“Se fuerte para que nadie te derrote. Se noble para que nadie te humille. Se humilde para que nadie te ofenda. Pero sobre todo, sigue siendo tú y nadie más que tú, para que nadie te olvide”.
Mensaje de las redes
De nuevo en este 8 de marzo, la declaración del Día Internacional de la Mujer, sirve de oportunidad para hacer reflexión sobre la baja presencia de lo femenino y la necesidad de avivar el fuego de su presencia en nuestra sociedad contemporánea. En la década de los noventa, durante la responsabilidad al frente de ALMACARONÍ, junto a un grupo de mujeres y hombres con visión y propósito de efectiva transformación social, propiciamos el desarrollo de múltiples programas orientados a la formación y promoción de las mujeres, así como su protección y atención a algunos de los asuntos que les son propios; también se construyó en sitio referencial de la Ciudad y con diseño arquitectónico apropiado, un espacio para impulsar esos programas y para la reflexión sobre el tema de la mujer y de lo femenino como necesidad de una sociedad que pretenda ser democrática. Entre papeles de esa época encontré una publicación con textos de Maturana en un discurso de Giulio Santosuosso, aquel 8 de marzo de 1994; aprovecho algunos párrafos para traerlos en las reflexiones de hoy.
Ciertamente, desde aquellos años a hoy, han habido avances al fortalecimiento del liderazgo de las mujeres en el ámbito político y en funciones de dirección institucional; en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela con visibilización de género, se hacen declaraciones importantes, de igualdad, respeto y atención a la condición de la mujer y sus especiales aportes a la sociedad; sin embargo el tema subyace y el ejercicio real del poder continúa fortaleciendo al patriarcado, inclusive en algunas instituciones donde están dirigidas por una mujer.
El asunto es una carga cultural de larga historia en el desarrollo de la humanidad. Hace aproximadamente 9.000 años, algunas comunidades humanas en ambiente agrícola recorrían el territorio donde se asentaban, recogiendo frutos y semillas, larvas de insectos y también algunas presas de cacería; entre hombre y mujer no había ejercicio de dominio de uno sobre el otro; la con-vivencia se fundaba en la colaboración y cooperación en el respeto, en continuada cadena de relaciones entre los seres y de éstos con la naturaleza; la sensualidad surgía de esas relaciones y también la sexualidad se vivía entre la ternura y el goce que podía suscitar el encuentro que no estaba dirigido a la procreación, se realizaba en el placer. “Toda la vida estaba impregnada por una ardiente fe en la diosa de la Naturaleza”, la fertilidad, la abundancia armoniosa de la vida en una red de procesos cíclicos de nacimiento y muerte. El hombre podía expresar lo mejor de la hombría y la mujer lo mejor de la feminidad. Era una sociedad con cultura matrística.
Hubo entonces, desde el este indo-europeo, algunas invasiones de comunidades pastoriles con una cultura diferente centrada en la defensa del rebaño; una cultura que a partir de la emoción del alerta constante ante la amenaza de los lobos, nació alimentada en la desconfianza y el miedo, con la ansiedad del control y la acumulación, lo cual en el proceso evolutivo de la sociedad se extendió desde la defensa del rebaño a otros ámbitos del quehacer social; con ello fue desarrollando la denominada cultura patriarcal, en su característica fundamental: la apropiación y la acumulación; con la orientación al crecimiento de la manada como propósito y la avaricia como actitud; agregando otros valores ligados a la jerarquía, la autoridad, el poder, la dominación, la obediencia y la represión. Los valores fundamentales se cimentaron en torno a la lucha, la competencia y la guerra.
La diferencia comenzó a ser vivida como algo a negar; el irrespeto hacia el otro se hizo norma. La mujer fue puesta al servicio del hombre (“en manos del varón”); fuente de riqueza por su capacidad de procreación y considerada parte del rebaño del padre, junto a la prole. “La procreación empezó a ser vista como un valor y la sexualidad como una actividad al servicio de la procreación, bajo el dominio del patriarca dueño de la mujer. dios se convirtió en hombre…patriarca represivo en sumo grado violento y castigador”.
La culminación del proceso que llevó del modo matrístico al modo patriarcal de relacionarse, se puede caracterizar con este párrafo: “En todas partes, los hombres que tienen el máximo poder para destruir -los que son físicamente más fuertes, más insensibles, más brutales-, se elevan a la cima, a medida que por doquier la estructura social se hace más jerárquica y autoritaria”. Desde entonces, la historia conocida es historia de guerras, de luchas fratricidas, de apropiaciones, de dominio y sometimiento.
