Francisco Graterol Vargas
Al “señor Antonio” lo conocí cuando yo tenía unos 12 años y el ya frisaba por las cuatro décadas. Ni remotamente pensaba que después me iría a ganar el pan de cada día como periodista y comentarista deportivo. Era el año 1962 época a la cual se remonta el principio de esta historia teniendo como escenario el viejo Mercado Municipal en los alrededores de lo que hoy es la Clínica María Edelmira Araujo.
Mi padre José de la Rosa Graterol siempre se ganó el sustento diario trabajando el comercio. Jamás tuvo un patrón. Unas fueron de cal y otras de arena desde que abandonó a Trujillo, su lar nativo para ir a aposentarse en predios del estado Miranda. Pero esa es otra historia muy larga de contar. Dejémosla para otro momento, si Dios quiere. El autor de mis días tenía una venta de piña y al lado como vecino, se encontraba Antonio José Fernández, “El Hombre del Anillo” quien también se rebuscaba ofreciendo sus piñas mientras guindaba al lado unas pinturas que muy escasamente vendía. La gente se llevaba las piñas y con eso se mantenía quien sería más tarde el célebre pintor, escultor y poeta.
Llegábamos de madrugada al Mercado Municipal. Vivíamos en La Hoyada junto a mi mamá Enma Daría y mis hermanas Ana y Dominga y mi hermano Antonio. El negocito a mi no me convencía mucho. Muchas veces me topaba con la voz de aquel viejo huraño que me decía: “Cuídame las piñas muchacho que voy para el baño”. Por eso siempre he dicho que fui colega del Hombre del Anillo. Claro, nunca he sido pintor, ni nada parecido. Pero si fuimos compañeros de labores en aquel mercado donde acudían pobres, ricos, gente de todas las clases a comprar lo que requerían desde comida hasta las ramas contra el “mal de ojo”.
Fui doble colega. La vaina llegó a estar muy fea y un día Antonio invita a mi papá para que fueran a cortar caña al Cenizo. Así como lo leen. Al Cenizo donde la temperatura es de mil demonios y más si el astro Rey nos agarra a mediodía en tales menesteres. Agarré un machete y junto a José de La Rosa y Antonio fuimos a dar a unas de esas parcelas a la Zona Baja. Yo estaba muy agotado. Miraba a aquel par de viejos dándole al machete y en verdad todavía lo recuerdo con pena ajena. Eso no era para ellos. Pero la necesidad tiene cara de malas pulgas. Papá Dios es muy grande. Antonio lanza un machetazo y le aparece casi en sus narices tremenda culebra casi tan grande como “El Hombre del Anillo”. El susto y la carrera fueron hasta la Hoyada y Carvajal donde residíamos. Fin de la aventura.
NACIÓ EN EL COROZO, ESCUQUE
Esta tierra donde las nubes se topan con el cielo ha sido predestinada por los Dioses para el nacimiento de poetas como Ramón Palomares, Antonio Pérez Carmona, el célebre pintor Salvador Valero, que tuvo mucho que ver con “El Hombre del Anillo” como veremos más adelante y la ceramista Eloisa Torres. Antonio José Fernández nació el 8 de septiembre de 1922, cumpliría hoy 101 años siendo sus padres Román Fernández, albañil, y su madre, Ana Franco, quien murió cuando Antonio tendría unos cuatro añitos.
Más adelante nuestro personaje cumplió con el servicio militar en San Cristóbal y luego vino a domiciliarse en una vivienda que le donó su amigo Pepe D`Albenzio en la calle principal de Carvajal con el número 14-4 donde vivió hasta la hora en que fue vilmente asesinado una madrugada de enero del 2006 para robarle los cobritos de la pensión que de por vida conquistó por su Premio Nacional de Artes Plásticas obtenido en los 80. La desidia de las autoridades competentes se vio en este caso. A nadie le importó la muerte de Antonio José Fernández, “El Hombre del Anillo”, ya que no era un político o persona influyente por lo cual se hubiese removido cielo y tierra para capturar a aquellos desalmados que cegaron la vida de uno de los artistas populares más famosos del país y cuyas obras fueron con sello universal dada su calidad en el lienzo y la escultura, sin olvidar sus poemas.
