27 de junio. El día que lloraron las letras | Por: Héctor Díaz

Para los periodista en su día

Por: Héctor Díaz
«Los escritores no deben morir ya que ellos son colegas de Dios y viven cien años de soledad».
El párrafo se desplazaba sobre el fondo de aquellas hojas del obituario dando a conocer la triste partida de Gabriel García Márquez, quien se esmeró, como buen orfebre, en darle brillo a las letras, en colocarlas en perfecta sintonía con un elemento virtual llamado pensamiento para que, dé está manera, saliera de lo más profundo del alma eso que llaman ideas.
Las comas se convertían en lágrimas seguidas por los puntos suspensivos y los dos puntos se unían en un fraternal abrazo de tristeza. El gran salón del abecedario estaba de luto: la A no quería Alegría y le pidió a la T que la acompañara en su Tristeza; la B se quitó todo el Brillo de su rostro y le pidió a la O que la Opacara; la C dijo que no quería Colores, lo contrario, quiso que la N la cubriera con su Negro manto; la D exigió Divinidad espiritual ante el féretro y el acompañamiento de la V para la Velación; la E, quien es enana y encorvada, exigió un sillón alto al lado del féretro; la F pidió un alto a la Felicidad mientras que dure el cuerpo presente en el salón.
A medida que iban pasando las horas otras letras hacían su entrada al salón acompañadas por grandes celebridades como la Metamorfosis de Franz Kafka, la misma que inspiró a Gabriel García Márquez a desenvolverse mejor en el realismo mágico; Jorge Luís Borges y sus Ficciones; Julio Cortázar y su destacada Rayuela; Moisés quien fue el primer periodista en entrevistar a Dios y bajar el tabloide con los diez mandamientos y acompañado por los escribientes de la Biblia. Otro que hizo acto de presencia fue el Dante Alighieri y su Divina Comedia, venía con un croquis en la mano para señalarle a García Márquez las siete terrazas del purgatorio y la ciudad de Florencia sumergida en un mundo celestial muy parecida a Macondo.
Así transcurrían las horas en el gran salón del abecedario, cada una de las letras asumía con tristeza aquel momento solemne en honor a quien las agrupó como lengua castellana, y las elevó, al gran Palacio de Estocolmo para recibir el hermoso Premio Nobel. El mejor homenaje de las letras se traducía en una fraternidad, ya que ellas querían elevar hasta el infinito, aquel ser que les dio sentimientos, colores, encantos, dulzura para unirlas en Cien Años de Soledad e impregnarlas de aquel Olor de la Guayaba, las que acompañaron al General en su Laberinto por las serranías, ríos y montañas; aquellas que se vieron envueltas en Amores en los Tiempos del Cólera; las que se aventuraron en Crónicas de una Muerte Anunciada y las que se enfrentaron al Amor y otros Demonios.
Cada una de las letras contaba su anécdota en su complicidad con el párrafo en medio de aquellos pasadizos de páginas y la L se abrió paso en medio de todas para permitir que las Lágrimas ofrendaran y se sintieran libres en un vals con las mejillas, y de está manera, expresar el más bello sentimiento tal y como lo hicieron en Doce Cuentos Peregrinos y Ojos de Perro Azul.
Cuatro importantes letras se pusieron de acuerdo para el acto final en la elevación al infinito, ya que Luís Alejandro Velasco, el del Relato de un Náufrago, les propuso hacer una balsa celestial y las cuatro letras desfilaron de perfil con rumbo a lo más alto del cielo que desde la tierra se leía: GABO.
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