Luis A. Villarreal P.
«Hernán Cortés no debe ser considerado un conquistador, sino un liberador de los pueblos indígenas oprimidos.» “…España nos ha dado la vida, nos ha dado la lengua, la religión, y gracias a su inmensa generosidad nos hemos integrado en Europa y la civilización occidental…” Mario Vargas Llosa
Aunque en el siglo X los escandinavos Erik el Rojo y Leif Ericson habrían visitado, sin resultados, Groenlandia y el norte de América, fue el 12 de Octubre de 1492 el día del gran acontecimiento, que según vemos aún es mayor que el también grandioso 20 de julio de 1969, con la llegada del hombre a la Luna, profecía del genio francés Julio Verne —precursor y fundador de la literatura de ficción— según su obra De la Tierra a la Luna (1865).
El 12 de Octubre de 1492 señala el nacimiento de una Nueva Era para la humanidad al integrar en su espacio terrícola a un desconocido, monumental y esquivo continente repleto de vida, poblado de múltiples etnias de disímiles características y organización socio cultural y política.
Fue un despertar diferente e irreversible, que efectivamente cambió las circunstancias a cinco continentes. Aún —a 529 años, entre discordias, satisfacciones y acomplejados resentimientos— no precisan cómo, justa y adecuadamente, adjetivar: Día del Descubrimiento del ‘Nuevo Mundo’, Día de la Raza, Día del Encuentro de dos Mundos, Día de la Hispanidad, Día de la ‘Resistencia Indígena’, etc.
La Reconquista de los cinco reinos ibéricos de Castilla, Aragón, Navarra y Granada, y su unificación, y del Portugal independiente, hicieron posible —luego de la conversión y expulsión judía y morisca, pese a la enorme contribución árabe al adelanto de España y sus vecinos, a través de las matemáticas, arquitectura, medicina, ingeniería, agricultura y las artes—, en medio de condiciones económicas muy disminuidas por desgaste de guerras internas contra el desgajo de los reinos ‘favorecedores’ de la penetración muslim y su credo islámico, hizo posible que la monarquía española —Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, reyes católicos—mirara más allá, hacia el Atlántico, en búsqueda de soluciones comerciales sobre la ruta de las especias trazada desde las ‘Indias Occidentales’.
1492 fue una fecha casual y novedosa en lo geográfico, trofeo de aventuras y penurias y un prometedor aliciente a las tentadoras ambiciones y quimeras al estilo de Las mil y una noches, reales e hispánicas, basada en el equívoco de haber arribado desde la Península Ibérica a las Indias Occidentales. Con esa creencia partió al Más Allá el iluminado navegante, Almirante Cristóbal Colón, Adalid y singular protagonista de esa epopeya sin par; hombre de carne y hueso que llevó a cuestas —sin notarlo— buena parte del destino de la humanidad.
Paradójicamente, en su memoria, es blanco de enconadas actitudes de resentidos y malagradecidos —carentes de comprensión y contexto histórico— que pretenden mancillar su aura y sus laureles, su legado, culpándolo de maltratos y delitos humanitarios —sobre los aborígenes de las tierras descubiertas— de él y sus acompañantes y de todos los que intervinieron en el proceso de la conquista y de la dominación colonial; sin tener en cuenta a personajes como el clérigo Bartolomé de las Casas y muchos otros que hicieron suya la protección de los aborígenes según disposiciones monárquicas.
La madre Tierra supo guardar el secreto, hasta darnos la certeza de su esplendoroso y esférico seno
El Almirante fue instrumento providencial para acrecentar la novedad que hizo posible el mare nostrum por el que cruzaron gentilicios de los demás continentes en búsqueda del Darién, El Dorado y otras riquezas, las Amazonas, el Paraíso Terrenal, la Fuente de Eterna Juventud, y de otros lugares mitológicos; sin darse cuenta polinizaron con el jus civitatis, jus gentium el populus americanus de nuestra ascendencia greco-romana,
y todos los raigambres culturales de Europa, África, Asia y Oceanía, como ‘presentes’ a la recién nacida América —nombre tal vez injusto, debido a Américo Vespucio, porque ‘al parecer’ se dio más cuenta de hallarse como navegante en un nuevo continente, lo que coincidió con la premura de los impresores de los ‘mapas mundi’ de la época—, con quien también amalgamaron su sangre para formar una nueva, la del mestizo, del que son excelsos exponentes San Martín, Borges; O’higgins, Mistral; Garcilaso, Vallejo; Márquez, Botero; Miranda, Rodríguez, Bello, Bolívar, Sucre, Ramos Sucre, Gallegos, Uslar; Darío; Martí, Guillén; Hidalgo, Sor Inés, Paz; Washington, Whitman, Hemingway, Luther King; y tantos otros, dignos descendientes de ese sincretismo racial que nos catapultó al concurso del progreso y civilización humana.