Con esa cultura patriarcal llegó a nuestramérica la “civilización” europea que impulsó la operación nuevo mundo desde 1492. A los antropólogos toca descifrar cómo caracterizar las diversas culturas originales que precedieron a esa fecha, porque el conquistador arrasó con ellas para imponer el patriarcado en todo el territorio ocupado. Esa cultura se impuso de tal modo en el ser colectivo, que también fue absorbida por las mujeres, las cuales, -en muchos casos-, se comportan de manera represiva, autoritaria y castigadora.
Sin embargo, la biología obliga a la madre a relacionarse en el amor, con su criatura filial, al menos en los primeros meses; hoy sabemos que si un recién nacido no recibe amor, podría morirse. Esa relación de amor y juego nos hace seres sociales desde nuestra infancia, esa relación de confianza y aceptación en el íntimo encuentro corporal con la madre nos integra de manera armoniosa en la sociedad. En la medida que crece surgen las contradicciones con la cultura patriarcal “porque ya no es un niño”. De modo que la fisiología obliga a la humanidad para no olvidar por completo el afecto y la ternura como constituyentes claves de la construcción social. Bajo la cultura dominante, subyacen esos rasgos de la relación matrística que han estado en el sueño humano de mejorar las relaciones entre sÍ y con la naturaleza;
Esa esperanza es fuente para rebeldías juveniles y también en quienes mantienen vivo al “niño que llevan dentro”. Está presente en las narrativas del Paraíso Terrenal, el mensaje de Cristo, de Marx y otros, la liberación femenina, la ecología y los movimientos comunitarios por la democracia como relacionamiento político y social.
En paralelo y respuesta a las utopías liberadoras, el patriarcado se apropió de “la verdad y la objetividad de la ciencia y el conocimiento”, como su mejor arma para el dominio y sometimiento de la naturaleza y de la humanidad. Al deseo por vivir en forma matrística, el patriarca lo transforma bajo su paradigma de apropiación: Cristo termina en la burocracia eclesiástica, Marx en Stalin, las comunas en ministerio, la democracia en tiranía, la política en el arte del engaño.
Hay que desenmascarar la anti-democracia en las estructuras autoritarias y jerárquicas, sostenidas en la arbitrariedad del poder de individualidades o élite cooptada de “jefes” o “expertos”; las estratificaciones económicas que marcan graves desigualdades y condenan en la pobreza a creciente porcentaje de la sociedad; los miedos a las diferencias, los desacuerdos y la incertidumbre; la búsqueda de falsas certezas asumidas como verdades absolutas sobre las cuales fundar algún tipo de tiranía; la desconfianza hacia el otro por lo no comprendido; los liderazgos sostenidos en cadenas de mando y orden de jerarquía a las cuales rendir lealtad bajo pena de traición. Las formas del pranato criminal son expresión del patriarcado violento, violador y agresivo.
Ninguna transformación con sentido humano y vocación democrática puede construirse sin el sentido deseo de superar la cultura patriarcal dominante. ¡ La revolución será cultural o no será !.
En “Emociones y lenguaje en educación y política”, Humberto Maturana, nos enseña:”… si no nos damos cuenta que la democracia pertenece al deseo y no a la razón, no seremos capaces de vivir en democracia, porque lucharemos para imponer la verdad. La democracia es una conspiración social para una convivencia en la cual la pobreza, el abuso y la explotación son errores por corregir y se corrigen porque se tiene el deseo de hacerlo”.
La esperanza por un mundo mejor necesita del fuego femenino, en su capacidad para dar vida, ser nutritiva y preocupada por el bienestar del otro; su sentido de la justicia, dando a cada quien según sus necesidades; su capacidad de dar apoyo y respeto mutuo, sin miedo a las diferencias; “su pertenencia a la vida venciendo a la muerte a la que la condenaron, ese conato agónico en procura de la vida digna que de mil modos le es negada; su capacidad de resistir, de preservarse, de rehacerse, esa memoria del futuro que resurge de cualquier catástrofe y que vivifica la fiesta del vivir; la capacidad de asumir lo nuevo y abrirse a los que vinieron y siguen llegando, si parecen mostrar buena voluntad…”
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