Son las 12 del medio día, y Carmen Contreras, mujer de la tercera edad regresa a pie desde Valera a Escuque, lugar donde reside. En el camino se topa con el autor de esta nota, se lleva las manos a la cabeza y con lágrimas en los ojos – por alguna razón – decide emitir unas tristes palabras a este desconocido: «no sé cómo llegar a mi casa. ¡No quiero llegar a mi casa! No llevo comida y los niños me van a pedir comida».
En ese breve encuentro, supe que esta mujer ahora es la responsable de la manutención de tres de sus nietos, uno de 6 años, otro de 8 y una niña de 11 años. Hace 5 meses que la madre de estos infantes está en Perú, pero a raíz de la cuarentena, perdió el empleo en esa nación (según cuenta Carmen) y el padre de estos niños «se desapareció» con otra mujer.
Prosigue la angustiada señora: «mire hijo, es que ya no sé qué hacer. La pensión me alcanzó para medio kilo de queso y una harina. El bono que llegó no lo he podido cobrar porque yo no sé nada de eso de Internet y creo que la del consejo comunal me lo chulea. Yo resolvía vendiendo cositas como café molido acá en Valera, pero ya no hay efectivo, y eso de las transferencias yo no sé mucho. Uno vive como condenado a la muerte».
Sin tener cómo ayudarla en ese momento, Carmen se despide diciendo: «yo sé que Diosito tiene que ayudarme, yo tengo fe».
Trujillanos en esta situación abundan. Sobran las razones para afirmar que la crisis alimentaria se acentúa. Es válido preguntarse: ¿cómo hacen las personas de la tercera edad sumergidas en dificultades parecidas a las de Carmen para lidiar con los «estudios on line» de los niños? En el posible caso de padecer alguna enfermedad, ¿estarán cumpliendo con los tratamientos médicos? ¿Dónde está la asistencia social del Gobierno? ¿Cómo se obliga a alguien a #QuedarseEnCasa bajo estas circunstancias? Venezuela sin duda alguna, atraviesa una severa crisis humanitaria.
Alexander González
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