Por: Antonio Pérez Esclarín
La celebración el 12 de Octubre de lo que se conoce como “Día de la Resistencia Indígena”, me brinda una gran oportunidad para un análisis objetivo sobre la situación de nuestros indígenas más allá de los discursos retóricos y algunas celebraciones folklóricas con intenciones politiqueras. Porque, ¿qué cosas han cambiado desde que el 12 de octubre fuera declarado Día de la Resistencia Indígena y de que fueran derribadas las estatuas de Colón? Por supuesto, los calendarios y libros de texto han desterrado el Día del Descubrimiento y de la Raza, aunque no siempre quedó claro de qué raza se trataba, pues los afrodescendientes no se sentían incluidos en esta conmemoración y menos en la de resistencia indígena.
¿Por qué no convertir este día en una oportunidad para una reflexión desprejuiciada, y un análisis objetivo de si las nuevas leyes y políticas indigenistas están contribuyendo a la necesaria dignificación de los indígenas? Cuando veo a los yukpas mendigando en los semáforos, cortando el tráfico e incluso destrozando los vidrios de los carros que no aceptan pagar el peaje de cinco dólares que ellos reclaman, en protesta, según dicen, porque no les dejan ir a Caracas a reclamar lo que les prometió el gobierno de comprar sus artesanías, me pregunto con dolor por la eficacia de esas leyes y de haberlos proclamado “patrimonio nacional”.
Todos conocemos también las humillantes requisas a las que son sometidas las mujeres guajiras por los cuerpos policiales y militares, y de la hambruna que hoy castiga a la Guajira que ha ocasionado numerosas muertes. La visión de los panares de Caicara y Ciudad Bolívar, de los waraos del Delta y los pemón de la Gran Sabana, arruga el corazón. Además, ¿acaso no es verdad que la politiquería ha roto también algunas comunidades indígenas que viven enfrentadas en el mismo pueblo y está destruyendo su cultura e identidad? ¿Y qué decir de los proyectos de explotación del arco minero, emprendidos sin consultar a los indígenas como lo establece la ley, que sólo les está ocasionando, destrucción, violencia y muerte? ¿Acaso estas realidades no contradicen todo ese discurso proindigenista que incluso ha llevado a idealizar acríticamente el pasado precolombino?
No se trata de negar el terrible proceso de conquista y colonización del llamado Nuevo Mundo por parte de los europeos, que diezmó en pocos años a las poblaciones indígenas. Pero tampoco podemos inventar una historia idílica e ignorar la realidad de permanentes enfrentamientos entre los diferentes grupos a la llegada de los conquistadores. ¿Cómo ignorar que el famoso grito de los caribes “Ana Karina rote” se traduce como “sólo nosotros somos gente”, pues eran tan altivos que miraban al resto como esclavos? “ Amukon paparoro itoto nanto: Todas las demás gentes son esclavos nuestros”. ¿Acaso olvidamos que los wayúu, de origen arawako, terminaron refugiándose en la semidesértica Guajira empujados por la belicosidad de los caribes? Según el antropólogo Daniel Barandiarán está por estudiarse el papel de un estamento indígena que se convirtió a lo largo de 130 años en el mayor traficante de esclavos para los mercados franco-holandeses del Caribe.
Por ello, el respeto a los indígenas y su defensa nos debe llevar a denunciar todo tipo de utilización y abuso, venga de donde venga, el de antes y los de ahora. Y exige, sobre todo, que convirtamos en hechos las leyes, pues hoy, los indígenas siguen olvidados, maltratados y la inmensa mayoría vive en la miseria.
@pesclarin
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