El 12 de Octubre en nuestros días
‘La culpa es de Colón’ pareciera retumbar el eco de esas voces necias fantasmales extraviadas en los vacíos del tiempo, desconociendo que en toda vorágine el fenómeno cataclísmico está presente, aunque no con tal magnitud, como el relatado contra los imperios azteca, inca, muisca y chibcha, y de otros asentamientos indígenas; sin perder de vista que los emperadores dinásticos Moctezuma y Huayna Capac —descendientes, príncipes y caciques— eran responsables de sojuzgamiento y fratricidio; nada angelicales frente a sus contendores Hernán Cortés y Francisco Pizarro y de sus huestes aniquiladoras y depredadoras con patentes de corso, cual vulgares piratas y bucaneros que también proliferaron, o como el férreo y obcecado Tirano Aguirre que deambuló por nuestra Venezuela, Tierra de Gracia.
La necesidad económica de España; la ambición, valor y arrojo de esos líderes conquistadores poco letrados, sincronizaron con el temor de los emperadores aztecas e incas que por profecía de sus mentores provenidos de los cielos —Quetzalcóatl y Viracocha— tenían por seguro que los antiguos hombres blancos y barbados, con los que habían convivido en el pasado próximo o lejano —tal vez los artífices de la infraestructura de Teotihuacán y Machu Picchu, y de la alquimia y orfebrería local— al marcharse dijeron que volverían, creyendo que los castellanos eran esos hombres poderosos y divinos.
Llenos de riquezas y robustos de poder, no tenían un ejército, sino arcaicas flechas y macanas de huesos y pedernales que no competían con los arcabuces, los cañones y los caballos, menos aún estrategias guerreras en las que los hispánicos eran entrenados diestros. Penachos y deficientes ‘chalecos’ contra yelmos y armaduras y la ciega convicción de que la cruz y sus mártires guiaban y protegían sus devastadores pasos.
En resumen, hemos equiparado con los demás continentes, con una nueva raza dotada de un lenguaje maravilloso que es un tesoro, una filiación religiosa con mejores resultados en lo histórico y espiritual, un compendio de instituciones y derechos provenidos de nuestros antepasados; igual, lo pueden afirmar los países donde el portugués, francés, papiamento, inglés, son orgullo, sin menospreciar las lenguas precolombinas que tienen un valor ancestral. Es lo que somos, felices y sin complejos.
La independencia americana y su organización territorial republicana también fueron actos de conquista frente a sus indígenas hermanos en los que hubo —y sigue habiendo— todo tipo de acciones indeseadas que conllevan a su desaparición. Sin extendernos en la cantidad de víctimas y atraso al que nos han confinado las dictaduras. No entender esta cadena lamentable de sacrificios y crueldades derivados de la incapacidad y perversidad justificantes de la fuerza y la violencia, es un complejo revanchista absurdo y absolutamente inaceptable. Es un precio que se seguirá pagando en aras de la evolución social, superación y civilización de la humanidad, bajo el estandarte de la libertad, como único camino de la supervivencia de la especie.
Pero lo más asombroso —que no deja de ser risible— es la ocurrencia del gobierno de México al ‘exhortar’ a la monarquía y gobierno españoles a pedir perdón al pueblo mexicano por las horrendas y criminales prácticas llevadas a cabo en la conquista y ‘colonización’ del Imperio azteca. No obstante de recibir silencio sepulcral como respuesta oficial, algunos líderes españoles le han ripostado a López Obrador lo extemporáneo y el resentimiento contenido en dicha petición con la que busca ganarse el seguimiento del sentimiento antiespañol mexicano, con intenciones irresponsables y ocultas.
Ha sido el laureado escritor peruano Mario Vargas Llosa, quien ha dado la respuesta más contundente a la tirria del actual presidente de México —sintetizada al comienzo de este escrito—, pronunciada en medio de IV Bienal que lleva su nombre, recientemente en Guadalajara, México, y que tuvo por emblema: “La literatura, último refugio de la libertad”.