Lo ocurrido el 19 de abril de 1810 es un evento que hemos de conservar en la memoria como el día del atrevimiento más firme y decisivo en la irreversible determinación independentista, en medio de las circunstancias difíciles en las que se encontraba la ‘madre patria’ España con la presencia expansiva del imperio napoleónico.
Antecedentes:
Las protestas contra la supremacía criolla por parte de negros y pardos, eran conflictos de espectro local y escasamente coordinados. Las revueltas contra la Compañía Guipuzcoana (1730-1733) por Andresote; el Motín de San Felipe, 1741; y el Movimiento de Juan Francisco de León 1749-1751, y otras, carecían de intención separatista o de ruptura; propósito este que sí se manifestó con la insurrección de José Leonardo Chirinos en las Serranías de Coro, 1795, inspirada en ideales revolucionarios franceses; la conspiración y cruento final de Gual y España, 1797; la invasión infructuosa de Francisco de Miranda en 1806, con su persistencia de consolidarla; y la manifestación de autonomía en noviembre de 1808 por parte de notables caraqueños, que resultó rechazada pese a su lealtad a la corona española y a su Fe, y en la que destacó la ausencia de Simón Bolívar que no figuró entre los firmantes del acta.
Los hechos más significativos en seis décadas ya habían derramado la sangre, por una rebelión creciente y sostenida, capitalizada por la oligarquía mantuana.
Previo al 19 de abril
Sustituida en España la Junta Central por el Consejo de Regencia napoleónico que visitaría las colonias para encontrar de estas su reconocimiento, colocó en ventaja a la dirigencia criolla que decidió insistir en la creación de una junta propia y autónoma, rechazando la aspiración francesa.
Aun con la persistente seducción de Napoleón a las colonias, ofreciéndoles duplicar su derecho de voz en la Asamblea General —incluso prometiéndoles la independencia si se oponían al comercio inglés— las naciones latinoamericanas ignoraron esas dádivas en aras de su propósito republicano.
Desde el Cabildo caraqueño, un Jueves Santo, y con la audacia de un Clérigo, se le dijo NO a la continuación de la autoridad española
Al gobernador, mariscal de campo don Vicente Emparan, conciliador y débil, que había abortado el plan conspirativo para el 1de abril de 1810, el día 19 le tocó enfrentar todo el accionar de la infiltración que incluía el estamento militar, y maniobrar ante un pueblo expectante que por la precaria posición de la ‘madre patria’ exigía se nombrara un Cuerpo representativo de Caracas, ofreciéndole al citado gobernador que lo presidiera, pero su demora en aceptar hizo que el clérigo José Cortés Madariaga, pasara a confrontarlo con los ‘súbditos’ que reconocían la autoridad del rey pero desde una posición autónoma. Era el canónico de la catedral —de origen chileno—, que había sabido infiltrarse en una iglesia mayoritariamente adherida a la monarquía; ya había alternado con el gran quijote Francisco de Miranda establecido en Londres, quien orientaba a líderes suramericanos, y hacía denuedos para convencer a los británicos de que participaran en la descolonización. Este inolvidable clérigo fue el detonante: presionó al Cabildo para la creación de un nuevo Cuerpo, y fuera de él orientó al pueblo, para que a la pregunta de Emparan sobre si estaban satisfechos con su gobierno, contestara: «No lo queremos», y de seguido se oyera la frase del gobernador: «Bueno, yo tampoco los quiero».
Entre los conjurados destacaron Juan Germán Roscio, el Marqués del Toro, José Félix Ribas, los hermanos Tomás y Mariano Montilla, entre otros; algunos emparentados con Juan Vicente y Simón Bolívar, hermanos que llevaban los hilos más gruesos de la operación.
El Cabildo de Caracas, hoy la Casa Amarilla, fue el lugar donde se despojó de autoridad española a la gobernación de Caracas y a la Capitanía, para colocarla en manos de confiables venezolanos, quienes, formalmente nombrados por el ayuntamiento, hicieron posible la primera institución política divorciada de la Metrópoli: la Junta Suprema de Caracas, aunque conservando los derechos de Fernando VII.
Desde la trascendente fecha que nos ocupa ya no se pudo disimular más, porque su visible flama ardía en los corazones de una sociedad colonial dispuesta a pagar el precio de la libertad en una guerra de sufrimientos y muertes.
El éxito del 19 de abril de 1810 fue detonante y repercusión en América Latina, porque sucesos con resultados semejantes en menos de seis meses irradiaron en Argentina, Nueva Granada, Chile, México, y Ecuador; a excepción de Perú, último bastión suramericano del imperio español.
La iniciativa patriótica supo colarse entre las conveniencias solidarias de Francia y España, y el no menos importante propósito geopolítico británico, que forcejeaba con su archi rival francés; pero seguido muy de cerca por la incipiente y futura potencia geopolítica, EEUU.
Los acuerdos —del 19 de abril de 1810— fueron despachados a Europa desde la Junta Suprema que contaba con 23 firmantes, en manos de una comisión integrada por Simón Bolívar, Luis López Méndez y Andrés Bello, que al llegar a Gran Bretaña expuso al gobierno inglés la necesidad de su mediación, aunque ya no en los originales términos de la Junta Suprema. Allí se dejó clara la convicción de separarse de España.
La efeméride que hoy nos ocupa debería inspirar al movimiento opositor venezolano, para que desde sus élites políticas, empresariales y religiosas —que deben darse por aludidas— se empiece a rescatar a Venezuela.
Luis A. Villarreal P.