropolitano de Mérida, Arquidiócesis a la cual estaban adscritas todas las Parroquias Eclesiásticas del Estado Trujillo, tomó la decisión de trasladar a la Parroquia del Dulce Nombre de Jesús de Escuque al Presbítero Juan Maximiliano Escalante en sustitución del Presbítero Ovidio Olivieri; estos cambios de sacerdotes de unas comunidades a otras siempre han constituido una rutina en la vida de la Iglesia Católica.

El Presbítero Escalante tomó posesión de la Parroquia del Dulce Nombre de Jesús de Escuque el 8 de diciembre de 1904, el joven sacerdote quien nació en El Cobre estado Táchira de apenas 29 años de edad y transcurridos tres de su ordenación presbiteral venía procedente de El Alto de Escuque, Municipio La Unión, para ese entonces en aquel poblado ya había comenzado a echar las bases para una nueva iglesia.
Una vez instalado como párroco de Escuque, inmediatamente se percató de la propuesta existente entre la feligresía en cuanto a la edificación de un nuevo templo, asumiendo como era su deber la responsabilidad de convertirse en el principal propulsor de la obra.
Escasos cinco años transcurrieron desde diciembre de 1904 hasta el año de 1909 fecha en que ya se habían realizado los trámites de rigor, desde la autorización de la Arquidiócesis Emeritense en la Persona de Monseñor Antonio Ramón Silva, hasta la ubicación del nuevo constructor o maestro de obra y la organización en Escuque de una comisión que se encargara junto al sacerdote Escalante de todo lo relacionado a las finanzas para la construcción del nuevo Templo. Ésta bajo la denominación de “Corporación Cívica de Fomento”.
No era una tarea fácil, estaban consientes del tamaño de la empresa que se habían propuesto y fundamentalmente la cantidad de recursos económicos necesarios para llevar a feliz término el ambicioso proyecto, pero el momento de bonanza económica estaban seguros lo permitiría.
Para el año de 1909 comienzan pues a demoler el antiguo templo colonial, poco a poco fueron cayendo los sólidos muros y separando los fuertes maderos que tardaron casi un siglo en juntarse para edificar aquel centro de oración dedicado al Niño Jesús de Escuque.
Bajo las herramientas del obrero fueron cayendo las ruinas no sólo de un templo modesto y de líneas poco llamativas, sino aproximadamente doscientos años de historia que se acumulaban en aquella casa levantada si bien con el sacrificio de un pueblo, también con el amor y la devoción más grande por aquella imagen de leve sonrisa adoptada como fuente de riqueza espiritual.
El Presbítero Juan Maximiliano Escalante decidió la creación de la “Corporación Cívica de Fomento” organización que tendría como objetivo la recaudación y administración de los recursos económicos a ser destinados para la construcción a punto de comenzar, esta Corporación la conformaron Don Germán del Gallego quien la presidió: Don Nicolás Cárdenas Ferrer llevó la tesorería, Don Ignacio Carrasquero Cabello, las Hermanas Uzcátegui Chipía, entre otras personas de notable figuración en la colectividad escuqueña.

Hasta Escuque llegó el albañil tovareño – merideño Lisímaco Puente, hombre de sobrados conocimientos en el campo de la arquitectura para convertirse en el maestro de obra que proyectara y dirigiera la fábrica; llegó en compañía de sus dos hijos, quienes habían aprendido de su padre las destrezas para la construcción, el dibujo y el diseño.
Los servicios del maestro Puente fueron contratados en atención a su dilatada experiencia en la edificación de otras iglesias, fundamentalmente en su estado natal.
El 1° de agosto de 1910 según consta en senda placa ubicada en el frontis de la Iglesia, se dio inicio a la construcción.
Todo el pueblo colaboró, desde contribuciones sencillas hasta grandes cantidades de dinero eran administradas por la Corporación Cívica de Fomento.
Se hizo costumbre durante esos años de la fábrica lo que denominaron “la gran cayapa”, la cual consistía en que los domingos, luego de la misa mayor, la feligresía escuqueña, hombres mujeres y niños se esparcían por los alrededores del poblado con la finalidad de cargar ladrillos, piedras y tejas para la creciente Iglesia. Ese era el aporte dominical de una comunidad plena de fe que esperaba con ansiedad su nueva casa de oración, el nuevo recinto para venerar a su Santo Niño.
La propiedad de Don Abraham Storms era sitio de obligada visita, pues allí existía un horno para la producción de ladrillos, así también la hacienda de Don Pedro Vásquez en El Tendal recibía cada semana a la comunidad alborozada.
Es necesario hacer mención muy especial de los benefactores que tuvo el Niño Jesús y por consiguiente el nuevo Templo en construcción, devotos que no escatimaron esfuerzos al momento de brindar su contribución y costear incluso partes importantísimas de la edificación.

Lo primero en concluir fue la cúpula del presbiterio, año de 1911 con motivo de los actos alusivos al Centenario de la Independencia de Venezuela, para lo cual se contó con aportes destinados tanto por el Ejecutivo del Estado representado por el General Víctor Manuel Baptista como por el General Juan Vicente Gómez, ya para ese entonces Presidente de Venezuela, y quien mantenía una estrecha amistad con el Presbítero Juan Maximiliano Escalante, pues recordemos que ambos eran paisanos tachirenses.

A la cúpula le siguió el altar mayor, destinado a la imagen del Niño Jesús, era la primera vez que se le dedicaba a la sagrada imagen el altar principal de la iglesia, en el antiguo templo colonial estaba ubicado al lado de la epístola o lado izquierdo del Presbiterio. Costearon este altar Don Carlos Rivas y su hermano Don Juan Bautista Rivas, figuras humanitarias de grata recordación, estuvo terminada la obra para el 30 de marzo de 1913.
Este altar mayor constituye una verdadera obra de arte en cuanto a arquitectura se refiere, de estilo greco – romano, consta de cuatro columnas coronadas por sus respectivos capiteles corintios y en la parte superior el entablamento de finísimos acabados.
Para 1915 se concluye la torre y el frontis del templo, en esta oportunidad son los hermanos Uzcátegui Chipía, a saber, María de la Cruz, Amelia del Carmen, Sofía de Jesús y Eudoro, quienes ofrendan al Niño Jesús los recursos para tal fin. Fue tal la devoción profesada por esta familia al Santo Niño que con el tiempo hasta su casa de habitación frente a la plaza del poblado y otras propiedades de la familia fueron donadas a la venerable imagen; de igual manera obsequiaron también al nuevo templo las catorce estaciones del vía crucis, hermosísimas escenas de la pasión de Jesús que aún se conservan intactas para la veneración de los escuqueños cada Semana Santa.
La Torre de estilo románico se alzó imponente rompiendo las nubes escuqueñas sobre un frontis del mismo estilo, con tres puertas en arco de medio punto que abrían al mismo número de naves, para darle al templo esa elegancia sin igual.

En lo alto de esa misma torre se instaló para 1922 el valioso reloj donado por Don Germán del Gallego, este mecenas del Niño Jesús, Hijo Ilustre de esta tierra escuqueña, quien costeó en gran medida la fábrica y formó parte de la Corporación Cívica de Fomento, fue uno de los grandes propulsores y benefactor del templo, al punto que hizo traer de Europa ese magnífico reloj que aún deleita al pueblo escuqueño con el Ave María y otras hermosas melodías.
Juan Carlos Barreto Balza
*Cronista del Municipio Escuque
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