LO DESCUBRIO CARLOS CONTRAMAESTRE
Precisamente a finales de 1962 una mañana a Antonio José Fernández, “El Hombre del Anillo” le llega al mercado municipal un hombre quien le pregunta; ¿Por lo que veo usted es el “Hombre del Anillo? observando su anillo tallado de piedra que portaba en la mano derecha. Desconfiado como siempre era Antonio le responde mirándolo de arriba abajo. “Si, yo soy”.
Su interlocutor era el médico, escritor, pintor y poeta nativo del vecino Tovar, Carlos Contramaestre, quien sacó a nuestro viejo amigo de aquella venta de piñas para introducirlo en el mundo del arte. Lo primero que hizo Contramaestre fue organizarle una exposición en Caracas en la galería “El Techo de la ballena”. Los caraqueños que si sabían de estas cosas quedaron deslumbrados por la calidad artística del trujillano. Los éxitos vinieron unos tras otros como la segunda muestra el 11 de julio de 1967 en la “Galería XX2”, en 1968 en la Galería Ángel Boscán y la Galería de la Universidad Central de Venezuela. Su obra recorrió los salones nacionales y galerías de la metrópoli caraqueña obteniendo en la década de los 80 el Premio Nacional de Artes Plásticas. También fue merecedor del Premio de la Casa Guipuzcoana en La Guaira, el Premio Bárbaro Rivas de la IV Bienal Bárbaro Rivas en 1994 y en 1998 el Premio Nacional de Cultura Popular.
Ramón Rivas Sáez, poeta y periodista trujillano, amigo del “Hombre del Anillo” a quien consulté para esta crónica me dice que a su casa en Carvajal lo visitó el embajador de USA en Caracas y el famoso novelista norteamericano William Syron. Sofía Imber, lo promocionó en las páginas culturales de El Universal.
LA INSISTENCIA DE SALVADOR VALERO
Salvador Valero, famoso pintor nacido en El Colorado, también escuqueño, insistió mucho con Antonio José Fernández, “El Hombre del Anillo” para que no abandonara su quehacer artístico principalmente cuando Antonio cogía una de sus rabietas y empezaba a destruir obras al ser objeto de burlas o cualquier jugarreta de personas que no apreciaban mucho lo que hacía.
«Mi primera escultura —cuenta El Hombre del Anillo— fue un muñeco de barro que hice a los quince años. El muñeco tenía una cara larguirucha como la mía. Un señor que era hacendado en Juan Díaz, llamado don Salomón, me quiso llevar a la policía porque, según la gente, había quedado muy parecido a él. Quizá no lo hizo por consideración a mi padre que trabajaba en su hacienda como albañil». Le cuenta a Josefa Zambrano Espinoza, boconesa, cuentista, ensayista y abogada.
También leemos del infausto momento cuando, acorralado por las rechiflas de sus vecinos vendedores del mercado municipal valerano, destruyó a martillazos toda su obra plástica para no seguir viéndola convertida en el hazmerreír de sus paisanos. En esos instantes siempre salía el consejo oportuno de su amigo y colega, Salvador Valero, quien lo apreciaba mucho.
Con el tiempo fue adquiriendo madurez de lo que hacía y era él con su poesía quien se burlaba de los demás. «torpe crítica de los que nada saben de arte», le aconsejaba Valero. Sabe que un demiurgo —y él lo es— es el fundamento del universo que crea, por eso primero pone orden en sí mismo y luego organiza el mundo circundante. Ha aprendido que «Después del bullicio viene el hastío/ y después de las alegrías/ Vendrán las tristezas/ Y el arrepentimiento», de ahí que deba «ajar su vanidad», situarse más allá de los contrarios y crear esa unidad que trasciende el tiempo: la obra de arte.
Luis Huz, hoy flamante cronista del municipio San Rafael de Carvajal también conoció y visitó en algunas oportunidades en su domicilio a nuestro personaje. Una vez le preguntó por las culebras; «¿Usted las conoce? No me gustan las culebras, por eso tengo los gaticos y las gallinas. Ese que ve allá es muy bonito, pero nació sin cola».
Hoy al final de esta crónica de mi querido “Viejo Antonio” , doble colega, sin ser yo pintor, escultor y poeta recordando el incidente en El Cenizo con la enorme serpiente, es que entiendo por qué, salimos disparados del aquel cañaveroso sembradío.
Menos mal. A los 101 años, un siglo y un pelito recordamos a Antonio José Fernández, “El Hombre del Anillo”. Como decía mi buen amigo, gran cronista deportivo, Carlos Alberto Pabón, de lo bueno, poco.
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